Bartolomé Esteban Murillo (Sevilla, 31/12/1617 - Sevilla, 03/04/1682): San Pedro en lágrimas, c. 1650-1655.
Óleo sobre lienzo, 148 x 104 cm.
Bilbao, Museo de Bellas Artes, DEP632.
Sentado, de frente, con las manos entrelazadas y la cabeza alzada, los ojos llenos de lágrimas y la mirada dirigida al cielo en apasionada expresión de súplica. Viste túnica azulada verdosa y manto ocre anaranjado, como recomienda Pacheco. El manto envuelve su pierna izquierda y reposa sobre la roca en la que se asienta. A su lado, un libro y una llave sujeta a una cinta. Inédito y desconocido hasta el año 2000, en el que fue expuesto en la muestra Las lágrimas de San Pedro en la pintura española del Siglo de Oro, este hermosísimo lienzo muestra con toda evidencia los modos más característicos de Murillo en una etapa todavía relativamente temprana de su producción, hacia los años de 1650-1655, bajo una notable influencia de Ribera, de quien proceden el intenso naturalismo de la figura y la iluminación de tono tenebrista que hace destacar la figura de un fondo oscuro y uniforme a la manera caravaggiesca, aunque sumamente atenuada y reinterpretada de modo bien personal.
Hasta entonces, sólo se reconocía como obra personal de Murillo un San Pedro en lágrimas, el que, procedente del Hospital de Venerables Sacerdotes de Sevilla, se conserva en la Colección Charles Towsend de Newick, pues otros que le habían sido atribuidos no podían ser de su mano. En aquella obra, de fecha más tardía, la influencia de Ribera, también evidente, se ha atenuado considerablemente, pues, como observó Ponz al describirla en su emplazamiento original, Murillo «se propuso imitar al Españoleto, pero sin duda le excedió en la ternura y suavidad del colorido».
Como señaló Angulo, Murillo debió de inspirarse, al componerlo, en las dos estampas de San Jerónimo de Ribera, pues de ellas proceden una serie de pormenores (la actitud del santo acodado en la roca, la posición de los pies y el libro en primer término) que sólo se justifican teniéndolos a la vista. También la idea del paisaje en la parte superior izquierda de ese lienzo es de clara procedencia riberesca.
Un excelente dibujo, indudablemente de Murillo, a quien se ha atribuido siempre por llevar una inscripción o firma que así lo dice, conservado en el British Museum, presenta una composición algo distinta, pero enormemente expresiva, que incluye al gallo, y muestra al apóstol sentado, vuelto sobre sí mismo, con la cabeza alzada y las manos unidas en actitud diversa a la que revelan los lienzos conocidos, atestiguando que el pintor tanteó diversas soluciones para la escena.
En cuanto al ejemplar que ahora se exhibe, es muy significativo que se considerara del propio Ribera en una venta pública celebrada en Holanda, precisamente la misma en la que compareció el retrato de Nicolás Omazur, hoy en el Museo del Prado, correctamente atribuido a Murillo. La suposición de la autoría del pintor valenciano se mantuvo largo tiempo y el lienzo pasó por varias colecciones italianas y españolas, antes de que se sugiriera la atribución a Murillo, plenamente convincente. Su fecha ha de ser relativamente temprana y debe de preceder al de los Venerables en casi veinte años. La disposición en más de tres cuartos, en ligera diagonal descendente de derecha a izquierda, el fondo uniformemente oscuro y el sillar sobre el que reposan el libro y la llave lo emparentan con obras como el San Jerónimo del museo de Cleveland o los del Ermitage de San Petersburgo y el museo de Viena. Estos últimos no pueden considerarse autógrafos, y el del Ermitage es muy probablemente una copia o derivación de peor factura del que ahora se expone.
En esta ocasión, Murillo ofrece una imagen reconcentrada y dogmática en su sencillez. El rostro, de contenido patetismo, traduce muy bien el dolor y la esperanza, y el tratamiento de las telas es el característico de los años en torno a 1650, con un dibujo todavía muy preciso y unos pliegues de bordes redondeados y cuidadosamente perfilados, diferentes de las formas aristadas de tiempos más tardíos. Podría hermanarse con algunas obras bien conocidas de esos años, e incluso algo anteriores, como la Sagrada Familia del museo de Dublín o la Santa Cena de la iglesia sevillana de Santa María la Blanca, todas ellas de hacia ese mismo año de 1650. Los estudios radiográficos realizados en el Museo de Bellas Artes de Bilbao concluyeron que no había cambios significativos en la composición y el buen estado de conservación de la obra. Los pigmentos y la preparación empleados por Murillo en el lienzo son los característicos en pinturas sevillanas de la época: albayalde o blanco de plomo, amarillo de plomo y estaño, ocre, bermellón, minio, tierras de sombra, azurita y negro de carbón vegetal.
La aparición de este San Pedro en lágrimas es, sin duda, una muy importante aportación al catálogo del maestro, establecido de modo convincente por don Diego Angulo en 1981. Me consta que llegó a conocer el cuadro después de publicada su monografía, y que advirtió su calidad, considerándolo enteramente de la mano del maestro y obra bien significativa de su producción.
[Alfonso Emilio Pérez Sánchez]