Presupuestos filosóficos: el krausismo

Alrededor del año 1840, un grupo de juristas españoles, entre los cuales se encuentra Julián Sanz del Río, buscan apasionadamente una doctrina política que propicie un proceso regenerador del país, dentro del pensamiento liberal, por supuesto, aunque éste aparece entonces bajo la forma del doctrinarismo y no satisfaga las aspiraciones del grupo.

Friederich Krause (1781-1832) por Hahnel
Friederich Krause (1781-1832) por Hahnel

En 1833, un exiliado alemán, Heinrich Ahrens, ha dado en la Sorbona un Curso de Derecho Natural, o Filosofía del Derecho, que ha sido publicado en París en 1837. Ruperto Navarro Zamorano, miembro del grupo de amigos de Sanz del Río, lo traduce en 1841. El libro de Ahrens tiene una gran repercusión. En definitiva, la Filosofía del Derecho se presenta como una reacción frente al iusnaturalismo racionalista que, alzado como bandera por la burguesía revolucionaria en 1789, ha perdido su capacidad renovadora al llegar al poder y, una vez positivizado, queda reducido a la mera legalización del «status» que otorga el poder a esa burguesía. Este hecho, unido a la pérdida de la noción del Derecho como norma absoluta que propugna la escuela histórica de Savigny, produce un hueco valorativo que la nueva Filosofía del Derecho trata de llenar. Ahrens, discípulo de Krause, sin prescindir de la positivación y relativización de la Ciencia del Derecho, propone guiar ésta hacia un ideal dado por una profunda base moral, previa al desarrollo de la Ciencia del Derecho propiamente dicha, y capaz de conducirla por nuevos caminos. Krause -nos dice- fue quien primero expuso el carácter del Derecho que consiste en la condicionalidad: definir el principio del Derecho como el conjunto de las condiciones exteriores de que depende el destino racional del hombre y la humanidad. Y Giner, años más tarde, añade: Nadie se ha adelantado, no ya a indicar, sino a desenvolver sistemáticamente este principio del Derecho como un orden universal de piedad, abnegación y altruismo, tanto como Krause.

Este trasfondo moral hace posible el fortalecimiento de asociaciones nacidas por la necesidad de cumplir los fines de la Humanidad; a cada finalidad: religiosa, científica, artística, industrial, moral y jurídica, corresponde una asociación, quedando al Estado un reducido papel en su propia órbita política, sin entrometerse en el desenvolvimiento de las demás. Aunque, eso sí, reservándose un papel mínimo de vigilancia para evitar que las demás asociaciones se interfieran entre sí y obstaculicen el desarrollo de la finalidad para la que fueron creadas.

Este programa resulta atractivo para los gobernantes liberales, que con diez años en el poder, constatan día a día la ineficacia de los decretos-leyes en una sociedad estructurada de manera tradicional, sin cauces de comunicación entre las diferentes clases sociales y sin una idea clara de comunidad social.

El viaje de Sanz del Rio

Sanz del Río, ya por entonces conocido como experto en temas alemanes por diferentes artículos publicados en revistas de la época, es enviado en 1843 a Alemania por Pedro Gómez de la Serna, catedrático de Derecho Político y en ese momento ministro de la Gobernación, con el encargo de estudiar durante dos años las doctrinas que han hecho de ese país una potencia en todos los terrenos, pero sobre todo en el científico y el universitario.

Pedro Gómez de la Serna
Pedro Gómez de la Serna

Don Julián se apresura a visitar a Ahrens en Bruselas para exponerle su proyecto, y éste le advierte de la profundidad de su misión: No basta con una teoría política, ni siquiera con una teoría social. Antes de entrar en las ramas particulares de la Filosofía, es preciso exponer en una introducción general las cuestiones relativas a la Filosofía, y la primera cuestión es ¿qué es filosofía? La respuesta, naturalmente, la tiene Ahrens y es, en síntesis, el planteamiento del Sistema de Krause: La investigación ordenada y sistemática de las causas sucesivas, de los hechos que están al alcance de nuestro conocimiento, y el conocimiento por medio de estas causas de una causa suprema. Esto es filosofía. (Esta conversación se halla reseñada en un cuaderno, Diario de viaje a Alemania, de los Manuscritos Inéditos de Sanz del Río, que se conservan en la Real Academia de la Historia.)

