IV. Ilustración, ciencia y técnica en la España de Carlos III (Continuación)

2. La Ciencia y la pública felicidad.

Por José Luis Peset. IH – CCHS – Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

De Carlos III nos ha llegado la imagen del rey prudente pero enérgico, que supo rodearse de buenos ministros, que llevaron adelante una política ilustrada, queriendo en defensa de la religión y la Corona mejorar la nación en construcción y el bienestar de los súbditos1. Poco se ha llamado la atención de que el denigrado polemista francés Nicolas Masson de Morvilliers, quien desencadenó la primera polémica de la ciencia española, dejara palabras amables para los nuevos tiempos y esperanzas para los futuros. Según él las reformas y las novedades podían suponer el comienzo de la rehabilitación de España. Son las mismas palabras de los finales de Cartas marruecas, en la número LXXVIII, en que José de Cadalso anuncia el nacimiento de una nueva España, que él no conocería y las guerras y crisis se encargarían como siempre de impedir.

"Poco a poco fuimos oyendo otras voces y leyendo otros libros, que, si nos espantaron al principio, después nos gustaron. Los empezamos a leer con aplicación, y como vimos que en ellos se contenían mil verdades en nada opuestas a la religión ni a la patria, pero sí a la desidia y preocupación, fuimos dando varios usos a unos y a otros cartapacios y libros escolásticos, hasta que no quedó uno. De esto ya ha pasado algún tiempo, y en él nos hemos igualado con Vms., aunque nos llevaban siglo y cerca de medio de delantera. Cuéntese por nada lo dicho, y pongamos la fecha desde hoy, suponiendo que la península se hundió a mediados del siglo xvii y ha vuelto a salir de la mar a últimos del de XVIII."2

José Cadalso sabía bien, como también Luis María García del Cañuelo, desde El Censor, que la gran ciencia renacentista española había perecido y que las naciones vecinas nos superaban. Pero muchos otros contendientes salieron en defensa de la nación española y su ciencia, apoyados en la tradición humanista, así como en la médica, jurídica y técnica. Era la defensa de una España desinteresada en el saber científico, o bien consciente de que una tradición utilitaria de la ciencia siempre nos ha acompañado. Entre otros levantaría su voz el valenciano Antonio José de Cavanilles, sin duda buen representante del científico de la época. Clérigo y universitario, para los ascensos en su carrera le favorece ser preceptor de muchachos nobles. Así, puede ir a Francia donde aprende la nueva botánica en el Jardin des Plantes, bajo la influencia de la familia Jussieu, apoyada en la historia natural moderna3. Herborizó en diversos lugares e hizo un famoso viaje por Valencia, en que mostró el interés por su tierra, además de buscar la mejora y el bienestar propios de la Ilustración. Más tarde se integrará en una de las principales creaciones científicas de los Borbones, el Jardín Botánico madrileño, cuya puerta del Paseo de Prado nos recuerda al rey Carlos.

  1. SELLÉS, Manuel; José Luis PESET; Antonio LAFUENTE (compiladores). Carlos III y la ciencia de la Ilustración. Madrid: Alianza Editorial, 1988. GARCÍA BALLESTER, Luis; José María LÓPEZ PIÑERO; José Luis PESET (directores). La ciencia y la técnica en la Corona de Castilla. Valladolid: Junta de Castilla y León, 2002, 4 volúmenes. LÓPEZ PIÑERO, José Mª. Ciencia y técnica en la sociedad española de los siglos XVI y XVII. Barcelona: Editorial Labor, 1979. MARTÍNEZ RUIZ, Enrique; Magdalena de Pazzis PI CORRALES (editores). Ilustración, ciencia y técnica en el siglo XVIII español. Valencia: Universidad de Valencia, 2008.
  2. CADALSO, José de. Cartas marruecas. Edición de Emilio MARTÍNEZ MATA. Estudio preliminar de Nigel GLENDINNING. Barcelona: Crítica, 2000, pp. 194-195. GARCÍA CAMARERO, Enrique; Ernesto GARCÍA CAMARERO. La polémica de la ciencia española. Madrid: Alianza Editorial, 1970. MANDADO GUTIÉRREZ, Ramón E.; Gerardo BOLADO OCHOA (directores). “La Ciencia Española”. Estudios. Santander: Real Sociedad Menéndez Pelayo, Publican
    Ediciones, 2011.
  3. PESET, José Luis. “Le Muséum et la Couronne Espagnole”, en BLANCKAERT, Claude; et al. (directores). Le Muséum au première siècle de son histoire. París: Archives du Muséum National d’Histoire Naturelle, 1997, pp. 569-580. PUERTO SARMIENTO, Francisco Javier. La ilusión quebrada. Botánica, Sanidad y Política Científica en la España Ilustrada. Barcelona / Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas : Serbal, 1988.

