Bajo el seudónimo «Daniel Stern», la condesa d'Agoult, hija de un emigrado francés aristócrata y establecido en Alemania, escribió, con mucha diferencia, la mejor historia contemporánea de la Revolución de 1848 en Francia: Histoire de la Révolution de 1848 (1851, en dos volúmenes). No sólo fue escrita con elegancia, sino que, además, era analíticamente brillante, e historiográficamente consciente de que la narración se desarrollaba en el marco de una investigación sobre el papel de los antagonismos de clase en la causa y el curso de la revolución. Su investigación, ademán era mucho más profunda que cualquiera de las de sus competidoras: D'Agoult rastreó los archivos de los debates parlamentarios, informes, proclamas y peticiones; entrevistó a numerosos contemporáneos que habían participado en los acontecimientos, desde Louis Blanc, a quien visitó en su exilio de la isla de Jersey, a Ange Guépin, el sabio médico de Nantes, al que fue una vez ministro de la Guerra, el general Lamoricière, de quien obtuvo un mapa que ilustraba el despliegue de tropas contra los insurgentes parisinos en junio de 1848. D'Agoult fue extraordinariamente ecuánime en su reparto de críticas, y encontró defectos cruciales en prácticamente todos los actores político destacados.
D'Agoult fue una de las mujeres de mediados del siglo XIX que eligieron una vida totalmente autónoma, contraria a la moral burguesa de su tiempo, aunque no abrazó la política emancipadora de feministas como Jeanne Deroin y Suzanne Voilquin. Actualmente es más conocida por su relación con Franz Listz, con quien tuvo tres hijos. Marie no se casó con Listz ni se divorció de su marido, el conde d'Agoult. Cosima, la segunda hija que tuvo con Listz, se casaría posteriormente con Richard Wagner.
Son casi las 7 de la mañana del lunes 21 de noviembre de 1831 cuando varios cientos de tejedores de seda se reúnen en la Croix-Rousse, un suburbio de la ciudad de Lyon (Francia). Su plan original es iniciar desde allí una marcha por la Grand Côte hasta llegar al centro de la ciudad y exigir a sus patronos, los comerciantes de seda, que acepten el salario mínimo acordado con los regidores del ayuntamiento unos días antes.
Aún no habían salido de La Croix-Rousse cuando cincuenta soldados de la Guardia Nacional intentan detener su avance. La milicia es recibida con una lluvia de piedras, rodeada y desarmada. Los tejedores siguen su avance por la Grand Côte hasta que se topan con los granaderos de la Primera Legión de la Guardia Nacional. Varios tejedores y un oficial caen heridos, los guardias se retiran, los manifestantes levantan grandes barricadas y enarbolan su bandera. En ella habían bordado las palabras Vivre en traivallant, mourir en combattant (Vive trabjando, muere luchando).
Estos fueron los primeros compases de la revuelta de los tejedores de seda de Lyon, conocidos coloquialmente como canuts, que tuvo lugar en noviembre-diciembre de 1831. La respuesta del Gobierno fue brutal. Adolphe Thiers, ministro del Interior, retiró las tropas de la ciudad, la cercó y luego la retomó, manzana a manzana, haciendo uso de la artillería y de cargas explosivas. Los tejedores acabaron finalmente capitulando y muchos de ellos fueron juzgados y condenados al exilio, largas penas de prisión o trabajos forzados.
La estampa Horrible masacre en Lyon (1834), obra de un grabador anónimo local, capta la calidad íntima, a quemarropa, de la violencia en los espacios pequeños de los centros urbanos. Más de trescientos obreros murieron y casi seiscientos fueron heridos en este conflicto social en torno a los salarios y los derechos de los trabajadores a asociarse e ir a la huelga,
Napoleón I murió en el exilio el 5 de mayo de 1821 en la isla de Santa Elena. En 1840, el rey Luis Felipe decidió repatriar el cuerpo del emperador para enterrarlo en París. Tras varias semanas de viaje, el féretro de Napoleón llegó a París para ser enterrado bajo la cúpula de los Inválidos en diciembre de 1840.
Pero retrocedamos un poco en el tiempo.
En 1815, tras ser derrotado por británicos, rusos y prusianos en la batalla de Waterloo (18 de junio de 1815), Napoleón se ve obligado a abdicar y es confinado en Santa Elena, una pequeña isla del Atlántico Sur perteneciente a los británicos. Seis años más tarde, el 5 de mayo de 1821, fallece y es enterrado en dicha isla.
No fue hasta 1840 cuando su cuerpo fue repatriado gracias a las gestiones del rey Luis Felipe I que ve en la renacida popularidad de Napoleón una ocasión para contentar al pueblo. Este episodio, que se conoce como el «Retorno de la cenizas», finaliza con un funeral de Estado el 15 de diciembre de 1840. Napoleón es enterrado inicialmente en la Capilla Saint-Jérôme ya que la tumba aún no había sido terminada.