Sanz del Río capta, en efecto, la amplitud de la tarea que asume. A partir de entonces y ya durante toda su vida, inicia la elaboración de una filosofía que, fundamentalmente basada en Krause, pero también en Hegel y Fichte, dará como fruto su propio sistema personal, al que modestamente denominará «krausista». Y ya es paradoja que un sistema filosófico, trabajado y elaborado por un español a lo largo de veinticinco años, pueda recibir el calificativo de extranjerizante cuando proporcionó a nuestro país una escuela filosófica de hasta tres generaciones de discípulos, que siempre tuvo la obsesión de la aplicación práctica a la realidad y al momento histórico de su patria.

Julián Sanz del Río
Julián Sanz del Río

Porque el krausismo no tiene de alemán sino apenas el nombre. Sanz del Río tomó las corrientes de filosofía alemanas y las reelaboró y dió forma para que fueran aplicables a España, y que lo consiguió parece obvio dado lo dilatado de su influencia.

Lo que le atrae de la Filosofía del Derecho de Ahrens, lo que le hace considerar a Krause como maestro estriba, principalmente, en la actitud moral con que se aborda el sistema y que es la constante en su desarrollo. No se construye un sistema filosófico con independencia de sus resultados. No es posible la definición de un concepto, la trabazón de un razonamiento, que no contenga en sí un cierto sentido moral, o por lo menos, que pueda afectar negativamente a la visión moral de un conjunto. Este es el gran reproche de Sanz del Río a Hegel. La identificación hegeliana de metafísica y lógica deja de lado, a su juicio, el estudio de la realidad y, por tanto, la aleja de ella.

Desde un principio se rechaza en el sistema la división de las ciencias filosóficas en filosofía teórica o ciencia del ser y filosofía práctica o filosofía de la acción. Toda ciencia es como tal, teórica, y toda acción es, al mismo tiempo, ser; así que toda verdad tiene una necesaria relación con la vida.

Búsqueda fundamento

La yuxtaposición entre ciencia y realidad está expresada desde un principio en su teoría del conocimiento. Sin embargo, requiere un largo camino para demostrarlo. A partir del análisis de los procesos del Yo, surgen connotaciones y elementos que van mostrándose ante la razón del filósofo, pero que no se demuestran como fundados. Así, tanto lo intelectual como lo corporal forman parte de un Yo superior al simple Yo psicológico que comenzaba la reflexión. La aparición de lo otro, que no soy Yo, determina la búsqueda de un Fundamento que esté por encima de las realidades individuales, por complejas que sean. Debe tratarse de un Ser Fundamento y a su vez no fundado. A partir de ese Fundamento y a través de una intuición intelectual a la que Sanz del Río da el nombre de Vista Real, se muestra este Ser Fundamento, como el Absoluto, Dios.

Esta Vista Real contiene unos elementos místicos de los que Sanz del Río es consciente. En primer lugar, reconoce que hay un salto en el proceso lógico que hasta ese momento ha sido impecable. De la necesidad de un Fundamento no se deduce la existencia de un Ser Absoluto y menos con las características de un Dios personal. Pero la apelación a esa intuición intelectual del absoluto no podemos tacharla precisamente de arbitraria. Es un tema que pone el sistema krausista en relación con otras corrientes de pensamiento europeas: nos estamos refiriendo a los pensadores que, sin querer renunciar al sistema de pensamiento racionalista, se confiesan creyentes y quieren justificar esa creencia sin caer en el panteísmo de los sistemas idealistas. Gioberti y Rosmini, en Italia; Gratry, en Francia, y Sanz del Río en España, se enfrentan a problemas similares y pretenden darles solución por esta vía.

