Deshojando la margarita

Colaboraciones: Wifredo Espina. Periodista y ex director del Centre d’Investigació de la Comunicació, Generalitat de Catalunya.

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El “sí” al Estatut interesa a la Moncloa

Entre todos hicieron el embrollo y entre todos lo pueden estropear. No arreglarlo, porque eso ya no tiene arreglo. Lo pueden estropear aún más.

Tal como ha quedo, el texto del nuevo Estatut no satisface a nadie, cuando lo lógico era que satisficiera a todos, o a casi todos. El texto que se aprobó en el Parlament tuvo casi el 90 por ciento de votos de los diputados catalanes, pero era inviable, una quimera, pura ficción. Dígase lo que se quiera pero, además de claramente inconstitucional, la verdad es que no respondía a los deseos de la gran mayoría de ciudadanos de Cataluña, sino sólo a una parte de su clase política. Nadie lo había consultado a la ciudadanía. Los diputados representan a ésta a grandes rasgos, pero no siempre en decisiones concretas, como nos advertía Lorenzo Gomis poco antes de su reciente muerte.

Luego vinieron los recortes, la difuminación de conceptos, los arreglos chapuceros y contradictorios, las expresiones vagas, los “sí, pero no”, hasta llegar a ese embrollo jurídico-político que nos dará muchos quebraderos de cabeza y, por tanto, muchas tensiones. Se ha parido un embrollo tan embrollado que incluso es posible que en su literalidad y con fórceps pueda encajar en una interpretación muy generosa de la Constitución.

Pero lo peor es que es un Estatut partidario, que no es de todos ni para todos. Marca una orientación nacionalista-izquierdista clara. El acento está en los conceptos de nación e intervención. Por esto ni los no nacionalistas ni los no izquierdistas pueden verlo con buenos ojos. Como tampoco los nacionalistas puros y menos aún los independentistas, que han visto frustradas sus esperanzas, y acusan a Zapatero de “saboteador”.

Y como esto es así, que es de una parte de los catalanes y no de todos, ahora se trata de apañar que el referéndum al que ha de someterse, para que se convierta en una campaña a favor de este texto, en que las voces discrepantes, de uno y otro signo, se oigan poco, y que el resultado de la apariencia de que la mayoría de ciudadanos está de acuerdo. Zapatero acaba de decir que ERC no puede decir votar “no” si ama a Cataluña; Maragall hace amagos de prescindir de ellos en el Govern si votan en contra; el secretario general del PSOE Pepe Blanco, desde Madrid se atreve también a amenazarles de que deberán dejar el Govern; y Mas reta a Carod diciéndole que «no tendrá coraje de votar “no”», y le recuerda que, si se porta bien, después de las nuevas elecciones CiU y ERC podrían formar la gran coalición nacionalista.
No puede negarse que el texto actual, que intenta agradar un poco a unos y a otros, supone un reconocimiento más claro de la especificidad nacional de Cataluña, unas mayores competencias y una mejora del financiamiento. De este embrollo casi todos podrán pescar algo, si no surgen luego (como es muy probable) interpretaciones restrictivas derivadas del Tribunal Constitucional, de leyes estatales armonizadoras o de rango superior, y de la competencia y quejas discriminatorias de otras comunidades autónomas. Pero, en principio, los promotores finales –que no todos originarios- de este Estatut –acordado con nocturnidad de espaldas del Parlament y del Congreso- tienen respetables argumentos para defenderlo como un avance respecto del vigente, para votarlo y pedir para el mismo el voto de la gente. Pero una cosa es pedir y otra hacer trampa.

Y deben ser conscientes que no representan a todos los ciudadanos catalanes. No tienen derecho a convertir el referéndum en un plebiscito a sus tesis, a sus intereses. Y dejen ya de maniobrar, achuchar, marginar y amenazar para que todo el mundo diga “sí”, callando o ocultando sus discrepancias o incluso renegando de sus principios y de su propia conciencia. Lo que se están haciendo con Esquerra Republicana y, de otra forma, con el Partido Popular , no tiene nombre. Es un abuso escandaloso, al estilo totalitario. Se comprende su interés en que salga un “sí” muy amplio; pero es un interés partidista y partidario. Porque si no saliera un “sí” muy claro, sería su fracaso. El fracaso de los partidos en el poder o que quieren estarlo en Cataluña, excepto ERC, y los que quieren conservarlo en España. Por esta razón, mientras el portavoz de ERC, Joan Ridao, insiste en que hay que “garantizar la neutralidad en la campaña del referéndum por parte del Govern y de los medios públicos de comunicación”, y Josep Piqué, presidente del PPC, pide también neutralidad y que “no haya salidas de tono”, el portavoz del Govern, Joaquim Nadal, anuncia una campaña de propaganda a favor, con intervención personal del propio president Maragall. ¡Viva la democracia!

El “sí” interesa a Maragall, a Mas y a Zapatero. Pero muy claramente a La Moncloa, que es donde se ha cocinado este Estatut y donde ahora se quiere cocinar el referéndum. Para que salga un “sí” suficiente que haga olvidar pecados de incumplimientos de promesas, de deslealtades y de sabotajes.

Pero ¡ojo!, que si se ve demasiado que la divina inspiración del “sí” viene de La Moncloa (de Madrid), también pudiera surgir una reacción contraria, de rechazo de la ciudadanía catalana, ya mayor de edad, a un texto demasiado cocinado en La Moncloa y, encima, impuesto desde allí a la opinión pública y que intenta meterlo por la rendija de las urnas.

Esto lo estropearía todo, lo malo y lo bueno que tiene este Estatut que, en este momento, es ya el único posible.

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