Sin duda fue este un buen ejemplo de las fundaciones científicas ilustradas, si bien no era original, pues jardines botánicos había siglos atrás en monasterios y conventos, universidades, palacios y hospitales, que en el renacimiento se extendieron buscando belleza o bien utilidad. Desde antiguo tenían una función farmacéutica, pues las plantas eran el principal remedio terapéutico a utilizar. En efecto, el médico hipocrático a la cabecera del enfermo pensaba en primer lugar en la dieta, en la regulación de la vida, en segundo en los remedios botánicos y en tercero en la cirugía, muy peligrosa hasta bien avanzado el siglo XIX. Los jardines botánicos eran sobre todo destinados a obtener plantas médicas, cuya comercialización se activó con el descubrimiento de América. Tras las drogas y especias tradicionales venidas de Oriente, comenzaron las americanas como la quina o el bálsamo de Perú, algunas fueron incluso cultivadas en huertos de terapeutas interesados en las nuevas drogas, como Nicolás Monardes en Sevilla.

Al renacimiento del saber europeo se habían añadido las novedades americanas, así las útiles plantas allí descubiertas, que justificaban los intentos de traer esos productos, e incluso aclimatarlos y cultivarlos. El elevado precio de los remedios orientales, los peligros de la navegación debidos a los otomanos, y la eficacia de las plantas americanas justificaban este comercio. Los jardines compartían el valor de ser lugar de recreo de nobles y pudientes, como los Osuna, con el de tesoro de géneros importantes para la industria, la farmacia e incluso para regalos entre poderosos e instituciones científicas. Casimiro Gómez Ortega controló por años el Jardín, con intención médica y de aprovechamiento colonial, hasta que Antonio José de Cavanilles lo convirtió más tarde en centro de investigación, introduciendo las nuevas clasificaciones y una botánica más científica, aprovechando sus instalaciones, así como sus ricas colecciones españolas y coloniales.

Junto a las plantas, llegaron también de todos los puntos del Imperio, minerales y ricos objetos. La plata y el oro en primer término, pero también piedras preciosas, y muchos tesoros antropológicos, religiosos, artísticos y arqueológicos. Carlos III y sus servidores no solo se interesaron por las antigüedades romanas, también surgieron los primeros sabios apasionados por el mundo americano, y asiático4. A la vez que el Jardín se había creado el Real Gabinete de Historia Natural —origen del Museo de Historia Natural— en que se guardaron muchas de esas maravillas. El origen está en las colecciones de Pedro Franco Dávila, enriquecidas siempre por mil medios. No se pueden olvidar los nombres de naturalistas tales como Guillermo Bowles y Cristiano Herrgen, José Clavijo e Ignacio J. de Asso, José Quer, Casimiro Gómez Ortega, Antonio Palau y Félix de Azara. Estas instituciones fueron cabeza de las expediciones científicas, en las que la marina tuvo un papel destacado.