Francisco Giner de los Ríos y Pedro Antonio Alarcón junto con otros miembros de la Cuerda Granadina
Francisco Giner de los Ríos y Pedro Antonio Alarcón junto con otros miembros de la Cuerda Granadina

A pesar de este recurso, siempre el sistema krausista se vio tachado de panteísta y siempre Sanz del Río y sus discípulos rechazaron la acusación enérgicamente, dando a su doctrina el nombre de Pan-en-teismo, y explicándolo así: Dios es el principio absoluto y supremo del mundo, de la vida y del pensamiento; por tanto, funda también lo finito, que no es Dios, sino divino. A diferencia del panteísmo hegeliano en el que Dios no es el principio de las cosas, sino su fin; con lo que la vida, el pensamiento y la realidad son Dios mismo, en un momento imperfecto.

Para el krausismo el acto creador de Dios se dio de una vez por todas, sin necesidad de actos creadores constantes a lo largo de la Historia. La auténtica revelación de Dios, la presencia divina en el fondo de nuestro ser, se da, antes que en milagros sorprendentes, en el estudio del largo proceso histórico de la Humanidad, descubriendo en él las leyes y designios de Dios para el hombre.

El cultivo de la razón humana se convierte así en el elemento primordial para que el individuo alcance el grado de madurez necesario y el desarrollo de la conciencia preciso para que el sentimiento religioso, tomado únicamente en sí mismo, no se desvirtúe y pase a ser mera superstición.

Esta concepción, profundamente religiosa, pero quizá demasiado sutil para ser coetánea de la monja de las llagas, le valió a Julián Sanz del Río la amargura de ver incluido el Ideal de la Humanidad para la vida en el Indice de Libros Prohibidos desde 1865.

A partir del hallazgo del Fundamento, Ser-Dios, el proceso metafísico cambia de método; del análisis pasa a la síntesis, es decir, ahora de trata de recorrer el mismo camino en sentido inverso, explicando detenidamente la realidad a partir de la noción esencial. Aparecen, según esto, cuatro apartados fundamentales. El que trata del Ser esencial, que es la ontología o teología racional. En segundo lugar, el que trata del Espíritu o psicología racional. El estudio de la Naturaleza configura la física racional. Y, por último, el estudio de la Humanidad o antropología racional.

Concepto de organismo

Hay, en el estudio del ser-Dios una característica que va a ser la que predomine en la elaboración de las diferentes disciplinas que el Sistema produce: el concepto de organismo.

Gumersindo de Azcárate con José Manuel Pedregal
Gumersindo de Azcárate con José Manuel Pedregal

El ser, Dios, es orgánico; es decir, contiene en sí, por un lado, la unidad de la esencia y, por otro, la pluralidad de formas: lo uno y lo múltiple al mismo tiempo. Esto, trasladado por analogía al ser finito, traduce una serie de relaciones entre los cuatro grandes apartados: Ser Esencial, Espíritu, Naturaleza y Humanidad, que hemos visto antes.

Para el esbozo de los presupuestos filosóficos del krausismo nos interesa aquí el tipo de relaciones que, dentro de la noción de organismo, dan lugar a las ciencias particulares de la Moral, el Derecho y la Filosofía de la Historia.

El primer problema que se plantea en la noción de organismo es el de la libertad. Pudiera parecer que el ser finito, el hombre, está ligado por una voluntad superior para realizar el bien, sin posibilidad de elección. Sanz del Río descubre una falacia en el planteamiento común del principio de la libertad. Si se admite que Dios es el bien, hay que señalar adecuadamente que esta afirmación puede llevar a un equívoco: pensar que Dios es el bien supremo al que debe aspirar el hombre. Y, sin embargo, lo que en definitiva quiere decir es que el Ser-Dios hace y vive el bien por su propia voluntad y desde la eternidad.

Se anulan así dos falsos juicios: por un lado, la pretensión de que Dios, caprichosamente, interfiera en las vidas humanas para proporcionarles bienes o males. Esto sería enjuiciar la voluntad de Dios de hacer el bien desde unas categorías temporales, a las que no está sujeto. Por otro lado, también se pretende deshacer el equívoco de considerar a Dios como un bien superior al que el hombre debe optar cuando no existe esta relación de superior e inferior, sino un único bien hacia el que se dirige tanto la voluntad de Dios como la del ser finito.

