XI. La sociedad isabelina. Cambios de época

Por Germán Rueda Hernanz, Universidad de Cantabria.

¿Son más los cambios que las constantes?

La idea generalizada de que la sociedad española desde finales del siglo XVIII hasta principios del XX apenas si tuvo cambios significativos, procede, en mi opinión, de una anacrónica actitud que pretende encontrar modificaciones semejantes en el siglo XIX a las que hubo en el XX y a la comparación inadecuada de la evolución española con la que se dio en países de un grado y ritmo de desarrollo distinto, especialmente los anglosajones. Por otra parte, la imagen de una sociedad muy arcaica en la España de la Restauración, a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, llevó a la interpretación de que difícilmente se habían podido producir cambios.

La realidad es que un atento análisis de los censos, así como otros datos y hechos nos orientan al doble sentido de cambios y constantes. Los cambios son de suficiente entidad para sentar las bases de una transformación mucho más profunda y general que se dio en la sociedad española del siglo XX. Las constantes se dan en otros muchos aspectos que, por inercia, pueden llevar a considerar la sociedad española como atrasada y con escasa vitalidad en contraste con las de algunos países especialmente avanzados del mundo occidental.

Con los presupuestos anteriores, se pueden advertir algunos fenómenos claros:

  1. La población activa (y sus dependientes) que vivía del sector primario había descendido desde principios del siglo XIX a 1877 de algo más del 70% a menos del 60%. Por el contrario, quienes vivían de los servicios y de la industria habían aumentado considerablemente tanto que, si tenemos en cuenta el crecimiento demográfico se traduce en cerca de un millón seiscientas mil personas
  2. Predominaban los analfabetos, especialmente entre las mujeres, al sur del Tajo y en la España rural. Sin embargo, este factor no era igual a principios del siglo XIX que en torno a 1900. Los índices no ofrecen lugar a dudas. El descenso general, casi un 30%, fue más acusado entre las mujeres que entre los hombres, aunque la diferencia seguía siendo enorme: en 1900 un 70% de las mujeres eran analfabetas frente a menos del 50% de los hombres. Aun con muchos matices, lo significativo, y lo que debe interpretarse en comparación con su propia realidad y no con la actual, es que el número de alumnos de enseñanza primaria se multiplica por tres en menos de cuarenta años, en el período que va desde 1846 a 1880 (de más de 650.000 a cerca de 1.800.000) y que tienden a equilibrarse el número de alumnos y el de alumnas. En ese mismo tiempo se duplican las escuelas, pero aumentan en mayor proporción las femeninas. En todo caso, alumnos y escuelas crecen a un ritmo considerablemente superior al del aumento vegetativo de la población.
  3. A lo largo de las primeras décadas del siglo XIX se observa una preponderancia de las clases bajas. Aunque todo es relativo (y mucho más las clasificaciones sociales), agrupando diversos epígrafes socioprofesionales, se puede aventurar que las clases más bajas son hacia 1797 un 65% de la población. Enorme diferencia que tiende a ir disminuyendo muy lentamente a lo largo del siglo.
  4. Es casi obvio señalar la consiguiente debilidad de las clases medias, que en las primeras décadas del siglo XIX comienzan a incrementarse con diversos grupos. Se amplía sobre todo en las capitales de provincia y pueblos grandes, casi siempre coincidentes con las cabezas de partidos judiciales. Los empleados públicos civiles casi se triplican en número entre 1797 y 1877 y son bastante más del doble por habitante entre esas fechas. El Estado, tomado en su conjunto, no tendrá la misma fuerza y servicios que en el siglo XX, pero tampoco sería justo no apreciar el cambio que se ha producido. Algo semejante ocurre con el número de profesores de enseñanza media y universitaria estudiantes, abogados, técnicos civiles y otras profesiones liberales. Su ampliación es un indicador del incremento de la actividad en sus respectivos ámbitos. El ejército y la armada arrastraron los efectos de las sucesivas guerras acumulando un excesivo número de jefes y oficiales, que venían a representar una proporción de uno a dos con respecto a la tropa. En tiempos de paz, el conjunto de los militares estaba constituido por unos cincuenta mil profesionales y unos cien mil soldados.