En efecto, el ejército fue muy buena muestra de la renovación ilustrada, pues era clave en la recuperación de la nación que los Borbones querían grande, poderosa y rica. En ese ejército renovado se quería conseguir unos mandos distintos a la vieja nobleza, era necesario que fuesen cultos y bien preparados5. Su papel no fue tan solo el marcial, pues sus profesionales colaboraron en la construcción de la nueva nación, siendo los primeros técnicos especializados y formados en instituciones modernas. Siendo precisos nuevos centros de formación, como desde principios de siglo se sabía, habían surgido las academias militares de ingenieros, marinos, cirujanos, artilleros..., que fueron renovadas y ampliadas. Los nuevos militares contaron con instalaciones modernas y adecuadas y conocieron la ciencia moderna, matemáticas y física, química e historia natural, sin olvidar desde luego una importante formación técnica y práctica.

De todas formas, la preparación en el ejército o en alta mar siguió siendo importante y los más destacados militares fueron también al extranjero a formarse en ciencia y técnica. El caso de Jorge Juan y Antonio de Ulloa es notable y pionero, cuando fueron enviados como jóvenes guardiamarinas a acompañar a la expedición de Charles-Marie de La Condamine al Perú —organizada por la Academia de Ciencias de París— para averiguar la figura de la Tierra. A su vuelta se convirtieron en pilar necesario de la ciencia y la técnica —también de la administración— mejorando las nuevas instituciones, la navegación y la fortificación, incluso la enseñanza en las academias de bellas artes y en las universidades, cuando con apoyo de Jorge Juan, el matemático Benito Bails escribe y publica sus libros de texto puestos al día, así Elementos de matemáticas (1772). El Observatorio y la Academia de Cádiz fueron necesarios para la recuperación científica6. La geografía y la cartografía fueron siempre importantes, así Vicente Tofiño describió el Derrotero de las costas de España (1787). Alessandro Malaspina, Dionisio Alcalá Galiano o Gabriel Ciscar fueron otros marinos de gran cultura.

  1. ALCINA FRANCH, José. Arqueólogos o Anticuarios. Barcelona: Ediciones del Serbal, 1995. VILLENA, Miguel;
    et al. El gabinete perdido. Pedro Franco Dávila y la Historia Natural del Siglo de las Luces. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2009.
  2. ANDÚJAR, Francisco. Los militares en la España del siglo XVIII. Granada: Universidad de Granada, 1991. LAFUENTE, Antonio; José Luis PESET. “Las Academias Militares y la inversión en ciencia en la España Ilustrada”. Dynamis (Granada). II (1982), pp. 193-209. CAPEL, Horacio; Joan Eugeni SÁNCHEZ; Omar MONCADA. De Palas a Minerva.
    La formación científica y la estructura institucional de los ingenieros militares en el siglo XVIII. Barcelona / Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas : Serbal, 1988.
  3. GUILLÉN TATO, Julio. Los tenientes de navío Jorge Juan y Santacilia y Antonio de Ulloa de la Torre-Guiral y la medición del Meridiano. Novelda: Caja de Ahorros de Novelda, 1973. LAFUENTE, Antonio; Manuel SELLÉS. El Observatorio de Cádiz (1753-1831). Madrid: Ministerio de Defensa, Instituto de Historia y Cultura Naval, 1988. SAFIER, Neil. La medición del Nuevo Mundo. [Traducción de A. Lara Cast illo]. Madrid: Fundación Jorge Juan y Marcial Pons, 2016.