Aquí se entiende la frase del krausismo haz el bien por el bien mismo, de raíz netamente kantiana, que es lo que otorga al sistema su grandeza moral.

La segunda ciencia particular, o ciencia del Derecho, nace de la noción de condicionalidad. Se trata de la relación de coexistencia que rige inseparablemente a todos los seres, y por la cual se determinan recíprocamente unos a otros. Dios, en su calidad de ser infinito, es absolutamente justo y el Derecho está fundado en esa justicia, que necesariamente debe expresarse en un conjunto de condiciones con las que la Humanidad pueda libremente cumplir y realizar su destino racional.

Cuando un conjunto de personas se reúne para realizar ese Derecho, están constituyendo un Estado. Pero no se trata simplemente de una relación exterior, que limite las libertades de los individuos en beneficio de los intereses comunes. Más bien se trata de una relación interior, que potencia las libertades legítimas, permitiendo a cada individuo ejercitar su propia libertad e insistiendo en su libre desarrollo. A través de él se potenciarán las diferentes instituciones y, por medio de la libertad de enseñanza, de la libertad de asociación, de la libertad de comercio, etcétera, se irá constituyendo (no sin tropiezos y dificultades, pero sí inexorablemente, porque la razón humana siempre hallará el camino adecuado para su consecución) el «Estado cosmopolita» de que hablaba Kant, y que Sanz del Río define como el fin a conseguir por la Humanidad.

Filosofía de la Historia

Y en este punto aparece la Filosofía de la Historia, como explicación del tiempo y el camino que la Humanidad ha de seguir para cumplir su propio proyecto. Para el krausismo el estudio de la Historia desvela la existencia de unas leyes y unos procesos hacia metas que sólo el conocimiento del Ser Fundamental y sus atributos nos proporciona con absoluta claridad.

A través de tres Edades históricas, la Humanidad está a punto de alcanzar la plenitud. La primera, o edad de germen, puede caracterizarse como la edad de la unidad: el hombre, protegido por seres superiores, vive en la ignorancia de su misión de relación con Dios. La sociedad es primitiva y no constituye propiamente un Estado. El hombre es inocente. Se trata de la Edad de Oro primigenia.

Francisco Giner de los Ríos
Francisco Giner de los Ríos

En la segunda Edad, que a su vez se divide en tres estadios, el hombre es consciente ya de su separación de Dios. La tiranía es la forma de gobierno, y el politeísmo su manera de relacionarse con el Ser Superior. En el segundo estadio aparece el monoteísmo y empieza a cuestionarse la tiranía como ejercicio de poder. Sin embargo, la intolerancia predomina sobre la libertad de expresión y de ciencia, que solamente en el tercer período comienzan a abrirse paso.

A partir de él, los hombres comprenden que todos los aspectos del hombre deben ser cultivados para su completa realización: el cuerpo y el espíritu necesitan desarrollos paralelos, en lugar del desprecio que el primero merecía en la fase anterior. La ciencia se desenvuelve en todos sus campos, posibilitando el bienestar material y moral de todos los seres humanos y éstos comprenden su auténtica relación con el Ser Supremo, sin mengua de su propia dignidad,

De esta visión de la Historia, propia del optimismo racionalista del XIX, podemos destacar varios factores, de alcance verdaderamente revolucionario en la España decimonónica. En primer lugar, el concepto del hombre, como un ser absolutamente digno, bello, bueno en sí. Y esto, cada hombre de la Humanidad, del pasado, presente o futuro. La absoluta igualdad de los hombres ante Dios. En segundo lugar, y unido a ello, la necesidad de estudiar la historia de la humanidad desde esa perspectiva, que no deja de guardar relación con el auge de los estudios sociológicos y antropológicos que tanto predicamento alcanzan en la España de final de siglo, propiciados por el pensamiento positivista. En tercer lugar, la supremacía de la ciencia y de la razón como criterio supremo en las relaciones entre los hombres.

Del conjunto de las teorías de la Moral, el Derecho y la Filosofía de la Historia surge la aspiración de un nuevo modelo de hombre, capaz de llevar a cabo ese proyecto.