Este bivalvo de agua dulce es una especie invasora originaria del mar Negro y el Caspio. A partir del siglo XIX se extendió por el centro y el norte de Europa, y en 1982 alcanzó los Grandes Lagos de América del Norte. El pasado verano se detectó su presencia en el curso inferior del Ebro, y el Ministerio de Medio Ambiente encargó un estudio de urgencia para conocer el alcance actual de la invasión.
El trabajo de campo constató que el tramo fluvial afectado comprende ya la totalidad del curso inferior del río desde el embalse de Riba-Roja -declara Pere Josep Jiménez, miembro del Grup de Natura Freixe, encargado del muestreo-. Por el momento, las densidades de población de esta especie alcanzan concentraciones de más de 2.600 individuos por metro cuadrado en zonas favorables.»
Su elevadísima capacidad de reproducción (cada adulto puede originar una descendencia de 1,5 millones de ejemplares por temporada), lo convierte en un agente de cambio ecológico radical: disminuye la concentración de fitoplancton en el agua y altera completamente la cadena trófica de los ríos. «En términos ecológicos, la invasión de este bivalvo ha causado extinciones de diversos bivalvos autóctonos sobre los cuales se fija, mermando su capacidad de alimentación y de respiración», explica el malacólogo Cristian Ruiz Altaba. «El peligro más acuciante se cierne sobre una náyade, Maragaritifera auricularia, cuya población en el bajo Ebro es la única viable», añade Miguel A. López, biólogo que coordina un proyecto europeo sobre esta especie en el tramo final del Ebro.
Ante la previsible aparición de problemas de mayor magnitud, se ha iniciado una campaña de información a posibles afectados y se prevé el estudio de medidas que minimicen el impacto de esta especie invasora. Evitar su diseminación hacia otros ríos ibéricos es la máxima prioridad.