La controversia sobre la coexistencia en España de diversas lenguas parte, a priori, de una dificultad nada desdeñable. Castellanos, aragoneses y, en general, aquellos colectivos carentes de una segunda lengua natural, plantean normalmente la problemática en términos instrumentales o funcionales. Para los nacionalistas, sin embargo, la lengua - no en su dimensión instrumental, sino en su significado simbólico - se presenta como uno de los atributos de la identidad nacional y, por lo tanto, su análisis se enmarca en una dimensión totalmente distinta. A lo que debemos añadir los distintos papeles que la lengua juega en cada uno de los nacionalismos españoles.
Para el nacionalismo vasco, por ejemplo, el hecho lingüístico es fundamental: es por su lengua como un vasco se define a sí mismo autodesignándose euskaldún, cuyo término significa "que posee" (-dun -n) el "euskera" o lengua vasca (euskal-); de la misma suerte que Euskalerría, "País Vasco", se descompone en euskal + herri, "país", es decir "país de la lengua vasca". Pero a diferencia de Cataluña donde el individuo - sea cual fuere su procedencia - se socializa mediante el aprendizaje del idioma, en el País Vasco se da más importancia a la lengua como elemento diferenciador y excluyente. He aquí una forma, sin desperdicio alguno, de expresar comparativamente con Cataluña la inextricable estructura de lengua y raza que constituye la nación vasca; su autor es Sabino de Arana:
"La política catalana, por ejemplo, consiste en atraer a sí a los demás españoles; la bizcaína, vgr., en rechazar de sí a los españoles como extranjeros. En Cataluña a todo elemento procedente del resto de España lo catalanizan, y les place a sus naturales que hasta los municipales aragoneses y castellanos de Barcelona hablen catalán. Aquí padecemos mucho cuando vemos la firma de un Pérez al pie de unos versos euskéricos, oímos hablar nuestra lengua a un cochero riojano, a un liencero pasiego o a un gitano, a al leer la lista de marineros náufragos de Bizcaya tropezamos con un apellido maketo. Los catalanes quisieran que no sólo ellos, sino también todos los demás españoles establecidos en su región hablasen catalán; para nosotros sería la ruina el que los maketos residentes en nuestro territorio hablases euskera. ¿Por qué? Porque la pureza de raza es, como la lengua, uno de los fundamentos del lema bizcaíno, y mientras la lengua, siempre que haya una buena gramática y un buen diccionario, puede restaurarse aunque nadie la hable, la raza, en cambio, no puede resucitarse una vez perdida" (Bizkaitarra, II, número 16, 31 de octubre de 1894).
Tampoco encontramos en Cataluña, Valencia o Galicia la mitificación y reificación de la lengua como en el caso vasco. Así, Larramendi, resumiendo todos los argumentos míticos sobre el euskera, dirá en 1728, con toda seriedad, que es una lengua divina, angelical: “Si los theólogos y otros supíerades el bascuenze, concluiríades al instante que el bascuenze es la locución angélica, y que para hablar a los ángeles en su lengua es necesario hablarles en bascuenze”. También dirá que es la lengua mas perfecta; que por ser divina, es una de las lenguas matrices de la humanidad. Y finalmente, que es una lengua pura e intacta a través de los siglos: “[…] el bascuenze inaccesible a la novedad y alteración, y libre de impresiones bastardas, ha conservado tan intacta su antigua pureza y hermosura, que si el primer poblador de España, sea tubal o sea tarsis, oyera hoy hablar a los guipuzcoanos, los entendería sin diccionario y sin intérprete, a menos que hubiese olvidado su propia lengua”. [Manuel de Larramendi (1690-1766), El Imposible Vencido, Arte de la lengua Bascongada (Salamanca, 1729), citado por A. TOVAR, Mitología e ideología sobre la lengua vasca (Madrid, Alianza, 1980), pág. 71-72 y 87].
El mismo razonamiento podemos encontrarlo hoy en los “Antecedentes Históricos” en versión del PNV: “Las características que distinguen a los vascos comenzaron a desarrollarse en el mismo lugar que actualmente habitan, las vertientes norte y sur de los Pirineos occidentales. Fue un resultado de la adaptación del hombre de Cro-Magnon en esta zona a los grandes cambios ambientales que se produjeron tras el final de la última glaciación, hace aproximadamente diez mil años. El Pueblo Vasco, conformado como tal desde entonces, con su propia cultura e idioma, el euskera, posiblemente el más antiguo de Europa, ha logrado sobrevivir manteniendo su propia identidad. Viendo a lo largo de milenios aparecer y desaparecer otras culturas, reinos e imperios que la pusieron en peligro. Celtas, iberos, romanos, bárbaros, árabes, fueron escribiendo sus líneas en las páginas de una historia que raramente se ocupaba de los "persistentes" vascos”.
La lengua catalana, sin embargo, reorientó su poder significante en la identidad de otra manera. Históricamente no fue el elemento-que-da-el ser, sino uno de los rasgos centrales del mismo. Por esta razón no suponía un obstáculo insalvable para los inmigrantes, sino que representaba la definición de un espacio lingüístico donde tenían cabida todos los que lograban asumir el catalán como instrumento de comunicación. Todo ello sin menoscabo de su importancia: “La lengua es el pueblo […] el pensamiento de una nación es lo que la caracteriza y retrata […] De entre todos los vínculos sociales, aparte de la religión, la lengua es el que enlaza más estrechamente.” (Tomás i Bages, Joseph: La tradició catalana, Barcelona, Edicions 62, 1982; primera edición de 1924). Pero esta tendencia integradora ha sufrido en los últimos años un cambio notable para transformarse también en un elemento separador justificado históricamente por la imposición castellana de un idioma "ajeno" a Cataluña. De nuevo, el papel de víctima tan querido por los nacionalistas a los que no les importa tergiversar la historia en beneficio propio.
En definitiva, los nacionalistas miden la lengua no tanto por su contenido instrumental, sino por la capacidad simbólica de representar las aspiraciones colectivas, es decir, la identidad nacional. Y en esta diferenciación en torno a las dimensiones del lenguaje, es donde se hunden las raíces del problema lingüístico español. Difícil solución por cuanto afecta a la vida cotidiana de muchas personas que no saben, o no quieren adoptar una segunda lengua como la catalana o la vasca que, entre otros argumentos, les resulta extraña y poco útil o simplemente no sienten el nacionalismo lingüístico. Si a ello le añadimos el uso de denuncias, controles lingüisticos y subterfugios legales —la última sentencia conocida abunda en ello— para imponer el idioma catalán, el resultado es el menosprecio más absoluto a la libertad individual y a los derechos civiles. Una prueba más de las "bondades" nacionalistas.