Eduardo Rosales: La condesa de Santovenia

Eduardo Rosales (1836-1873): La condesa de Santovenia, 1871.Eduardo Rosales (1836-1873): La condesa de Santovenia, 1871.
Oleo sobre lienzo, 163 x 106 cm.
Inscripción: «E. Rosales / 1871».
Madrid, Museo Nacional del Prado, P-6711


Primogénita entre los cinco hijos del general Serrano, duque de la Torre (1810-1885), María de la Concepción Serrano y Domínguez nació en La Habana en 1860, en el período en el que su padre era capitán general de la isla de Cuba. Por su belleza recordaba la hermosura de su madre, doña Antonia Micaela Domínguez, segunda condesa de San Antonio, mujer de gran influencia sobre su marido y que tuvo, por ello, gran poder en los asuntos de la vida política española. Concepción Serrano casó en París en 1880 con José María Martínez de Campos, segundo conde de Santovenia, en posesión de una gran fortuna, hijo de José María Martínez de Campos, primer conde de Santovenia, y de Elena Martín de Molina, marquesa de Castell Florite. A la vez se celebró el enlace entre Francisco Serrano y Mercedes Martínez de Campos, hermanos respectivos de los anteriores, en unas bodas fastuosas preparadas por la duquesa de la Torre. La condesa de Santovenia murió en 1941 en la ciudad francesa de Biarritz, en la que residía habitualmente, y donde había fallecido su madre en 1917. Por el testimonio de su hijo, Carlos Martínez de Campos y Serrano, nacido en 1887, en quien recayó el título de tercer duque de la Torre, se conoce el especial cariño y la veneración que sentía por su padre, el general Serrano, para el que fue su hija predilecta.

En la obra del Prado se presenta la niña de once años, en actitud de gracia y equilibrio. Rosales la pintó en Madrid. Por entonces el padre de la retratada era la máxima figura de la nación, pues al proclamarse la nueva Constitución, fue desde el 15 de julio de 1869 hasta el 2 de enero de 1871, fecha en que Amadeo de Saboya se posesionó del trono, regente del reino, con tratamiento de alteza. Después, el rey le encargó la constitución del Gabinete y ocupó la Presidencia del Gobierno, cargo que tendría cuando se realizó el retrato. La elegancia de la niña, vestida de raso de intenso color rosa con encajes y do Imán de terciopelo negro guarnecido de piel de marta, revela su destacada posición social.

Poco después de haberse pintado la obra figuró bajo el título Retrato de la señorita C. S. en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1871, a la que Rosales concurrió con otras tres obras de asunto histórico. La más importante, La muerte de Lucrecia, por la que obtuvo una medalla de oro, suscitó críticas debido a su ejecución abreviada, que se hicieron extensivas también al retrato, que fue considerado como muestra de debilidad o como «una equivocación genial de un gran artista», según recuerda Cotarelo. La obra debió de causar un efecto sorprendente por su alejamiento del retrato entonces habitual en España. En ella, el artista acierta a renovar el tipo de retrato de niña al aire libre que habían cultivado con frecuencia los pintores españoles de su generación y de la anterior, dándole un brío y una monumentalidad que se vinculan con la gran tradición española. Además, Rosales capta las calidades de las telas y las variaciones de tono a que dan lugar los reflejos con una pincelada suelta y certera, de influencia velazqueña. La presencia del árbol a un lado recuerda los retratos en traje de cazador para la Torre de la Parada que hizo Velázquez. La gallarda apostura de la muchacha, que tiene un precedente en el Retrato de la señorita Olea (colección particular), un año anterior, hace pensar, en cambio, en los retratos femeninos de Goya y la pose es muy similar a la de Fernando VII en un campamento (Museo del Prado, P-724), cuadro que se había llevado por entonces, en mayo de 1869, de la Escuela de Ingenieros de Caminos al Museo de la Trinidad. Por otra parte, la síntesis en la factura se ha relacionado por Lafuente Ferrari con los retratos franceses de la época, señaladamente Manet. Por su elegancia, fue comparado con el retrato de Miss Cecily Alexander de Whistler, obra, de todos modos, posterior. Sin embargo, la relación más clara debe buscarse en el estudio de la pintura de Velázquez. El fondo, sintético y suelto, muestra una calidad que anticipa la de los paisajes al aire libre de su última época de Rosales, pintados en Murcia.

Un estudio de cabeza para este retrato fue vendido en la exposición subasta que tras su muerte se organizó en las Salas de Bosch (antiguas Platerías Martínez) de Madrid.

Fuente texto: Catálogo exposición El retrato español. Del Greco a Picasso.

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