En los últimos años asistimos a una especie de «resurgimiento» del interés por la historia y por las tradiciones locales. La explotación del patrimonio cultural como alternativa a la inviable economía tradicional lo ha estimulado. Además, las nuevas tecnologías de la comunicación han venido a ofrecer oportunidades nuevas al mundo local, emplazando a éste al imperativo de «competir» con marca propia o -lo que es lo mismo- a exhibir originales y esplendentes «señas de identidad». Estas aproximaciones al pasado -también hay que decirlo- adolecen, en general, de falta de rigor. Sólo a veces se sienten los protagonistas incitados a la indagación verdadera de una historia que, en ocasiones, no sólo resulta desconocida sino que, al descubrirla, se percibe que ha sido deliberadamente ocultada.
Tal es el caso de la coexistencia de aragoneses cristianos, judíos y musulmanes a lo largo de la Edad Media. Proyectos como Aragón, Espacio Sefarad, que persiguen nuevos descubrimientos materiales de la presencia de los «desterrados», pueden ser asimismo acicate de nuevas investigaciones sobre el mito del singular grado de convivencia alcanzado en Aragón por las tres religiones del Libro, o sobre el mestizaje cultural que produjo, cuestiones todas ellas abandonadas durante siglos en el desván más recóndito de la memoria.
Por otra parte, si siempre es provechoso esclarecer el pasado para encontrar claves explicativas del presente, en este caso hay dos asuntos sobre los que ese esfuerzo puede arrojar una luz particular. Me refiero al fenómeno de la inmigración y a la psicosis antimusulmana que se extiende por el planeta desde los sucesos del 11 de septiembre de 2001. ¿Qué historia ofrece más indicios que la nuestra sobre la naturaleza profunda de estos hechos? Seguir leyendo ...