Entre amigos: Ramón Acín y sus contemporáneos

Decían los antiguos, con Platón y Aristóteles a la cabeza, que el hombre es un ser sustancialmente político, es decir, alguien configurado íntimamente en y por sus relaciones sociales, de manera que sólo puede alcanzar plenamente lo que la Naturaleza le otorga en su condición de ciudadano. Mucho más recientemente, Lev Vygotski, el muy celebrado psicólogo ruso del periodo revolucionario, incidía también aunque de otra forma en lo mismo. Sostenía Vygotski que el ser humano desarrolla y perfila sus capacidades psíquicas superiores en virtud de su relación con los semejantes.

La peculiar forma de ser ciudadano que cultivó Acín habla de él tanto como su condición de artista multiforme. Ramón Acín no sólo sirvió con su vida y su inteligencia al arte sino que trató además de modelar el arte para enriquecer y mejorar la vida y, al igual que otros creadores, intelectuales y bohemios de la Belle Époque, podría decirse que pretendió, como Alejandro Sawa, Valle-Inclán u otros menos afortunados en el intento, hacer de su vida la primera obra de arte. Fue este un afán muy propio de los años finiseculares y lo cierto es que arrancaba de actitudes de corte aristocrático. El superhombre nietzscheano, el dandismo, la sacralización del arte eran distintas muestras del malestar que provocaba en algunos sectores el acabamiento de los restringidos sistemas decimonónicos de toma de decisiones políticas o de difusión de la literatura y las artes. Echaba a andar de modo inevitable un nuevo momento: el de la conversión masiva de jornaleros del campo en obreros industriales, el del sufragio universal masculino (instaurado en España en 1890), el de la prensa de gran difusión (destinada entre otras cosas a dirigir el voto de los recién llegados), el de la configuración de la llamada sociedad de masas que tanto daría que pensar y que recelar a los Ortega, Curtius, Canetti, etc.

Individuo y conciencia social

Pero en las últimas décadas del XIX, como por otra parte parece que suele suceder siempre, la difusión de las ideas y de los autores más influyentes supuso también su adulteración. Por eso el anarquismo pudo combinar la defensa tenaz del individuo con una aguzada conciencia social. Si había entonces un cuerpo ideológico variado y poliédrico por definición era el del anarquismo, donde el polifacético Acín encontró pronto su acomodo ético. Desembocaban ahí el vitalismo e individualismo de entonces -que tanto debían a Nietzsche- a la vez que el legado histórico de las luchas sociales de los últimos tiempos. Con todo, el anarquismo finisecular se hacía capaz de otorgar respaldo ideológico al descontento a la vez que concedía un amplio margen para la búsqueda personal a quien se instalaba en sus parámetros. Hubo así en los años de entresiglos un anarquismo literario y artístico en el que concurrieron escritores como Azorín o julio Camba, que poco más tarde se acomodarían en el conservador ABC.

El anarquismo que heredan Acín y los de su generación está ya tamizado por el filtro sindicalista de la CNT, nacida entre 1910 y 1911, pero no cabe pensar que el cuerpo de doctrina hubiera cambiado mucho en tan pocos años. Por otra parte, para Acín, como decíamos, no parece que arte y vida fueran asuntos muy distintos. Y si eludía los materiales nobles en sus manufacturas y buscaba formas de vanguardia accesibles a todos, el arte de vivir se impregnaba en su caso de ética y de pedagogía. Y si quiso hacer de su vida una obra de arte no parece que anduviera muy lejos de lograrlo a tenor de los testimonios que han perdurado. ¿Cómo se entiende si no que un conocido y combativo anarcosindicalista fuese apreciado en su Huesca natal lo mismo por obreros y campesinos que por los próceres de la urbe? ¿Cómo se explica que un temprano y ejerciente militante de la CNT, delegado sindical en congresos y órganos de decisión, mantuviera estrecha amistad con el germanófilo «Silvio Kossti» (Manuel Bescós) o con los nada radicales López Allué o Ricardo Compairé, el excepcional fotógrafo y farmacéutico? Así, a través de la mirada de sus coetáneos, tal vez se pueda perfilar algo más la ya bastante definida y reconocida silueta de Ramón Acín. Varios de sus correligionarios y amigos nos han legado testimonios reveladores para este propósito.