  5. Aumenta el porcentaje de labradores autónomos, especialmente en la España situada al norte del Tajo, oeste del Júcar y norte del Segura. En la Meseta norte y en Levante se percibe el fenómeno con más claridad que en otras zonas de España. Varios cientos de miles de antiguos labradores arrendatarios y pequeños propietarios que a principios de siglo se podrían situar en las clases bajas, gracias al proceso desamortizador desde 1766 y a la desvinculación en las provincias de Alicante y Valencia, se consolidan y mejoran hasta formar parte de las clases medias y, unos pocos, de la burguesía de los negocios.
  6. También como consecuencia de la desamortización, en unión de otros fenómenos, otros cientos de miles de pequeños labradores y jornaleros, especialmente al sur del Tajo-Segura y oeste del Júcar, van a tener más dificultades de trabajo (pierden los arrendamientos y las tierras comunales) y se convierten en jornaleros. La imposibilidad de que la agricultura pueda absorber a esta nueva mano de obra incrementada por el crecimiento demográfico lleva a emigrar, antes o después. Ya en la primera mitad del siglo XIX, se constata una cierta movilización de la población campesina (especialmente de los pueblos mayores), que emigra a las ciudades emergentes. Por el hecho de que la inmensa mayoría de la población española del siglo XIX vive en pueblos, esta modificación no es tan importante en el mundo rural como en algunos núcleos de población urbanos beneficiarios de esa afluencia de habitantes que se dedicarán a la industria y los servicios.
  7. Como se comprueba en el estudio de la economía de la época, y siempre en términos relativos, hay un claro avance industrial en algunas zonas españolas. A partir de la imbricación de este fenómeno con el anterior, se puede observar el nacimiento (en Barcelona y sus alrededores, el crecimiento) del proletariado industrial. En este mismo sentido, hay que citar la demanda de mano de obra de la construcción del ferrocarril, que constituirá también un nuevo tipo de «proletariado» muy parecido al industrial. Mientras que en el censo de 1797 los que se dedican a la minería y a la industria relativamente moderna son unas pocas decenas de miles de personas, son cerca de doscientos mil en 1860 y superan el millón en 1900.
  8. La burguesía de los negocios es muy baja en número, pero crece. De acuerdo con los resultados de los censos desde 1860 a 1900, de no fácil interpretación, la burguesía de los negocios representa aún una pequeña parte en proporción al resto de la población, aunque se ha multiplicado. Los comerciantes y las personas dependientes de ellos son cuatro veces más desde 1797 a 1877. Obviamente, en su mayoría eran minoristas pero los mayoristas «con almacén abierto», en expresión de Vicens Vives, se multiplicaron paralelamente.
  9. Los eclesiásticos y sus auxiliares disminuyen bruscamente. En relación con el censo de 1797, en 1860 y en 1900 el clero secular es un tercio menos y la mitad menos en números absolutos, pero combinándolo con el crecimiento de la población el resultado es que ha pasado de un sacerdote por 160 habitantes a uno por más de 550. Mucho mayor aún fue la disminución de religiosos, aunque se recuperarán lentamente desde 1875. El descenso del clero no afectó al clero parroquial (que no es exactamente lo mismo que el clero secular), ni a las parroquias, que permanecieron con un número muy semejante en toda la centuria. No sólo se trataba de la cura de almas: tampoco los médicos aumentaron. Tanto los sacerdotes parroquiales como los médicos eran unos 21.000 y 14.000, respectivamente, a principios del siglo y una cantidad algo más elevada en los años sesenta y décadas siguientes hasta 1900, pero con un crecimiento menor que la población. La «institución» permaneció, aunque probablemente con más trabajo. Al sustituir a su colega anterior, cada cura o cada médico tendría que atender a más parroquianos o enfermos.
  10. Se modifica sustancialmente el peso social de la nobleza. Este fenómeno afectó tanto a los «hidalgos», que se verán desposeídos de sus privilegios del Antiguo Régimen, como a la aristocracia titulada que, además de perder los beneficios que conllevaban señoríos y derechos fiscales, en ocasiones derrochará su patrimonio, lo que llevó a un empobrecimiento de algunas casas. Su influencia y poder eran aún abundantes en las primeras décadas del siglo XIX, pero esta realidad no debe confundir respecto al declive más o menos lento en el que han entrado desde finales del siglo XVIII.
