Entre criticar la política israelí y desear la desaparición de todo un pueblo, media un abismo y, sin embargo, todo un presidente de gobierno, como el iraní Mahmud Ahmadi Neyah, proclama a los cuatro vientos que la nación musulmana no permitirá a su enemigo histórico vivir en su corazón para, seguidamente, calificar al Holocausto de mito inventado por Occidente. Su ideología política, tal y como manifestó en 2004, tampoco invita al optimismo: «el gobierno islámico significa un gobierno cuyos objetivos, posicionamientos y voluntad es ejecutar los dictámenes islámicos, es decir, conseguir que la sociedad esté dirigida a través de las leyes islámicas. Significa un gobierno que crea en que el islam es una religión perfecta y que es capaz de responder de forma completa a las necesidades del hombre, llevándole a la felicidad».
Por desgracia no es el primer político iraní que se manifiesta en esos términos. El supuestamente moderado Rafsanyani lo expresó en 2001 de una forma aún más clara: «Si un día el mundo islámico dispone también de armas como las que ahora posee Israel, entonces la estrategia de los imperialistas se estancará, porque bastará el uso de una sola bomba nuclear en Israel para destruirlo del todo, mientras que al mundo islámico sólo le hará daño. No es irrazonable pensar en esa posibilidad». Para más inri, estas palabras fueron pronunciadas en un discurso dirigido a toda la nación con ocasión del Día de Quds.
¿Debemos tomar en serio sus amenazas? Cuando Hitler, ya en 1920, expresó su intención de exterminar a los judíos, los líderes occidentales consideraron tales palabras como bravatas pero, en cuanto tuvo oportunidad —ejército y armas—, desencadenó el mayor genocidio de la Historia. No repitamos el mismo error: amenaza real o baladronada, la ONU debe tomar cartas en el asunto y no limitarse, como tantas veces, a emitir declaraciones de "consternación". En primer lugar, debe declarar un embargo «nuclear» a Irán para evitar así que pueda dotarse de misiles nucleares. En segundo lugar, presionar a Israel y a su principal aliado, EEUU, para avanzar en la cuestión palestina e impedir que las amenazas iraníes justifiquen actitudes más agresivas de aquéllos como, por ejemplo, los reactivados asesinatos selectivos. Por último, apoyar al gobierno palestino en las reformas democráticas emprendidas recientemente y exigirle también una lucha más eficaz contra los grupos terroristas. Sin duda, una gran oportunidad para la estrategia definida en la Alianza de Civilizaciones.