En una de las esquinas del Palacio Braschi (en la actualidad alberga el Museo de Roma) que da a la Plaza de Pasquino encontramos lo que queda de una estatua que encierra una singular historia.
La estatua formaba parte probablemente de un conjunto escultórico del siglo III antes de Cristo y permaneció enterrada hasta el siglo XVI cuando fue hallada en la propia Plaza Navona. Sin embargo, estaba tan deteriorada que ningún coleccionista de arte quiso comprarla y la pieza fue colocada en el lugar que ocupa hoy en día.
Pronto la ciudadanía le otorgó el nombre de Pasquino, un sastre del barrio célebre por sus comentarios mordaces, y se extendió la costumbre de colgar sobre ella toda suerte de carteles con ácidas críticas hacia las costumbres o los políticos. Muchas de esas recriminaciones, expresiones directas del sentir popular, llegaban a oídos del gobierno municipal y algunas llegaron a desencadenar incidentes diplomáticos.
Con el tiempo, el Pasquino, origen de nuestra moderna palabra pasquín, llegó a merecer el nombre de la estatua parlante y los romanos inventaron para ella divertidos diálogos con otras esculturas que servían para propósitos similares y adornaban diversas plazas de la ciudad, como Madame Lucrecia (en la Plaza de San Marcos, cerca de la Plaza Venecia), Marforio (en el patio de uno de los palacios del Capitolio) o el Abate Luigi (en la Plaza Vidoni).