El joyero de la Virgen del Pilar

Coronita en oro, esmaltes, perlas, cristales de roca tintados y granates (hacia 1500). (3,2 x 4,5 cm). Fuente: fotografía de Carolina Naya, cortesía del Cabildo Metropolitano de Zaragoza..
Coronita en oro, esmaltes, perlas, cristales de roca tintados y granates (hacia 1500). (3,2 x 4,5 cm). Fuente: fotografía de Carolina Naya, cortesía del Cabildo Metropolitano de Zaragoza..

No podemos precisar cuándo comenzó exactamente la devoción a la Virgen del Pilar en territorios aragoneses, pero sí es posible constatar, a través de las fuentes documentales, que en el transcurso de la denominada época moderna (1500-1800) trascendió al panorama internacional, cobrando especial fuerza entre toda la comunidad hispana.

Al parecer, el testimonio documental más antiguo conocido sobre la tradición pilarista data del siglo XIII,1 y en él se recoge la Venida de la Virgen en el año 40 en carne mortal a Caesaraugusta, donde Santiago el Mayor estaba predicando, y cómo el apóstol y sus discípulos comenzaron a construir un edículo para resguardar el Santo Pilar que había traído la Virgen. En esta imagen, que se conserva en el Archivo Capitular del Pilar, la Virgen señala el lugar donde se debía erigir el templo (figura 1).

Fig. 1. Detalle de la traducción de la bula de agregación de Nuestra Señora del Pilar a la cofradía de Nuestra Señora del Planto de Roma, donde se muestra la tradición de la Virgen (1581). Fuente: Archivo Capitular del Pilar, cortesía del Cabildo Metropolitano de Zaragoza.
Figura 1

Muy distintas fuentes narran cómo se fueron sucediendo distintas ampliaciones en el templo pilarista, quedando la arquitectura como envoltorio de la devoción en la historia de la basílica. No obstante, dos hitos se tornaron fundamentales en el trazado de la devoción pilarista entre finales de la Baja Edad Media hasta entrada la Edad Moderna, siendo ambos hechos milagrosos: el primero de ellos es la curación de la reina Blanca de Navarra por intercesión de la Virgen (1433); y el segundo, la sanación de Miguel Juan Pellicer (1640), al que supuestamente devolvió una pierna y restituyó de su cojera, el más conocido de los prodigios obrados por la Virgen, conocido popularmente como «el Milagro de Calanda».2

Entre estos dos importantes hitos de la devoción pilarista, los fondos documentales del Archivo Capitular del Pilar permiten perfilar —a pesar de algunas pérdidas documentales irreparables—, una sucinta cronología de acontecimientos y sucesos que muestran la creciente devoción a la Virgen en forma de preciosas ofrendas. A raíz de estos milagros, las gentes procedentes de todos los estamentos sociales ofrecieron, en la medida en que les fue posible, sus mejores prebendas y más preciados bienes.

A finales de la Edad Media los ornamentos y ricos textiles parecen ser las ofrendas y jocalias más numerosas y apreciadas, aunque los primeros inventarios conocidos recogen algunas joyas: a mediados del siglo XIII figuran algunos collares y mantos entre las «ropas» de la iglesia de Santa María, y ya a comienzos del XIV, entre la orfebrería y ornamentos textiles a cargo del sacristán mayor, se describen joyas y reliquias muy adornadas. Sin embargo, conviene aclarar que no hay documentos que ratifiquen que estas ofrendas y alhajas en la Baja Edad Media aderezaran la imagen de la Virgen del Pilar.