  11. El transporte de bienes experimentó un cambio profundo, sin comparación posible con la situación conocida hasta entonces. El ferrocarril generó la posibilidad de llevar a muchos puntos del país o del extranjero algunas mercancías que, o bien por ser productos de gran peso, como minerales de las zonas del interior, o por ser corruptibles (derivados de la leche, pescado o fruta), hasta entonces se habían explotado relativamente poco. En definitiva, creó mercados nuevos y dio un paso decisivo en la integración del mercado nacional y la exportación. Importante también va a ser la multiplicación del volumen de correspondencia y la difusión de los periódicos, favoreciendo con ello la integración social y cultural del país.
  12. Se popularizan y se difunden por toda España los espectáculos de masas. Las corridas de toros, el teatro y el circo se convierten en lugares de encuentro, de convivencia y de relación social. Lo eran para la mayoría de la población, en mayor o menor medida y en determinadas épocas del año, como las ferias. La gran novedad es la construcción de plazas y de teatros, edificios a los que debe aspirar toda localidad que se precie. Los teatros estables eran unos treinta antes de 1825. Entre 1825 y 1850 se construyeron otros ciento treinta, y una cantidad similar en la década de 1850 a 1860. El ritmo de construcciones siguió en las décadas siguientes. Por otra parte, hacia 1860, el aforo de las plazas en el conjunto de España se aproximaba al medio millón. En 1880, era de cerca de 700.000 sólo el de las principales. La creciente afición había hecho que muchas de las antiguas tuviesen que agrandar el espacio de los espectadores. Además, se había construido otro buen número de plazas. Probablemente su capacidad llegase al millón si contásemos también las plazas de menos de 3.000 localidades. Pero también se puede observar el mundo de relaciones que se crean en lugares tan distintos y distantes como el Liceo de Barcelona o la plaza de toros de Zafra. En ambos espacios, cada palco es de una familia que acude a ellos asiduamente.
  13. El fenómeno asociacionista aumentó llamativamente desde 1840 hasta finales del siglo XIX, aunque no deja de ser un fenómeno vinculado a una minoría. Hacia 1860, doscientos o trescientos mil españoles, entre los que predominaban los varones de las clases medias, se organizaban en distintas sociedades constituidas con la intención fundamental de articular la convivencia y las relaciones sociales. En total, son algo más de mil, que corresponden a las asociaciones de las que hay datos estadísticos: los casinos, círculos y similares, más las sociedades científicas y culturales, como los ateneos.
  14. Así como «Academias» y Sociedades Económicas de Amigos del País eran el reflejo del espíritu ilustrado y elitista, los ateneos simbolizan el nuevo espíritu del ciudadano libremente asociado para el debate, la crítica y la producción cultural. Éstos se convierten en instituciones de gran influencia ideológica y de cambio social. La mayoría de los ateneos se convirtieron en el centro de la cultura de cada localidad donde se instalaron y mantuvieron este papel hasta bien entrado el siglo XX.

He señalado algunas modificaciones, la mayoría muy lentas que apenas podían ser apreciadas por los propios españoles de la época. En cualquier caso, no conviene exagerar los cambios. No hay que pensar que la sociedad española se ha transformado profundamente. Si no todo fue invariable, hay que admitir que la transformación española es semejante a la que se daba por entonces en la Europa mediterránea, pero más lenta e inestable que la que, paralelamente, se estaba dando en los países que, por entonces, llevaban a cabo la Revolución Industrial.

Los censos muestran claramente que aún estamos en una sociedad preindustrial, con una inercia básica en nuestra evolución social. Lo determinante de la sociedad es que continúa habiendo una amplísima base de clases bajas que en su mayoría habita en medios rurales. Predominan, e incluso se han incrementado, los tradicionales tipos de jornaleros y criados del campo. El emplazamiento geográfico de la población y la distribución por actividades económicas nos transmiten la imagen de una sociedad ruralizada.

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