Juan Alonso de Villabrille y Ron: Cabeza de San Pablo
Juan Alonso de Villabrille y Ron (Argul, hacia 1663 - Madrid, 1732): Cabeza de San Pablo, 1707.
Título Cabeza de San Pablo
Materia: Madera. Postizo: Asta [Dientes]. Vidrio [ojos, manantiales]
Dimensiones Altura = 55 cm; anchura = 61,50 cm; profundidad = 42 cm.
Museo Nacional de Escultura (Inventario CE0572).
Procedente del convento vallisoletano de San Pablo, esta cabeza cortada del apóstol está firmada y fechada en la peana por Juan Alonso Villabrille y Ron en 1707. Partiendo de antecedentes ya vistos en la plástica seiscentista, este artista logra aquí una obra cumbre. Dramáticamente colocada sobre un fondo circular rocoso en el que se simulan regueros de agua con vidrios superpuestos —ilustrando la leyenda según la cual, surgieron tres manantiales en los lugares donde golpeó la cabeza del santo al ser decapitado—, está ejecutada con carácter grandioso, al cual contribuye la fuerza del modelado, sin que sus efectismos resulten artificiales.
De gran virtuosismo técnico, a la minuciosidad de la talla en la representación de los rasgos físicos, potenciada por la realista policromía, se une la aplicación de ojos de cristal y dientes de marfil, recursos todos con los que Villabrille ha sabido captar la tensión que estremece al personaje. A través de los ojos y la boca abiertos, y el movimiento de las arrugas de la frente, el autor ha conseguido plasmar magistralmente el instante fugaz de la decapitación. Realizada la cabeza en dos mitades, el gusto por el pormenor en la talla ha permitido al autor representar enteramente la cavidad bucal, cuyo vacío se comunica con el cuello, para lograr un efecto realista que ejemplifica por si mismo el dramatismo del barroco hispano.
Esta excepcional cabeza no pasó desapercibida a cuantos viajeros y estudiosos tuvieron ocasión de verla. Ponz y Ceán la reseñaron en la sacristía conventual; también, durante la ocupación francesa, interesó al delegado de la Comisión Imperial de Secuestros L. Rieux: la seleccionó para llevarla a Madrid, en 1809, pero sólo llegó a depositarse temporalmente en la Real Academia de Matemáticas y Nobles Artes de Valladolid, salvándose de la destrucción que asoló el convento de San Pablo. Ya en el Museo, tras la desamortización de 1836, se mantuvo en lugar preeminente, convertida en una de las piezas identificativas de la colección. Su permanente capacidad de impresionar al observador ha radicado en ser "uno de esos trabajos de madera esculpida, maravilloso en su ejecución pero horrible en el tema" (M. Tollemache, Spanish towns and Spanish pictures [1869] Londres, 1870).
El tema de las cabezas cortadas gozó de notable fortuna entre las representaciones de martirios impulsadas por la Contrarreforma en su campaña doctrinal contra las tesis protestantes. El modelo iconográfico consolidado en el barroco tiene lejanos antecedentes medievales; las imágenes más antiguas corresponden a la cabeza del Bautista sobre una bandeja, y después, a imitación suya, se elaborarían las de San Pablo, representada su cabeza sobre un suelo pedregoso con tres fuentes que, según la tradición, brotaron donde cayó tras la decapitación. Su formulación plástica más impresionante corresponde a estas realistas esculturas a tamaño natural, en madera policromada, paradigma de la imagen religiosa barroca española destinada a sacudir el espíritu mediante un impacto emocional.
Esta pieza se compone de dos elementos diferenciados: el soporte, a modo de ornamentado atril, y la mínima escena, fragmento desgajado del episodio que resume. El escultor trabaja la madera con calidades de materia blanda para conseguir un rostro de rasgos acusados (pómulos, nariz, cejas, órbitas oculares) y piel laxa en la que se marcan las arrugas y se transparentan las venas, común en sus figuras maduras masculinas; también lo es el tratamiento de la barba en gruesos mechones ondulados, arremolinada aquí hacia un lado para evidenciar el degüello. Aún late en esta cabeza toda la violencia del momento previo, toda la tensión de la vida sacrificada; para Martín González es evidente la referencia al Laocoonte, ya sugerida por Wattenberg. La recreación minuciosa del natural llega hasta el pormenor de tallar el fondo de la garganta.
Fue durante mucho tiempo la única obra conocida de Villabrille y Ron, hasta que Marcos Vallaure deslindara su biografía, y suficiente para darle notoriedad; realizada en la plena madurez de la mitad de su andadura profesional, sigue siendo referencia básica en la elaboración del creciente catálogo de las obras de este escultor, la personalidad más poderosa del pleno barroco madrileño, que desde las décadas finales del XVII se proyecta en el XVIII, incorporando toques de soluciones formales más avanzadas.