Durante la época moderna, las numerosas visitas de la monarquía y nobleza confirman el templo del Pilar como uno de los más importantes santuarios marianos en España, tornándose las joyas, detalladamente descritas, como las más suntuosas donaciones. Se conserva un interesantísimo grabado para esta investigación datado a finales del siglo XVIII (figura 2) en el que se representan por medio de retratos en miniatura diez personajes de los cientos de personalidades ilustres, que donaron alhajas a la Virgen durante estas centurias. Pequeñas cartelas en la parte baja de cada retrato identifican a los donantes, y refieren sucintamente la joya que ofrecieron a la Virgen, con su tasación en pesos: de este modo, se citan las coronas del arzobispo Sáenz de Buruaga, las alhajas del conde de Peralada y del marqués de la Compuesta, el ramo del marqués de Villa López, la venera del duque de Abeiro, los pectorales de los obispos de Lérida y de Sigüenza, el clavel de la infanta María Teresa de Ballabriga, las joyas de Juan de Austria y de la reina Bárbara de Braganza.. ,3

Fig. 2. Grabado en defensa de la tradición pilarista: «la tradición de la venida de Santiago y Virgen del Pilar es cierta»; Galcerán y Alapont, V. (grabador) y Quevedo, M. (dibujante), 1784. Fuente: Roy, L., El grabado zaragozano de los siglos XVIII y XIX, tomo II, cat. n.° 109, pp. 530 / 638-640.
Figura 2

Este grabado se sustenta en las fuentes documentales y bibliográficas que descubren con gran lujo de detalles cómo peregrinos y personalidades visitaban el altar mayor de la iglesia de Santa María, iluminado y ricamente aderezado con cabezas-relicario, imágenes y reliquias, mientras un par de canónigos recibían a las dignidades esperándolas con un sitial de terciopelo para darles agua bendita, justo antes de escuchar misa en la Santa Capilla mientras sonaban letras latinas y motetes. La Virgen del Pilar se encontraba tenuemente iluminada por sus numerosas lámparas de aceite,4 y de las rejas que la circundaban colgaban muchos de los exvotos en plata, además de otras «presentallas» ofrecidas a la imagen.5 Tras la misa, reyes, príncipes y otros devotos venidos de Europa y ultramar besaban a la Virgen y le entregaban suntuosas alhajas. El cabildo solía agradecer estas ilustres ofrendas con un manto a cambio usado por la imagen, o extraer del Joyero alguna alhaja con la imagen de la Virgen del Pilar como recuerdo de la visita, normalmente una imagen de bulto en oro, o un «retablito» esmaltado. El recuerdo, impregnado de un aura inmaterial, siempre era recibido con gran devoción.

Sin embargo, cabe expresar en esta introducción que las Cantigas de Santa Maria escritas por Alfonso X el Sabio en la segunda mitad del siglo XIII, no mencionan a la Virgen del Pilar. Estos poemas narrativos de «miragres» narran los hechos milagrosos de los principales santuarios marianos a partir de leyendas divulgadas por Europa y conceden un gran protagonismo a una Virgen en Aragón a la que se debía tener gran devoción: la Virgen de Nuestra Señora de Salas, en Huesca. El Rey Sabio también refirió un hecho milagroso en Santa María de Albarracín (Teruel), pero sobre todo destacan cualitativamente, frente a otros lugares españoles y europeos, los veintiún favores de la Virgen de Salas.6 Sorprende que esta fuente documental, fundamental en la denominada Baja Edad Media, no cite la devoción mariana pilarista. Además, la devoción mariana del Pilar también compitió en esta época con otras imágenes en Zaragoza, ya que está bien documentado por aquel entonces el fervor a la Virgen del Portillo. De cualquier modo, las fuentes documentales narran que desde el siglo XIII comienza a haber peregrinaciones a Santa María del Pilar, resultando fundamental el final de la Baja Edad Media en el asentamiento de la devoción pilarista.7

Las ofrendas y alhajas ofrecidas a la Virgen siempre han estado al servicio del culto a la imagen mariana del Pilar: en un primer momento, en forma de reliquias, «presentallas» o exvotos ofrecidos al propio Pilar o alguna primitiva imagen de la Virgen, y en el transcurrir de los siglos como ornamentos textiles, jocalias y suntuosas joyas. Las ofrendas siempre tuvieron el común propósito de agradecer a la Virgen su intercesión en favores y milagros. La materialización de la devoción pilarista conformó un ajuar que fue engrosándose y que con el transcurrir de los siglos contó con varios centenares de alhajas, convirtiéndose en un verdadero tesoro.

