Por Wifredo Espina periodista y ex director del Centre d’Investigació de la Comunicació.
El panorama es entristecedor. Cada vez hay mayor confusión entre periodismo y política. Y cuando ocurre algún acontecimiento de carácter político relevante, esto se acentúa. Como ahora, ante las elecciones del domingo.
No sólo periódicos solventes toman descaradamente partido, en favor o en contra, de algo o de alguien, sino también muchos periodistas acreditados. Periódicos y periodistas que normalmente se dedican a su labor de informar, explicar y comentar lo que pasa con la mayor objetividad posible, cambian su diapasón profesional cuando acontece o se acerca algún hecho de especial relevancia política. Y eso, por partidismo, intereses económicos o presiones de poder de todo tipo.
El sentido profesional de empresarios de la comunicación y de periodistas queda aparcado para alinearse ciegamente con alguno de los bandos en liza. Y no solo en la expresión de opiniones razonadas y legítimas, sino incluso en la tergiversación de textos informativos y especialmente titulares, mezclando escandalosamente opinión con información, lo que crea una enorme confusión y desinformación en la opinión pública.
La profesionalidad no está reñida con la posible simpatía por grandes tendencias ideológicas, pero lo está totalmente con la militancia partidista y las hipotecas que esto conlleva. O se ejerce de periodista o de político. Cada uno tiene su propio campo y sus normas específicas. Confundir ambos campos, o, lo que es peor, someter la función periodística a los dictados o intereses partidistas, es envilecerse personalmente, envilecer la profesión y traicionar a la opinión pública.
Y si, encima, el propio partidismo político se lleva a la distorsión de textos y titulares, a malévolos silencios o magnificaciones absurdas de las cosas, el descrédito de empresas de comunicación y de periodistas es total. Y contra esto, no valen hermosos códigos deontológicos, ni defensores del lector de adorno, ni inactivos –cómplices- colegios o asociaciones de editores y de periodistas, contra esto solo valen dos cosas: una conciencia profesional responsable e insobornable de cada cual, y el boicot de los lectores, radioyentes y televidentes.
Todo lo demás, cuando el panorama está tan distorsionado, es pura y simplemente música celestial. Y con música celestial no funciona una democracia y unas elecciones no pueden ser democráticas.