Como otros aragoneses de su hornada, Acín empezó a palpitar políticamente con el impulso del regeneracionismo finisecular y en especial con el halo radical y mítico que desprendía, sobre todo en Aragón, el último Costa. Si D. Joaquín (1846-1911) encauzó su descontento final frente al sistema de la Restauración en un republicanismo-grandilocuente y casi levantisco, Acín y sus jóvenes amigos iniciaban su protesta donde había concluido la del Grande Hombre(1). Poco después de la muerte de Acín en el inicio de la guerra civil, el que fue probablemente su amigo más fiel a lo largo de los años y sin duda uno de los más intensos, Felipe Alaiz, escritor anarquista de Belver de Cinca, evocaba el radicalismo juvenil que habían compartido:

«Ramón Acín con Bel, Samblancat, Maurín y yo formamos en el Altoaragón desde 1915 a 1920 una guerrilla con todas las características de alianza antifascista (...). Gil Bel, Samblancat y él [Maurín] editaron una revista en Huesca que se titulaba Talión. ¡Ojo por ojo, diente por diente! Ramón Acín y yo estábamos poco quietos. Yo andaba saltando fronteras y Acín también (...).(2)»

Talión y sus circunstancias

De Talión no se conserva hoy sino un artículo contra Alfonso XIII que fue rescatado como prueba inculpatoria en el proceso judicial que padeció su autor, José Ayala Lorda, pero por los testimonios que nos han llegado sabemos que fue un humilde semanario de corta duración (salió entre los últimos meses de 1914 y la primera mitad de 1915) aunque de honda resonancia en la indolente vida política oscense. El periódico lanzó dardos afilados contra el caciquismo y la monarquía; no en vano sus hacedores se confesaban republicanos sin resquicios. El empeño de Talión resultaba, pues, en bastantes sentidos continuador del emprendido antes por Costa. Y si en aquel momento Camo y sus secuaces habían conseguido silenciar los ecos del polígrafo, a quien llamaban con menosprecio «el conocido notario de Graus», también ahora los continuadores del paradigmático cacique de la Restauración lograron pronto amortiguar los golpes de los atrevidos escritores de Talión, porque menudearon los procesos y las denuncias contra los redactores hasta acabar con la publicación. El recuerdo de uno de los más significados colaboradores de Talión, Ángel Samblancat, ilustra el talante del periódico:

«En Huesca yo creé una juventud, la de Talión. Desde El Iconoclasta, aquella ha sido la única pedrada que ha roto la mudez y la inmovilidad de muerte del pantano. Pero los cazadores de la monarquía me entraron en la cueva y me dispersaron las crías. Sin embargo, el trabajo de aquellos chicos no ha sido inútil. El caciquismo de mi tierra clavado lleva el puñal en el corazón. No falta más que una mano enérgica que lo empuñe de nuevo y se lo hunda en el pecho hasta el mango(3)

No parece que Acín -como ya advertía Alaiz- participara directamente en la aventura de Talión, ente otras cosas porque por entonces disfrutaba de una beca de la Diputación de Huesca que le permitió vivir entre Granada, Toledo y su lugar natal desde 1913 a 1915. Pero el grupo de acción que nombraba Alaiz concurriría poco después en Ideal de Aragón (Zaragoza) o de modo más ocasional en España Nueva (Madrid) y Lucha Social (Lérida). Además, casi todos llegaron a la CNT por las mismas fechas, entre 1918 y 1920, años de gran impronta social de la central anarcosindicalista, de modo que aparte de un denso entramado de relaciones humanas, conformaron un grupo trabado por las ideas. Alaiz y Acín se habían conocido ya en los años últimos del XIX, cuando ambos trataban de iniciar sus estudios de bachillerato en Huesca. Luego, Acín comenzó sus colaboraciones en El Diario de Huesca en 1912, mientras era director Luis López Allué, y Alaiz empezó a firmar en el mismo periódico en los primeros meses de 1913, seguramente traído de la mano de su amigo. En el verano de este mismo año, camino de París, Ramón Acín recalaba una temporada en Barcelona al ser requerido por Samblancat para sacar un periódico, La Ira, que sería sancionado e interrumpido enseguida, con sólo dos números en la calle.