La mejora en la navegación y la construcción de navíos supuso tanto logros técnicos y administrativos, como mejores conocimientos de matemática y física, así la hidromecánica. El cálculo infinitesimal se difundió, a la vez que se introducía el newtonismo y el copernicanismo. Este interés en la formación de profesionales se ve bien en el prólogo del Examen marítimo de 1771 de Jorge Juan:

"La instrucción del Marinero, si exceptuamos los cortos principios en que se funda el Pilotaje, se ha considerado, hasta muy poco tiempo ha, de pura práctica. La fábrica del Navío, y otras Embarcaciones, y sus maniobras, que es el modo de manejarlas, ha estado siempre en manos de unos casi meros Carpinteros, y de otros puramente Trabajadores u Operarios: ninguna dependencia se creyó que tuviesen de la Matemática, sin embargo de no ser el todo sino pura Mecánica: Ciencia, quizás, la más difícil y más intrincada del mundo."7

Este importante libro de náutica ha sido situado tras los escritos de Pierre Bouguer y Leonhard Paul Euler, con el lejano antecedente de sir Isaac Newton. Es un estudio moderno de la mecánica de fluidos, a la luz de los conocimientos teóricos avanzados. Se basó en la experimentación, a la que aplicó las teorías vigentes, que desarrolló con nuevas ideas, que luego completó con la práctica. Escrito mucho antes (fue publicado poco antes de su muerte), las exigencias del mando y la obediencia llevaron a Juan a ser un técnico al servicio de la Corona, desempeñando importantes misiones en construcción, fortificaciones y puertos, incluso tareas diplomáticas, al ser nombrado embajador en Marruecos. Se lamentó de no poder realizar la observación de un paso de Venus, que se hizo en Cádiz, por estar siempre embarcado en mil encargos8.

Llegamos así a otras dos instituciones, una antigua la universidad, otra moderna la academia sabia o científica. La universidad era desde la Edad Media la depositaria del saber heredado. Hasta el siglo XVIII en general se enseñaba la ciencia y la medicina —y el derecho y la teología— por viejos tratados de los autores clásicos, que eran leídos en latín, comentados y discutidos. Así es posible que hasta esta época llegasen autores como Hipócrates y Galeno, o bien Euclides o Aristóteles. Ahora se quería introducir la nueva ciencia por medio de volúmenes modernos, en castellano y puestos al día, se trató de los libros de texto cuyo formato ha llegado hasta hoy. Antes fueron precisas decisiones trascendentales para la reforma universitaria, me refiero a la reestructuración de los colegios mayores y la expulsión de la Compañía de Jesús. Ambas instituciones tenían un enorme poder tanto en las aulas como en la corte, pues educaban a la elite gobernante y disponían de poderosas instituciones. Sin embargo, con el extrañamiento de la Compañía, si bien necesario, se perdieron personajes e instituciones de enorme valor cultural y científico. Muchas de sus propiedades pasaron a la Iglesia, a las universidades, algunas instituciones como el Seminario de Nobles o el Colegio Imperial se convirtieron en notables centros de enseñanza, el primero con Jorge Juan al frente9.

  1. SIMÓN CALERO, Julián. “La mecánica de los fluidos en Jorge Juan”. Asclepio (Madrid). LIII -2 (2001), pp. 213-280, cita en p. 214. DIE MACUL ET, Rosario; Armando ALBEROLA ROMÁ. Jorge Juan Santacilia de “pequeño filósofo” a “Newton español”. Novelda: Augusto Beltrá, editor, 2015. ALBEROLA ROMÁ, Armando; Cayetano MAS GALVAÑ; Rosario DIE MACUL ET (editores). Jorge Juan Santacilia en la España de la Ilustración. San Vicent del Raspeig: Universitat d’Alacant : Casa de Velázquez, 2015.
  2. SANZ, Miguel. Breve noticia de la vida del Excelentísimo Señor Don Jorge Juan y Santacilia. Edición de Armando ALBEROLA ROMÁ y Rosario DIE MACUL ET. San Vicente del Raspeig: Universidad de Alicante, 2013. La importancia de las observaciones astronómicas fue subrayada por VERNET, Juan. Historia de la ciencia española. Madrid: Instituto de España, 1970, pp. 163-169.
  3. SIMÓN DÍAZ, José. Historia del Colegio Imperial de Madrid. Madrid: Instituto de Estudios Madrileños, 1992. GONZÁLEZ DE LA LASTRA, Leonor; Vicente José FERNÁNDEZ BURGU EÑO (editores). El Instituto de San Isidro saber y patrimonio. Apuntes para una historia. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2013.