En las próximas páginas estudiaremos joyas y alhajas en su acepción más amplia, en forma de adornos metálicos de aplicación directa o indirecta sobre el cuerpo, con mayor o menor dependencia del textil, cuyo uso principal, más allá de su utilidad o funcionalidad, es conformarse como un objeto placentero o aderezo que orne a la persona que lo porta, además de transmitir otros valores devocionales, representativos o simbólicos.8

A partir de la denominada época moderna, los inventarios del Pilar disciernen entre los ítems que se custodian en la sacristía mayor y la Santa Capilla. En estos documentos se percibe cómo durante el Renacimiento y el Barroco la donación de joyas se equiparará cuantitativamente con la relación de ornamentos textiles. En nuestra investigación nos hemos centrado en las alhajas que se custodiaban en la sacristía de la Virgen del Pilar; en concreto, en las joyas que se donaron a la Virgen y que siempre estuvieron de un modo u otro al servicio del culto; es decir, en joyas que todavía se conservan, pero también en las que sufrieron transformaciones, se fundieron y desaparecieron o se dispersaron durante su devenir histórico. En muchas ocasiones, las alhajas sirvieron como metal o moneda de pago al servicio de obras mayores y menores en el templo y del mismo modo, se transformaron en nuevas joyas o enriquecieron antiguos diseños al aplicarse sobre otros, al servicio por lo tanto también de la historia de los estilos y capricho de las modas. Otras muchas adornaron tempranamente a la Virgen en su primitiva Santa Capilla, y ya en época barroca a la imagen del Pilar en plata que sale en procesión.9

No obstante, y a pesar de la importancia histórica de esta colección, hasta ahora no había sido abordada en conjunto, ni tan siquiera de un modo detallado: tanto la documentación como las propias piezas confirman que, a pesar de las irreparables pérdidas, sigue siendo una de las más completas colecciones de joyería en el territorio hispánico. Aunque provisionalmente, o refiriéndose a piezas puntuales, los mejores especialistas de la historia de la disciplina se han referido a ella en algún momento: el profesor Cruz Valdovinos, Leticia Arbeteta, Charles Davillier, Charles Oman, Joan Evans, Yvonne Hackenbroch y desde luego Priscilla Muller.10

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Carolina Naya Franco es profesora de Historia del Arte y de Gemología en la Universidad de Zaragoza.