Aunque se consideraron varios lugares para enterrar a Napoleón, entre ellos el Panteón y el Arco de Triunfo de la Étoil, finalmente se escogió el Hôtel national des Invalides por estar vinculado a la historia militar ya que este conjunto de edificios había sido creado por Luis XIV para albergar a los soldados heridos e inválidos de su ejército.
Como ampliación de dicho conjunto, se construyó una catedral, llamada Saint-Louis des Invalides, para los soldados y los heridos. Adyacente a esta catedral, se reservó una capilla para que la familia real asistiera a misa separada de los soldados. Estos dos espacios están conectados y se puede pasar de uno a otro. La capilla está coronada por una magnífica cúpula, cuya silueta dorada se eleva 107 metros hacia el cielo.
La tumba fue encargada en 1842 por el rey Luis Felipe al arquitecto Louis Visconti (1791-1853). En primer lugar, se excavó una enorme cripta de 6 metros de profundidad. Medía 23 metros de diámetro y no tenía techo: el público debía poder ver la tumba del Emperador sin descender a la cripta.
La tumba mide casi 4 metros de largo y más de 2 metros de ancho. Es de cuarcita roja y descansa sobre una base de granito verde. En el suelo, los nombres de las batallas victoriosas de Napoleón están inscritos en un mosaico. La tumba contiene cinco ataúdes: el primero de hojalata, el segundo de caoba, los dos siguientes de plomo y el quinto de ébano. En este último está grabado el nombre de Napoleón. Doce estatuas femeninas de mármol blanco, llamadas Victorias, vigilan la tumba. Y una galería circular está decorada con diez bajorrelieves de mármol, que celebran el reinado de Napoleón y las acciones civiles del Emperador.
Estos trabajos duraron varios años. El cuerpo del emperador no fue depositado en su tumba hasta el 2 de abril de 1861, durante el Segundo Imperio, cuando su sobrino, el emperador Napoleón III, subió al poder. Otros miembros de la familia imperial recibieron sepultura en la capilla de los Inválidos: el hermano menor Jerónimo (1784-1860), en junio de 1862, y el mayor José (1768-1844), en marzo de 1864. En diciembre de 1940, el hijo de Napoleón, fallecido en Viena (Austria) en 1832, fue enterrado en la cripta.
Segunda parte: la película
La carrera como director de Ridley Scott está plagada de éxitos, pero su último trabajo —Napoleón— no es merecedor de obtener distinción alguna salvo, tal vez, por la soberbia interpretación de Vanessa Kirby en el papel de Josefina.
Reducir Napoleón a un hombre tosco y zafio, atrapado en las redes amorosas de Josefina y al mismo tiempo omitir la enorme influencia de sus obras en el resto de Europa es un error tan obvio que dudo mucho que Scott lo haya cometido de forma premeditada. Como buen británico, ha plasmado su inquina por lo continental en general y por lo francés en particular aunque, eso sí, con gran esplendor visual. Napoleón no solo exportó prácticamente a toda Europa los valores de la Revolución Francesa (aboliendo asimismo los restos del feudalismo) sino que sus reformas en materia legal (Les cinq codes), educativa, nuevos estándares (sistema métrico), etc. fueron implantadas y en muchos casos tuvieron continuidad incluso después de su caída.
Napoleón se merece algo más que una película de aventuras con batallas espectaculares.
El estanque de Latona de los jardines del Palacio Versalles fue fruto de la voluntad de Luís XIV al crear, en el centro de su jardín, una fuente que narrase la infancia de Apolo, el dios sol, que él mismo había elegido como emblema. Para crear esta fuente, Luís XIV ordenó transformar un estanque creado por Luís XIII instalando progresivamente juegos de agua y decoraciones esculpidas por los hermanos Marsy.
El estanque de Latona atravesó varias fases antes de llegar a su forma actual. En 1667, era la fuente de los Sapos. De 1668 a 1670, apareció un primer estanque de Latona, en el que Latona estaba a la misma altura que el resto de las figuras y miraba hacia el palacio. De 1687 a 1689, Jules Hardouin-Mansart creó el estanque actual, dio media vuelta a la madre de Apolo y de Diana (Latona) y la situó en la cima de una pirámide de mármol.
Podéis leer su historia completa en El estanque de Latona, una restauración histórica.
El estilo gótico nace como tal en el norte de Francia a mediados del siglo XII. Aunque en rigor debe hablarse de una evolución de las formas románicas, se data como su inicio el 14 de julio de 1140. En dicho día se inició la restauración del abad Suger del deambulatorio de la basílica de Saint-Denis, primer elemento arquitectónico que se define como de estilo gótico.