Fue entonces posible la reforma universitaria que Carlos III encomendó a personajes notables y de confianza, como los condes de Floridablanca y de Campomanes. Se regularon los estudios, se cambiaron los planes de enseñanza, se mejoró el sistema docente y se procuraron nuevas instalaciones susceptibles de acoger la ciencia moderna10. Los planes de estudios fueron muy novedosos, algunos provinieron de personajes ilustres como Pablo de Olavide, Gregorio Mayans, o José de Masdevall. Otros procedieron de universidades como las de Valencia o Salamanca. Las nuevas instalaciones con que las universidades pudieron contar fueron notables, como jardines botánicos, anfiteatros anatómicos, hospitales para prácticas, colecciones de figuras, láminas, historia natural e instrumentos. La física moderna o la anatomía y la cirugía necesitaban de aparatos especiales. Los comentarios sobre los viejos maestros se cambiaron por el aprendizaje memorístico de los libros de texto. Las lecciones y su enseñanza se comprobaron por medio de prácticas y experimentos, exámenes y grados con dificultad creciente.

La facultad de medicina era la que propiamente se podía considerar científica en la universidad tradicional, pues tan solo en la facultad de artes (o filosofía) que era preparatoria a las demás había algo de ciencia, así física aunque aristotélica, o matemáticas, si bien algún profesor como Torres Villarroel se había dedicado a publicar calendarios y una excelente literatura. Ahora la renovación médica venía por la observación y la práctica, resurgir ligado al poderoso desarrollo de las coronas europeas que querían disponer de profesionales adecuados para atender a sus vasallos y a los ejércitos, a la nobleza y a la corte también. La innovación vino por tanto por los cirujanos del ejército, a partir de los Colegios de Cirugía que desde 1748 se crearon en Cádiz, Barcelona y Madrid. En ellos se introdujo la ciencia moderna, instalaciones adecuadas y prácticas para los estudiantes. La asistencia y la enseñanza en los hospitales fue empeño constante para estos profesionales, que consiguieron un notable ascenso social con el apoyo de las coronas. Incluso algunos eran enviados al extranjero para aumentar sus conocimientos, como fue el caso de Antonio de Gimbernat.

En 1762, en el comienzo del reinado, se publicó póstuma la obra del médico real Gaspar Casal Historia natural, y medica de el Principado de Asturias. Se trata de una obra fundamental en la Ilustración europea, pues muestra bien el hipocratismo que permitió la renovación de la medicina. El médico debía seguir los principios del tratado Sobre aires, aguas y lugares del apóstol de Cos. El ser humano era parte de la naturaleza y como tal se debía conocer en el medio en que vivía, esto dio lugar al estudio del hábitat humano, comenzando una seria preocupación por la higiene pública. También se estudiaron las relaciones que se establecían con la alimentación, el clima, los suelos y la vivienda —la higiene privada— y con los elementos peligrosos que pudieran rodearlo, la patología vieja y nueva. Estos estudios dieron lugar a la descripción de enfermedades nuevas, como es el caso de la pelagra o mal de la rosa, que señaló Gaspar Casal en Asturias, relacionándola de forma adecuada con la alimentación a base de maíz. También a las historias clínicas modernas, o bien al nacimiento de la estadística médica.

