Martes, 12 de noviembre de 2024

Francisco de Zurbarán (Fuente de Cantos, Badajoz, 1598 - Madrid, 1664): Jesús crucificado expirante, hacia 1630-1640.

Francisco de Zurbarán (Fuente de Cantos, Badajoz, 1598 - Madrid, 1664): Jesús crucificado expirante, hacia 1630-1640.
Óleo sobre lienzo, 255 x 193 cm
Museo de Bellas Artes de Sevilla.


En la escuela barroca sevillana la representación del crucificado ha sido uno de los temas más recurrentes, tanto en pintura como en escultura. De los pintores de esta escuela es quizás Zurbarán el que trata el tema de manera más personal. De su capacidad para hacer más cercana al espectador la imagen de la divinidad es un buen ejemplo la imagen de Cristo en la cruz. El artista abordó en múltiples ocasiones esta iconografía tanto en imágenes en que aparece muerto o expirante, como en este lienzo que fue pintado por encargo de los franciscanos capuchinos de Sevilla, para los que realizó un segundo crucificado que como éste se conserva actualmente en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. En ambos casos, se trata de imágenes expirantes, temática que debió de alcanzar considerable éxito ya que del taller del pintor salieron múltiples versiones.

Zurbarán elimina del lienzo cualquier elemento anecdótico o secundario para centrar la composición en la figura de Cristo. Es cierto que la penumbra que envuelve la escena obedece a la descripción de los textos sagrados, pero el pintor la aprovecha como un recurso pictórico para su obra, en un periodo temprano de su producción en el que el tenebrismo domina su estilo. Todo el dramatismo del momento se plasma a través de su magistral tratamiento de la luz, con la que modela el cuerpo crucificado para hacerlo emerger de la oscuridad uniforme del lienzo. Consigue así sugerir la calidad escultórica de la figura a lo que contribuye la reproducción pormenorizada de cada detalle, especialmente apreciable en los pies y las manos.

Este interés del pintor por el detallismo descriptivo se refleja igualmente en el paño, que destaca en la composición por su luminosidad y su estudiado dibujo. Es un buen ejemplo del dominio que alcanzó Zurbarán en el tratamiento pictórico de las telas. El artista se recrea en la descripción de cada pliegue del tejido sabiendo graduar la iluminación que incide en cada  doblez. Por otra parte, tanto el paño como el cuerpo son tratados por el pintor con una pincelada fluida, que logra un efecto muy natural en el colorido de la figura. La composición de ésta sigue la recomendación del pintor y tratadista Francisco Pacheco que, atendiendo a las revelaciones de Santa Brigida, establece que la imagen del crucificado se debe representar con cuatro clavos. Como aquél, Zurbarán pinta la figura con cuatro clavos haciendo descansar los pies sobre un supedáneo clavado a la cruz.

Será, sin embargo, en el tratamiento de la cabeza donde el artista concentre todo el dramatismo y sentido religioso de la escena. La boca entreabierta y la mirada llorosa dirigida al cielo resultan conmovedoras. Renuncia Zurbarán, como era frecuente en el arte barroco sevillano, a plasmar en la figura el dolor físico de manera evidente, limitando la presencia de heridas y sangre. De hecho, ésta se encuentra casi totalmente ausente. Sustituye así la representación del sufrimiento físico por la angustia psicológica reflejada en la expresión del rostro, efecto potenciado con la efectista iluminación lateral que lo baña.

Texto: Ignacio Hermoso Romero: Diálogos. Obras singulares de la Pintura Barroca en los Museos de Andalucía. Málaga, Patronato de la Alhambra y Generalife, 2011, pp. 196-199.