Desde la CNT

Sabemos que Acín acudió como delegado al multitudinario congreso cenetista que se celebró en el Teatro de la Comedia de Madrid en diciembre de 1919, allí destacó como orador y defendió, con otros, la ponencia que aludía a las relaciones de la CNT con la prensa. Entre el público que seguía el congreso estaba Joaquín Maurín, que entonces cumplía su servicio militar en la capital, y en calidad de cronista del acontecimiento había acudido Ángel Samblancat, que al parecer tenía carné confederal ya desde 1917 (4). No hay constancia del momento en que Acín ingresó en la CNT pero sí parece, por lo que recordaba el anarquista caspolino Manuel Buenacasa, que militaba ya en los años inmediatamente anteriores al congreso: «Cuando alguno de sus amigos acudía a Barcelona allá por los años 1916 a 1918, siempre se me decía lo mismo:'Con las ganas que tiene de conocerte personalmente'». Finalmente, se encontraron en la primera mitad de 1919: «me percaté enseguida -decía Buenacasa- del influjo moral y espiritual de Ramón en Huesca y su provincia. Era el compañero querido y admirado por todo el pueblo(5)». Otro destacado militante confederal, que conoció y reconoció como maestro a Ramón Acín, el albalatino Félix Carrasquer (1905-1993) anotaba:

«De su actitud enhiesta contra el privilegio y de acercamiento a los desposeídos y menospreciados, todo cuanto se diga ha de ser poco. Habitado desde muy joven por un sentimiento profundo de amor al hombre, no podía permanecer impasible ante el caótico panorama reinante (...). De su habitual y discreto apoyo a los humildes tuve conocimiento hace ya muchos años por unos compañeros de Huesca (...).(6)»

También Maurín y Sender evocaban como referencia compartida y segura la amistad con Acín cuando ambos emprendían su prolongada relación epistolar en los inicios de 1953: «Yo estudié en Normal de Maestros de Huesca en 1911-1914. Fue un gran amigo mío Ramón Acín», apuntaba Joaquín Maurín. Y Sender respondía enseguida: «Yo también fui muy amigo de Acín.(7)» Mucho antes, Gil Bel (1895-1949), escritor anarquista de Utebo, hablaba de Acín con acierto profético a propósito de su entonces recién aparecido libro, Las corridas de toros en 1970:

«Tú has desmentido los dichos. 'Nadie es profeta en su tierra' ¿Cómo has triunfado, Ramón, cómo has triunfado? En honor tuyo diré que no lo esperaba (...). Porque en todas partes, y especialmente aquí, el que viene como tú, el que da lo que tú, sólo encuentra inconvenientes y sólo encuentra estacazos y pistoletazos. En fin; esto ya lo sabes tú.(8)"

Trágica premonición la de Bel pero a la vez atisbo certero del «triunfo» sin resquicios que la posteridad le ha concedido a Ramón Acín, también y sobre todo en su tierra. La jovialidad, el «optimismo intransigente», -como decía Felipe Alaiz de su amigo-, ese caminar «de mal en mejor», que consignaba con humor el propio Acín, dan idea de un hombre que supo encarnar el optimismo histórico de la «Belle Époque», de los «felices veinte», pero que además tanto se aproximó a ese «hombre nuevo» reclamado con insistencia en los años treinta, alguien dotado de libertad e inteligencia para la creación soberana pero a la vez provisto de entrañas solidarias para sentir como propio el dolor ajeno sin necesidad de resortes ni recompensas metafísicas.

Por JOSE DUEÑAS LORENTE, Universidad de Zaragoza

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Notas:

  1. Vid. José Dueñas Lorente, Costismo y anarquismo en las letras aragonesas: El grupo de "Talión" (Samblancat, Alaiz, Bel, Maurín), Zaragoza, Publicaciones del rolde de Estudios Aragoneses, 2000, 360 págs.
  2. Felipe Alaiz, Vida y muerte de Ramón Acín, París, Umbral (s.a.), págs. 15-16, 1ª edic. 1937.
  3. "Leones de Aragón", Ideal de Aragón, 49, 12 de agosto de 1916, pág. 1.
  4. Durante semanas, Samblancat publicó en España Nueva de Madrid sus impresiones del congreso. La referida a Acín, "Figuras del Congreso Rojo. Ramón Acín", apareció el 11 de febrero de 1920.
  5. Manuel Buenacasa, El movimiento obrero español, 1886-1926. Historia y crítica, Madrid, Júcar, 1977, págs. 238-239.
  6. Félix Carrasquer, "Recordando a un oscense ejemplar", Manuel García Guatas (ed.), Ramón Acín, 1888-1936, Huesca-Zaragoza, Diputaciones Provinciales, 1988, pág. 34.
  7. Francisco Caudet, Correspondencia Ramón J. Sender-Joaquín Maurín (1952-1973), Madrid, Ediciones de la Torre, 1995, págs. 86-90.
  8. Gil Bel, "Las corridas de toros en 1970", La Democracia, [Zaragoza], 48, 2 de junio de 1923, pág. 2.