Los hospitales se modernizaron, por ejemplo el Real de Santiago11. Estos centros, atendidos hasta entonces por cirujanos, introdujeron médicos y ayudantes, guardaron historias clínicas, mejoraron el tratamiento y se reformaron buscando uso y tamaño adecuados. Los hospitales de Madrid con el nombre de General y de la Pasión, con edificio de Sabatini, tuvieron cerca el Colegio de Cirugía de San Carlos, que será el origen de la facultad médica cuando los liberales creasen la Universidad de Madrid, como sucedió en Barcelona. Se quiso también mejorar la sanidad, con medidas muy diversas, desde la limpieza y mejora de aguas, calles y barrios, hasta la inoculación del germen de la viruela. Se estableció un sistema sanitario de protección eficaz, que había tenido su origen ante los temores por la peste de Marsella de 1720 con la creación de la Junta Suprema de Sanidad. Otras juntas locales contribuyeron también a evitar la enfermedad, vigilando sobre todo ciudades, puertos y fronteras. Se cuidó mucho la sanidad marítima exigiendo cuarentenas y certificados. De hecho la peste abandonó Europa occidental desde entonces, si bien se discuten otras razones, como las mejores edificaciones en piedra, el cambio en las razas y el comportamiento de las ratas, incluso la higiene y algún tipo de inmunización. También fueron eficaces las medidas contra las fiebres tercianas (el paludismo) por medio de la quina traída de América y se luchó contra la tuberculosis con la quema de ropa y enseres de enfermos12.

Desde luego, la formación y la fortaleza de la marina española fueron esenciales para la nueva ciencia. Las expediciones científicas —también otras, las francesas o inglesas— constituyeron una aportación principal al conocimiento del Nuevo Mundo y abrieron el camino a la ciencia moderna13. Pero también influyeron en la mejora de la administración, la riqueza, la cultura y la vida en las colonias trasatlánticas. Veamos algún ejemplo. La expedición a Nueva España estuvo en manos de buenos naturalistas, que permitieron la entrada y enseñanza de la clasificación linneana en México. Una pelea de enorme interés de José Antonio de Alzate contra alumnos de Vicente Cervantes concluyó con la enseñanza de la nueva botánica. En Nueva Granada José Celestino Mutis, aparte de su excelente labor en historia natural, que entusiasmara a Carl von Linneo y al barón Alexander von Humboldt, mejoró la enseñanza de la medicina en la universidad, la profesión médica y los cultivos de una planta esencial en la historia de nuestra farmacia como la quina. Fue no menos importante en la mejora de la instrucción en matemáticas y astronomía; conocedor de Newton, defendió el copernicanismo ante el virrey en el Colegio del Rosario14. Al montar un observatorio astronómico, permitió el desarrollo de la astronomía y de la geografía en el virreinato. Su discípulo Francisco José de Caldas fue colaborador esencial.

  1. GARCÍA GUERRA, Delfín. El Hospital Real de Santiago. A Coruña: Fundación Pedro Barrié de la Maza, 1983.
  2. PESET, Mariano; José Luis PESET. Muerte en España. Madrid: Seminarios y Ediciones, 1972. BIRABEN, Jean-Nöel. Les hommes et la peste en France et dans les pays européens et méditerranéens. Paris / La Haye: Mouton & Co. : Écoles des Hautes Études en Sciences Sociales, 1975-1976, 2 volúmenes.
  3. LAFUENTE, Antonio; Alberto ELENA; Mª Luisa ORTEGA (editores). Mundialización de la ciencia y cultura nacional. Aranjuez: Doce Calles, 1993.
  4. PESET, José Luis. Ciencia y libertad. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1987. FRÍAS NÚÑEZ, Marcelo. Tras el Dorado vegetal. José Celestino Mutis y la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada (1788-1808). Sevilla: Diputación de Sevilla, 1994. GONZÁLEZ BUENO, Antonio; Raúl RODRÍGU EZ NOZAL. Plantas americanas para la España ilustrada. Génesis, desarrollo y ocaso del proyecto español de expediciones botánicas. Madrid: Universidad Complutense de Madrid, 2000.