1 Está escrito en latín con caracteres góticos y se conserva en el Archivo Capitular del Pilar (a partir de ahora A. C. P.), en los últimos folios (ff. 274v.-275r.) de una copia del siglo XIII del códice Moralia in Job, de san Gregorio Magno.
2 Sobre el milagro de Calanda y otras intervenciones extraordinarias de la Virgen: Domingo Pérez, T., El milagro de Calanda y sus fuentes históricas, Zaragoza, Caja de la Inmaculada, 2006; Domingo Pérez, T., y Casorran Berges, E., El milagro de Calanda y otros favores extraordinarios de Nuestra Señora del Pilar, Zaragoza, Comuniter, Cabildo Metropolitano de Zaragoza (Diego de Espés, 1), 2014.
3 Siete de estas diez fabulosas joyas fueron expoliadas por el mariscal Lannes en 1809, durante los «Sitios» de Zaragoza.
4 Se documentan 32 lámparas en 1549: Apéndice documental n.° 2 (1549), f. 26r.
5 Covarrubias (t 1613) ya no recoge el término «presentallas», pero Martín Alonso (siglos X-XV) presenta dos entradas: «presentaja» y «presentaya» con el mismo significado amplio, que no confirma material, forma o valor. Lo define como presente, regalo, obsequio, agasajo; en Alonso Pedraz, M., Diccionario medieval español, desde las glosas emilianenses y silenses (s. X) hasta el siglo XV, Salamanca, Universidad Pontificia de Salamanca, Diputación Provincial, 1986, p. 1518.
6 Se recogen entre las «cantigas de miragres»: Alfonso X el Sabio, Cantigas de Santa María, facsímil de le edición que hizo la RAE en 1889, Madrid, RAE-Caja de Madrid, 1990, pp. 43-111. Sobre el Joyero de la Virgen de Salas: Naya Franco, C., Joyas y alhajas del Altoaragón: esmaltes y piedras preciosas de ajuares y tesoros históricos, Huesca, Diputación de Huesca (Colección Perfil, Guías de Patrimonio Cultural Aragonés, n.° 7), 2017, pp. 19-26.
7 Se conserva en el Archivo Capitular del Pilar un pergamino oficial con un decreto del año 1299, por el cual los jurados de Zaragoza trataron de impulsar el peregrinaje al Pilar, por medio de la protección a los bienes de los peregrinos. También conviene revisar a este respecto: Blasco Martínez, A., «Nuevos datos sobre la advocación de Nuestra Señora del Pilar y su capilla (Zaragoza, siglos XIV-XV)», Aragón en la Edad Media, XX (2008), pp. 117-138.
8 El término alhaja, tal y como la historia de la joyería artística lo ha utilizado, proviene del árabe y significa «cosa necesaria o valiosa». El DRAE en su vigésima segunda edición tampoco acota el término: la primera acepción es para el significado «joya», y la segunda, para «adorno o mueble precioso». Montañés, en su diccionario Joyas recoge que esta denominación se incorpora al castellano según Corominas en 1112, citando la definición del Tesoro de Covarrubias publicado por primera vez en 1611: «no viene debajo de apelación de alhaja el oro, plata o vestidos» sino que «era lo que comúnmente llamamos en casa colgaduras, tapicerías, camas, sillas, bancos, mesas»; en Montañés, L., Joyas, Madrid, Diccionarios Antiqvaria, 1987, p. 13.
9 Sobre la imagen procesional en plata de la Virgen (1620): Morte García, C., y Naya Franco, C., «La pervivencia de una devoción: la imagen procesional barroca de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza, en plata, oro y gemas preciosas», Ars & Renovatio, 2, pp. 60-98.
10 Cruz Valdovinos, J. M., «La joyería», en El Pilar de Zaragoza, Zaragoza, CAI, 1984, pp. 351-363; Arbeteta Mira, L., «Alhajas» en Torra de Arana, E. (dir.), Jocalias para un aniversario, Zaragoza, CAI, 1995, pp. 186-241; Davillier, J. C., Recherches su l'orfevrerie en Espagne au moyen age et h la Renaissance: Documents inédits tirés des archives espagnoles, París, Quentin, 1879, p. 93; Oman, C., «The jewels of our lady of the Pilar at Saragossa», Revista Apollo, junio, 1967, pp. 107-114; Oman, C., «Las joyas de nuestra señora del Pilar de Zaragoza», Seminario de Arte Aragonés, XIII-XIV-XV, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1968, pp. 107-114; Evans, J., A history of jewelry. 1100-1870, Londres, Faber & Faber, 1953, pp. 112, 145 y 156; Hackenbroch, Y., Reinaissance jewelry, Londres, Sotheby Parke Bernet, published in association with the Metropolitan Museum of New York, 1979, p. 316, pp. 339-340, p. 821, pp. 910-912; Muller, P., Jewels in Spain: 1500-1800, Nueva York, Hispanic notes & monographs, Hispanic Society of America, 1972, pp. 124, 147, 157 y 162; Muller, P. E., Joyas en España, 1500-1800, Nueva York, Hispanic Society of America, Ediciones el Viso, 2012, pp. 130, 151, 158 y 165.

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