Diego Velázquez (1599-1660): Demócrito, 1627-1628 y 1639-1640.
Óleo sobre lienzo, 101 x 81 cm.
Ruán, Musée des Beaux-Arts, Collection Gabriel Lemonnier, 822.1.16
Aunque la vivacidad y la singularidad del rostro, de rasgos tan personales que han hecho creer que se trate de un retrato, e incluso se ha pretendido que sea el mismo personaje que el Pablo de Valladolid, las menciones más antiguas permiten afirmar, sin vacilación, que la intención de Velázquez era representar a un filósofo de la Antigüedad, al modo de los de Ribera, conocidos sin duda en el ambiente sevillano. En este caso se trata evidentemente de Demócrito, el filósofo que ríe, tal como lo describe el inventario de la testamentaría del marqués del Carpió en 1692: «un retrato de una vara de un filósofo estándose riendo con un globo original de Diego Belázquez», que fue entregado con otros cuadros al jardinero del marqués, Pedro Rodríguez, en pago de los salarios atrasados.
La figura del filósofo que ríe de las extravagancias y absurdos del mundo, contrapuesto al melancólico y lloroso Heráclito, era familiar en los círculos cultos de todo el mundo cristiano y había sido representado con su contrafigura por Rubens en 1603 en el cuadro, hoy en el Museo de Escultura de Valladolid, pintado para el duque de Lerma, donde ambos filósofos se apoyan sobre un enorme globo terráqueo con contrapuestas expresiones.
El lienzo seguramente fue pintado en los primeros años de Velázquez en la corte pues toda la parte inferior, el globo terráqueo y las vestiduras del personaje, sobre todo el manto o capa que se proyecta en primer término, se relacionan muy directamente con obras de esos años, e incluso con los personajes de Los borrachos, pintado probablemente entre 1627-1628, y cobrado en 1629. Es evidente que la cabeza, el cuello blanco y la mano, resueltos con otra técnica, más suelta y «brava», deben ser fruto de una reelaboración posterior, quizás hacia 1639-1640, por su semejanza técnica —relativa— con el llamado «Bobo de Coria» o «Calabacillas» creído de esas fechas.
Es evidente que si bien Velázquez tomó un modelo vivo para pintar este lienzo, sin embargo no puede ser considerado un retrato en el verdadero sentido de la palabra, pues la persona —anónima— ha prestado su rostro a la representación del personaje de la Antigüedad, del modo habitual del pintor que, para «actualizar» y dotar de verosimilitud los relatos mitológicos recurre a copiar la realidad más rabiosamente contemporánea, como puede verse en el Triunfo de Baco, que es el verdadero asunto de Los borrachos, o en Las hilanderas (Madrid, Museo Nacional del Prado, P-1173), en realidad La fábula de Aracne, interpretada largo tiempo como una simple escena de tejedoras.
Se conocen dos lienzos, considerados a veces como de Velázquez, pero seguramente ajenos a su pincel, que presentan al mismo personaje sosteniendo con la mano izquierda enguantada una esbelta copa de vino. Se conservan en el Museo de Toledo (Ohio) y el Museo Zorn de Mora (Suecia). Jonathan Brown los ha considerado alegorías del sentido del Gusto, insistiendo en que no pueden considerarse simplemente como un retrato. Es curioso también señalar que en el siglo XIX, el personaje que nos ocupa estuvo considerado como retrato de Colón y atribuido a Ribera.
El conocimiento del inventario Carpió (dado a conocer por Pita Andrade en 1952) ahorra comentar todas las «identificaciones» que se han pretendido hacer con distintos bufones de Palacio.
Fuente texto: Catálogo exposición El retrato español. Del Greco a Picasso.