Una academia de ciencias propiamente dicha, semejante a las que los Borbones crearon para la lengua o la historia, no surgió hasta mucho después, si bien hubo médicas como la sevillana. Quizá el interés por la ciencia teórica no era muy grande, quizá hubo otras instituciones que representaron ese lugar. Como se ha dicho, el Ejército y sobre todo esos marinos destacados, tuvieron un papel en ciencia y técnica de primera importancia. El Jardín y el Gabinete mencionados y, desde luego, las Sociedades Económicas de Amigos del País también. No pueden ser olvidadas esas instituciones que muestran bien tanto el empuje de la Corona como la vitalidad de la sociedad española, si bien escasearon en América, por ser consideradas peligrosas por el poder. Esas Sociedades económicas, con origen tanto en la culta sociedad vasca, en la que surgió la Sociedad Bascongada y el Seminario de Bergara, como en los escritos y apoyos del conde de Campomanes. Esas sociedades desarrollaron una labor esencial tanto en la industria, como en las artes y la enseñanza, y fueron importantes para la agricultura, pero también para la minería y el textil.

Algunas como la madrileña tuvieron un activo papel en la mejora social, desde actuación en temas de salud pública, hasta de reforma política. El Informe en el expediente de Ley agraria de Melchor Gaspar de Jovellanos tuvo una influencia notable en los cambios futuros. Fueron también centros de enseñanza, que incluyeron nuevos públicos, incluida la mujer entre los alumnos. Alguna semejanza tuvo la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona, que aparte estos trabajos contó con personajes de la talla de Antonio Martí y Franqués, un indiscutible pionero en estudios químicos, así como sobre gases. En memoria de 1787 puso al día el conocimiento de la composición del aire, que desarrollaría con acierto. Y desde luego, la Bascongada fue de primera importancia, contando en su historia con el aislamiento de un elemento químico nuevo por los hermanos Fausto y Juan José Elhuyar15. Gesta comparable con la de Andrés Manuel del Río en México. La noción moderna de elemento químico y un buen uso del análisis fue esencial en estos laboratorios y en el intento de mejorar la producción en la industria y la minería, en fundiciones y altos hornos. No se puede olvidar la introducción en el textil de las indianas y de mejores colorantes y del lento descubrimiento de nuevas energías y mejores maquinarias en la industria. Pedro Gutiérrez Bueno tradujo Método de la nueva nomenclatura química (1788) que Antoine-Laurent de Lavoisier y los principales químicos franceses pusieron en marcha. Poco después Gabriel Ciscar conocería y querría introducir el sistema métrico decimal.

La química fue materia de primera importancia, dada su utilidad para la mejora social y económica. Así se entiende el envío de los Elhuyar al extranjero a formarse en esta disciplina y en mineralogía y luego a América a controlar y perfeccionar la producción de metales preciosos. En especial la plata interesaba, como base del desarrollo en todo el periodo moderno —desde Carlos I hasta Fernando VII—, con disgusto de los arbitristas, pues huía a otros países, encarecía precios y desanimaba el trabajo productivo. Añadamos que muchas veces era parte de la extendida explotación del indígena, en ese y en otros trabajos, como denunciaron Juan y Ulloa en Noticias secretas16. Desde el siglo xvi se usaba el método de patio de Bartolomé de Medina (amalgamación con mercurio) para la extracción de la plata, los Elhuyar y Andrés Manuel del Río quisieron mejorar, pero más bien se introdujeron cambios administrativos, o tecnológicos que optimizaron la extracción de los minerales. Procedentes también de la Bascongada algunos franceses desarrollaron la química, estableciendo la Corona magníficos laboratorios en Segovia y Madrid. Su labor sirvió para la innovación en la acuñación monetaria, los vidrios, el textil, la minería, los metales y la pólvora... pero sobre todo hay que señalar la labor teórica en la Academia de Artillería de Louis Proust17.

Esto nos abre la puerta a otros públicos, interesados en la ciencia, prosigamos con algunos de estos nombres. En Segovia los artesanos se beneficiaron de la presencia del sabio francés, Fausto de Elhuyar y Andrés Manuel del Río fueron a Nueva España en apoyo de los mineros mexicanos que habían solicitado mejoras para su tarea. La creación del Colegio de Minería de México fue sin duda —junto a las expediciones científicas— la mayor aportación a la ciencia americana. Allí los estudiantes conocían la ciencia nueva, la química y la mineralogía en especial. Tenían laboratorios, hornos, colecciones de minerales y mapas incluso propios. Hacían prácticas, tenían exámenes (en los que Humboldt asistió) y practicaban en los territorios mineros. Se importaron y construyeron instrumentos científicos, se compraron y escribieron libros modernos. Fue la base de la ciencia y la tecnología de la futura nación mexicana, como la expedición de Mutis lo fue de la colombiana.

Eran nuevos tiempos y nuevos públicos18. En tertulias, salones y academias se hablaba de ciencias, la mujer se convirtió también en espectadora e incluso actora19. La imprenta y la ciencia se aliaron, magníficas ediciones mostraron el esplendor de la sabiduría. Sabios y científicos publicarían revistas, así José Antonio de Alzate o los "mercuristas" peruanos20, sociedades, academias e instituciones también. Como señaló Jean-Pierre Clément la prensa hispanoamericana tuvo tres etapas, una de información (privada o pública), otra de pensamiento y en fin otra de política. Los escritores pensaron y actuaron, pero ese gran proyecto imperial no tuvo continuación. Malos políticos, la independencia americana, las crisis económicas y las guerras, el olvido de la teoría en favor del provecho., como ha sucedido aquí siempre acabaron con esa España posible que citaba el conocido libro de Julián Marías.

  1. PELLÓN, Inés; Ramón GAGO. Historia de las cátedras de química y mineralogía de Bergara. Bergara: Ayuntamiento, 1994.
  2. RAMOS GÓMEZ, Luis J. Las “Noticias secretas de América”, de Jorge Juan y Antonio de Ulloa (1735-1745). Prólogo de Juan Pérez de Tude la. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto "Gonzalo Fernández de Oviedo" (Colección Tierra nuevo e Cielo nuevo; XVI y XVII), 1985, 2 tomos. PESET, José Luis. Melancolía & Ilustración. Madrid: Abada, 2015. SOLANO PÉREZ-LIL A, Francisco de. La pasión de reformar. Antonio de Ulloa marino y científico 1716-1795. Cádiz / Sevilla: Universidad de Cádiz : Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2000.
  3. HERRERO FERNÁNDEZ-QUESADA, Mª. Dolores. La enseñanza militar ilustrada: el Real Colegio de Artillería de Segovia. Segovia. Academia de Artillería de Segovia, 1990. NAVARRO LOIDI, Juan. Don Pedro Giannini o las matemáticas de los artilleros del siglo XVIII. Segovia: Biblioteca de Ciencia y Artillería, 2013.
  4. LAFUENTE, Antonio; Juan PIMENTEL. “La construcción de un espacio público para la ciencia: escrituras y escenarios en la Ilustración española”, en GARCÍA BALLESTER, LÓPEZ PIÑERO, PESET, 2002, tomo IV, pp. 111-155. BERTUCCI, Paola. Viaggio nel paese delle meraviglie. Scienza e curiosità nell’Italia del Settecento. Torino: Bollati Boringhieri, 2007.
  5. REYES CANO, Rogelio; Enriqueta VIL A VIL AR (editores). El mundo de las Academias: del ayer al hoy. Sevilla: Real Academia Sevillana de Buenas Letras. Universidad de Sevilla. Fundación Aparejadores, 2003. OUTRELIGNE, Teresa de. Damas, tertulias y chocolate. Novelda, Alicante: Fundación Jorge Juan, 2002. GONZÁLEZ DE POSADA, Francisco. Jorge Juan y su Asamblea Amistosa Literaria (Cádiz, 1755-58). Madrid: Instituto de España, 2005.
  6. CLÉMENT, Jean-Pierre. El Mercurio Peruano 1790-1795. Francfort / Madrid: Vervuert e Iberoamericana, 1997-1998, 2 volúmenes.
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