Además de elementos arquitectónicos novedosos como el arco apuntado (ojival), la bóveda de crucería o los arbotantes, el gótico religioso se vio influenciado por la aparición en el Medievo de una nueva sensibilidad hacia la idea de la muerte y de la salvación del alma, y por tanto de la importancia del Juicio Final. Continuando con la tradición del románico en cuanto a plasmar las ideas religiosas en «libros visuales», la Iglesia creó un programa iconográfico para advertir a los fieles de las consecuencias que tenían los actos realizados en vida tras la muerte. Esta enseñanza sobre el Juicio Final quedó plasmada en muchas de las portadas de acceso a los templos y presenta una característica novedosa: su representación se traslada al tímpano, normalmente en tres registros horizontales, tal y como podemos ver, por ejemplo, en la imagen que acompaña a este texto. Se trata de uno de los tímpanos de la fachada principal de la catedral de Notre Dame en París.
En el superior aparece Cristo-Juez acompañado del tribunal y la corte celestial. En Notre-Dame es un Cristo-Hombre con nimbo crucífero que muestra sus llagas de las manos. A ambos lados, dos ángeles portan los instrumentos de la Pasión (objetos asociados a la Pasión de Cristo). Completan el grupo San Juan y la Virgen arrodillados e intercediendo por la humanidad. La representación de Cristo humanizado es característica del gótico y responde a la idea de que Jesús no solo es juez sino también redentor.
Ahora debemos fijar nuestra mirada al registro inferior en el que se representa la resurrección de los muertos. Dos ángeles, uno en cada extremo, tocan las trompetas para anunciar que el Juicio Final va a comenzar.
Finalmente, en el registro intermedio, se encuentra el pesaje de las almas (psicostasis). De izquierda a derecha, tenemos primero a los bienaventurados que alzan la cabeza para mirar a Cristo; después el arcángel San Miguel que está pesando las almas; a su lado, dos demonios que intentan inclinar la balanza a su favor; por último, los condenados que, atados con cadenas, son arrastrados hacia el infierno por dos diablos.
En enero pasado, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron, firmaron el Tratado en Barcelona, en el marco de la XXVII Cumbre hispano-francesa. Entre las diversas medidas aprobadas, hoy traemos a colación la relativa a las comunicaciones transpirenaicas.
En la página de la Moncloa donde se recoge la noticia del acuerdo se puede leer lo siguiente:
En materia de Transporte, tras reunirse con su homóloga francesa, la ministra española Raquel Sánchez ha celebrado el compromiso de Francia con el impulso de las conexiones transfronterizas entre España y Francia de los Corredores Atlántico y Mediterráneo, unas infraestructuras "vitales" para hacer realidad el Mercado Único entre dos socios centrales de la UE como lo son España y Francia.
Dos meses más tarde de la firma, Francia decidió aplazar hasta 2042 los enlaces de dichos corredores. Aún es más grave la situación de la Travesía Central del Pirineo. A pesar de que lleva más de veinte años en la agenda política, ni se la menciona en el nuevo tratado. La fotografía que acompaña a este texto muestra el estado de la «playa de vías» de la Estación hace siete años. Todo parece indicar que el ferrocarril transfronterizo correrá la misma suerte. Canfranc y su Estación Internacional jamás recuperarán su antiguo esplendor, aunque ahora al menos se ha rehabilitado parte de su patrimonio arquitectónico con la construcción de un hotel en la estación
Rescato esta imagen de la excursión que nos llevó del Ibón de Truchas al Lacs D'Ayous, a los pies del pico de Midi d'Ossau. Para llegar a él se pasa por la Plaa de las Baques desde donde se divisa un espectacular paisaje.
Aunque mi primera visita a Pau transcurrió hace ya catorce años, recuerdo perfectamente la sensación de contemplar una ciudad abandonada y triste. Tal vez influyera que la mañana amaneció con el cielo nublado y con muy poca gente por las calles. Tan solo el castillo y la Église Saint-Jacques destacaban entre unos edificios que parecían presagiar la crisis económica que se acercaba.
Por fortuna, a media mañana asomó el sol entre las nubes y un poco más tarde el «Foie gras», la «garbure» y el «poule au potel» subieron la temperatura del cuerpo. Además, una de las visitas guiadas en el castillo era en español, lo que hacía más fácil y comprensible el paseo entre sus muros. En la actualidad, por lo que he podido comprobar, al menos este año del 4 al 10 de diciembre inclusive (excepto el 8), los tours de las 15:15 serán comentados en español.
Por lo demás, la web del castillo (solo en francés) contiene las secciones habituales, incluyendo el apartado «Découvrir» (Historia - Habitaciones).
Como en tantos otros sitios turísticos, visitar el Palacio de Versalles se acaba convirtiendo en una especie de yincana donde la prueba principal consiste en esquivar al resto de personas que se mueven a tu alrededor. Por fortuna, contamos con la tecnología para soslayar el problema: Chateau de Versailles (Google Arts & Cultura).
El pavoroso incendio que ha asolado la Catedral de Notre Dame en París me ha hecho recordar el viaje que realizamos el año pasado a esa maravillosa ciudad. Las siguientes fotografías fueron tomadas el 27 de septiembre de 2018 y son solo una pequeña muestra de lo que el fuego ha destruido o ha estado a punto de hacerlo: