Pintura

Joaquín Sorolla (Valencia, 27/02/1863 - Cercedilla, Madrid, 10/08/1923): El beso de la reliquia, 1893.

Joaquín Sorolla (Valencia, 27/02/1863 - Cercedilla, Madrid, 10/08/1923): El beso de la reliquia, 1893.
Óleo sobre lienzo, 103,5 x 122,5 cm.
Museo de Bellas Artes de Bilbao.


«... sabes de mi gran deseo de presentar algo en el Salón de París (de los Campos Eliseos); finalmente ya lo tengo terminado y hoy te lo mando a tu casa para que, en el acto, le pongas un marco y lo entregues pues sé que solo se admiten hasta el 20 de marzo... espero que Dios quiera no haga un mal papel. Adjunto medidas para que veas lo del marco: alto 1 metro 2,5- centímetros. Ancho 1 metro 25 centímetros). Yo opino que sea dorado, tú ya lo verás, y como tienes mejor gusto, estarás más acertado...». En esta carta del 6 de marzo de 1893, así como en el resto de las 533 adquiridas por la Generalitat Valenciana en 2006, se comprueban varias cosas: por una parte, la absoluta confianza que tiene -y tendrá toda la vida- con Pedro Gil Moreno de Mora, a quien conoció en su etapa romana, y por otra, el papel clave que su amigo juega para la progresiva penetración de Sorolla en Europa, en sus exposiciones y marchantes internacionales, y en el valor que el pintor da a sus criterios y opiniones, algunos sorprendentes por su trascendencia. A este respecto bastará citar la carta en la que, a sugerencia del propio Pedro, Sorolla le ruega que quite una figura y una ventana de una obra que ya le ha enviado (concretamente Trata de blancas) o aquella otra en la que Pedro le dice que ha recibido una pintura sin firmar y Sorolla le pide que lo haga él mismo («pon J.Sorolla Bastida 1904 en ángulo inferior derecho»). De esta manera comienza el primer dato documentado sobre el cuadro que ahora comentamos. En una carta algo posterior, reconoce que con las prisas no le ha puesto título y sugiere a su amigo que le añada «La reliquia».

Este cuadro forma parte de una serie de obras en las que Sorolla utiliza como ambiente o decoración diversas partes de la iglesia del antiguo Colegio de San Pablo en Valencia, fundado por los jesuitas en 1559. Éste sufrió diversas reformas a lo largo del tiempo, que afectaron al Colegio y a su capilla, hasta que la Desamortización de 1835 lo desafecta como Seminario de Nobles y, por especial empeño de don Vicente Boix -ilustre personaje de la cultura valenciana de la Renaixença-, pasa a ser sede del Instituto Provincial de Segunda Enseñanza. Así ha permanecido, con nombre más o menos modificado, hasta nuestros días.

En lo referente a la iglesia mencionada, tanto los zócalos cerámicos como las rocallas enmarcando lienzos las rejas y los retablos van a verse reflejados en las obras que Sorolla realiza en la última década del siglo XIX, como perfectamente detalló Samper Embiz en el artículo que el museo dedicó en su boletín número 9 a la pintura Mesa petitoria (N.º inv. 13/157).

Sorolla, en esos años, ya con treinta cumplidos, tenía una larga secuencia de actividades: había sido alumno de la llamada Escuela de Artesanos de Valencia -que aún permanece y conserva sus dibujos, sus actas y la constancia de sus premios juveniles-; había estudiado varios años en la Escuela de Bellas Artes instalada entonces en el actual Centro del Carmen, conservándose sus calificaciones en el archivo de la Facultad de Bellas Artes; había viajado a Madrid a estudiar el Museo del Prado y a copiar diversas obras de Velázquez y también a embeberse de su sentido espacial; había obtenido la pensión de Roma de la Diputación de Valencia (1884-1888) y se había casado con Clotilde García del Castillo, hermana de un compañero suyo de la Escuela e hija del más afamado fotógrafo social de Valencia. Con ella se irá a Roma en el último año de su pensión, regresando en 1889.

En esa década y aún antes, Sorolla convive con una inmensa y selecta escuela de artistas, floreciente en una sociedad con economía pujante, con buenos profesores, a quienes reconocerá públicamente -Domingo Marqués, Ignacio Pinazo, Gonzalo Salvá o Emilio Sala-. Entre ellos intentará crearse un estilo propio, superando, no sin tropiezos, la pintura de historia y, en cierta medida, la social, derivando temporalmente, como en nuestro cuadro, a una pintura costumbrista, un tanto anecdótica, a la que se acoge para conseguir mejorar su sistema de vida -no olvidemos que entre 1889 y 1895 le nacen sus tres hijos: María Clotilde, Joaquín y Helena-. Pero el mérito esencial de su pintura, al margen de lo que haga, es su rigor en el dibujo, bien aprendido en sus años escolares, su complacencia en la superficie pictórica, con un «verismo» que nunca abandona: «hay que pintar con menos preocupaciones y hacer un esfuerzo titánico para llegar a la verdad sin durezas». También el recuerdo velazqueño, que su amigo Blasco Ibáñez reconocía públicamente.

El beso de la reliquia puede considerarse, sin duda, una pieza fundamental en la producción de Sorolla de ese final de siglo, pues viene a resumir sus esfuerzos no sólo por crear un estilo propio sino también para empezar a pintar con el placer que nunca le abandonó. [Felipe Garín]

Jan Janssens (Gante, 1590 - ca. 1650): La Caridad romana, ca. 1620-1625.Jan Janssens (Gante, 1590 - ca. 1650): La Caridad romana, ca. 1620-1625.
Óleo sobre lienzo, 173 x 215 cm.
Firmado: "IOANNES IANSENIUS GANDENSIS / INVENIT ET FECIT."
Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Nº Inventario: 0430).


El artista flamenco, tras una estancia en Roma, donde entra en contacto con los tenebristas holandeses, regresa a los Países Bajos, desarrollando su actividad entre 1635 y 1646. Fue maestro de la "Guilda" de Brujas, aunque la mayor parte de su producción la realizó en Gante. Junto con otros pintores intervino en la decoración de uno de los arcos triunfales erigidos con motivo de la entrada en la ciudad del cardenal infante don Fernando. La última noticia de Jansens lo sitúa en 1650, desconociéndose la fecha de su muerte.

Esta escena es una exaltación del amor filial, inspirada en un texto de Valerio Máximo (Factorum et dictorum. Libri Novem, lib. V, cap. IV). Se representa en momento en que la joven Pero alimenta a su padre, condenado a muerte, en la cárcel. Es una composición tenebrista con fuerte contraste de claroscuro, marcado por el intenso foco de luz que ilumina violentamente a los dos personajes. La penumbra del fondo deja ver a la izquierda cómo asoma, al modo caravaggista, por un óculo, única abertura de la celda, la cabeza de un carcelero. La figura de la joven es idéntica a la utilizada por el artista en la Virgen de la Anunciación del Museo voor Schone Kunste, de Gante. Existe otra versión del mismo tema en la York City Art Gallery, de York, atribuida de antiguo a Theodoro van Baburen y más recientemente a Dirck van Baburen.

Vincent van Gogh, (Groot Zundert 1853 – Auvers sur Oise 1890): Pietà, 1890 aprox.Vincent van Gogh, (Groot Zundert 1853 – Auvers sur Oise 1890): Pietà, 1890 aprox.
Óleo sobre lienzo, 41,5 x 34 cm.
Donación Diócesis de Nueva York, 1973
Museo Vaticano (Inv. 23698).


Vincent van Gogh pinta esta pequeña Piedad pocos meses antes de su trágica muerte, que tuvo lugar en julio de 1890. A pesar de su profunda fe, el artista raramente afrontó los temas religiosos. La anotación autógrafa en el ángulo derecho aclara que en este caso van Gogh se inspiró en una litografía tomada de la Piedad de Eugène Delacroix. Por esta razón, la obra es especular respecto al original.

Van Gogh la pinta para su hermana Willemien, a la cual el pintor escribe acerca de su interpretación centrada en la “Mater dolorosa”, mujer del pueblo entregada al sufrimiento, a menudo rechazada por la sociedad. Más cercana a la iconografía tradicional es la figura de Cristo, en el cual algunos han querido reconocer un autorretrato de van Gogh, en realidad fiel al modelo inspirador.

El artista había realizado para su hermano Theo una primera versión del mismo tema, más grande y con cromatismos más encendidos, que actualmente se encuentra en el Van Gogh Museum de Amsterdam.

Hans Holbein el Joven (Augsburgo, 1497/1498 - Londres, 1543): Retrato de Enrique VIII de Inglaterra, hacia 1537Hans Holbein el Joven (Augsburgo, 1497/1498 - Londres, 1543): Retrato de Enrique VIII de Inglaterra, hacia 1537
Óleo sobre tabla. 28 x 20 cm.
Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid.
Nº INV. 191 (1934.39).


En Inglaterra, durante el siglo XVI, el retrato fue el género pictórico por excelencia y prácticamente el único al que pudieron dedicarse los artistas tras los acontecimientos de principios de la década de 1530, que redujeron drásticamente su repertorio temático. Reconocido el rey Enrique VIII como cabeza suprema de la Iglesia, en 1534 fue investido por el Parlamento como máxima autoridad religiosa. A ello siguieron la supresión de los monasterios y la venta de su patrimonio a aristócratas y burgueses. Debido a estas circunstancias, Holbein, que había desembarcado nuevamente en Inglaterra en 1532, tras unos años difíciles en Basilea, se vio obligado a buscar nuevos patronos, ya que los que le habían ayudado durante su primera estancia habían muerto o caído en desgracia.

En la obra que Holbein dejó en Inglaterra destacan los retratos pintados al óleo o dibujados sobre papel. También hizo retratos en miniatura, de formato circular, sobre vitela y ejecutados en parte con acuarela. En 1536 se encontraba ya al servicio de Enrique VIII, quien valoraba, más que su arte, su fidelidad para reproducir rostros, y lo utilizó para retratar a las posibles candidatas a ocupar el puesto de Jane Seymour, ya pintada por nuestro artista hacia 1537. Al retrato de Jane Seymour, hoy en el Kunsthistorisches Museum de Viena, le seguirían los de Cristina de Dinamarca, duquesa de Milán, en la National Gallery de Londres, y Ana de Cleves, en el Musée du Louvre de París.

Enrique VIII (Greenwich, 1491-Westminster, 1547), de la dinastía Tudor, sucedió, en 1509, a su padre Enrique VII. Tras no tener un heredero varón con Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos, solicitó al papa, Clemente VII, la anulación del matrimonio, petición que le fue negada. El monarca decidió, por esta y otras razones no menos poderosas, romper con la Iglesia católica, disolver su matrimonio y contraer nuevas nupcias con Ana Bolena. La Iglesia de Roma reaccionó con la excomunión, que el monarca resolvió con la Ley de Supremacía de 1534, por la que la Iglesia de Inglaterra se desvinculaba de Roma y se ponía a la cabeza de la misma al rey.

Este retrato, procedente de una colección privada británica, ha sido fechado en la década de 1530. En él se representa a Enrique VIII en una pose casi frontal parecida a la empleada por el artista en varios de sus otros retratos. La cabeza, cuyos ojos no nos miran, está dotada, según Pope-Hennessy, de una solidez y fortaleza casi arquitectónicas. Este cuadro ha sido relacionado con un fresco pintado para una estancia, de acceso restringido, del palacio de Whitehall, destruido en 1698. La composición de ese fresco se conoce a través de una copia realizada por Remigius Leemput y del cartón original, que se conserva en la National Portrait Gallery de Londres. En estas dos representaciones, en las que el monarca está de cuerpo entero, el rostro del rey se repite tal y como aparece en nuestro óleo, girado hacia el frente, mientras el cuerpo permanece ligeramente ladeado. El monarca viste con riqueza un atuendo similar al que lleva en este retrato, repitiendo el sombrero pero portando, además del espléndido medallón, un generoso collar sobre el pecho. En la composición de Remigius Leemput, donde se representa a la dinastía Tudor, Enrique VIII está acompañado por Enrique VII, Elizabeth de York y Jane Seymour.

Los numerosos dibujos realizados por Holbein de sus clientes, que aparecen calcados de forma sistemática en los cuadros que han llegado hasta nosotros, han llevado a pensar que el primer contacto entre el maestro y sus modelos se realizaría a través del dibujo que posteriormente el pintor trasladaba, ya en su estudio, a otro soporte. En sus retratos, fuertemente lineales y de los que éste es un excepcional ejemplo, los elementos de los que se sirve Holbein para determinar la personalidad del retratado son, esencialmente, la postura y las manos. En este caso, la frontalidad, el distanciamiento y el hieratismo con que aparece revestido el rey son sintomáticos de la personalidad del monarca, que reunió en su figura los poderes de la Iglesia y del Estado.

En cuanto a la procedencia de la pintura, que bien pudo pertenecer a la colección de Enrique VIII, no ha podido identificarse en ninguno de los inventarios reales. El óleo fue propiedad del Earl de Sutherland y más tarde, hasta 1933, de su sucesor, el Earl de Spencer. En 1934 está registrado en la galería Mercuria de Lucerna, donde fue adquirido para la colección Rohoncz ese mismo año, figurando desde entonces en todos sus catálogos.

Mar Borobia

José de Madrazo (Santander, 1781 – Madrid, 1859): Retrato de Caballero, hacia 1828.José de Madrazo (Santander, 1781 – Madrid, 1859): Retrato de Caballero, hacia 1828.
óleo sobre lienzo, 71 x 56 cm.
Fundación María Cristina Masaveu Peterson.


Buen ejemplo de la producción madura de José de Madrazo es este retrato de caballero desconocido que, recientemente, se ha querido relacionar con un joven Juan Bravo Murillo, representado en esta colección ya a una edad madura a través de un magnífico retrato de Federico de Madrazo fechado en 1849.

El efigiado, de mediana edad, rostro ancho, nariz prominente y mejillas sonrosadas, es retratado de medio cuerpo ante un fondo de nubes con predominancia de delicados grises que hacen destacar su figura, vestida con elegante traje negro y camisa y corbata blancas.

Como ha señalado José Luis Díez, la gama fría de la paleta, la ejecución sedosa y cuidada de los cabellos, trazados con singular delicadeza, la entonación de las carnaciones y el modo de aplicar los brillos de la nariz y el perfil de los labios, son, entre otros rasgos presentes en la obra, totalmente característicos del artista.

Noche estrellada
Photo by Almin Tabak

El vibrante cielo ondulado del emblemático cuadro de Vincent van Gogh «La noche estrellada» ha cobrado vida sobre el terreno en un parque que se inaugurará el año que viene en Bosnia y Herzegovina y que imita la obra de arte a través de intrincados campos de plantas, árboles, lagos y senderos en espiral (ver galería de fotografías)

Al empresario Halim Zukic se le ocurrió la idea de reproducir «La noche estrellada» en un entorno natural tras comprar hace dos décadas un terreno cerca de Visoko, su ciudad natal. Empezó a ajardinar la propiedad con la intención de crear un espacio para el retiro, pero su visión de Van Gogh se hizo realidad 14 años después, cuando vio un prado con huellas de ruedas de tractor que recordaban los dibujos de la obra maestra del artista.

Fue entonces cuando el empresario y apasionado del arte cambió de rumbo creativo. Decidió que quería duplicar la creación del postimpresionista holandés en el exterior, en tres dimensiones, como una especie de museo al aire libre y lugar de respiro y reflexión.

Ese sueño se ha materializado en una réplica transitable de 10 hectáreas acres de «La noche estrellada» cerca de Sarajevo. El parque de la Noche estrellada forma parte de un centro de retiro más grande, de 70 hectáreas, donde los programas promoverán el patrimonio cultural de Bosnia central. Está previsto que Starry Night Retreat abra sus puertas en mayo de 2025.

Junto a un equipo de jardineros, Zukic recreó «La noche estrellada» utilizando principalmente 130.000 arbustos de lavanda en seis tonos de morado, de intenso a suave. La lavanda se complementa con un conjunto de hierbas medicinales y aromáticas como la manzanilla, la equinácea, la salvia y el ajenjo. Una vista aérea del parque muestra cómo imita los motivos del cuadro. Desde lejos, los tonos parecen apagados, pero de cerca tienen una viveza que recuerda a los azules y amarillos brillantes del cuadro de Van Gogh.

«La noche estrellada» es una de las obras de arte más reconocidas del mundo. El óleo sobre lienzo representa la vista desde la ventana orientada al este de la habitación de Van Gogh en un asilo de Saint-Rémy-de-Provence, en el sur de Francia. El artista, conocido por sus problemas mentales, lo pintó un año antes de morir.

Vincent van Gogh: The Starry Night Saint Rémy, June 1889
Vincent van Gogh: The Starry Night Saint Rémy, June 1889

El cuadro es «tanto un ejercicio de observación como un claro alejamiento de ella», se afirma en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, donde se expone la pintura original. La visión tuvo lugar de noche, pero el cuadro, entre los cientos de obras que van Gogh pintó ese año, fue creado en varias sesiones durante el día, en condiciones atmosféricas totalmente distintas». El pueblo que se ve en el primer plano del cuadro surgió de la imaginación de van Gogh, ya que no podía verse desde su ventana.

La vida y la obra de Van Gogh siguen cautivando al público más de 130 años después de su muerte. La exposición multimedia itinerante Immersive van Gogh sumerge a los visitantes en 65 millones de píxeles de las obras más famosas del artista a través de la proyección digital, la animación, la luz y la música. Y el año pasado, un doble digital del artista, dotado de inteligencia artificial, respondió a las preguntas de los visitantes del Museo de Orsay como parte de una exposición centrada en los dos últimos años de su vida. Fue un periodo muy productivo en el que Van Gogh pintó más de 74 cuadros y realizó 33 dibujos, entre ellos el que ahora vive en los campos de Bosnia central como homenaje a Van Gogh y a su imaginación sin límites.

Noche Estrellada
Photo by Amel Uzunović

Francisco de Zurbarán (Fuente de Cantos, Badajoz, 1598 - Madrid, 1664): Jesús crucificado expirante, hacia 1630-1640.

Francisco de Zurbarán (Fuente de Cantos, Badajoz, 1598 - Madrid, 1664): Jesús crucificado expirante, hacia 1630-1640.
Óleo sobre lienzo, 255 x 193 cm
Museo de Bellas Artes de Sevilla.


En la escuela barroca sevillana la representación del crucificado ha sido uno de los temas más recurrentes, tanto en pintura como en escultura. De los pintores de esta escuela es quizás Zurbarán el que trata el tema de manera más personal. De su capacidad para hacer más cercana al espectador la imagen de la divinidad es un buen ejemplo la imagen de Cristo en la cruz. El artista abordó en múltiples ocasiones esta iconografía tanto en imágenes en que aparece muerto o expirante, como en este lienzo que fue pintado por encargo de los franciscanos capuchinos de Sevilla, para los que realizó un segundo crucificado que como éste se conserva actualmente en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. En ambos casos, se trata de imágenes expirantes, temática que debió de alcanzar considerable éxito ya que del taller del pintor salieron múltiples versiones.

Zurbarán elimina del lienzo cualquier elemento anecdótico o secundario para centrar la composición en la figura de Cristo. Es cierto que la penumbra que envuelve la escena obedece a la descripción de los textos sagrados, pero el pintor la aprovecha como un recurso pictórico para su obra, en un periodo temprano de su producción en el que el tenebrismo domina su estilo. Todo el dramatismo del momento se plasma a través de su magistral tratamiento de la luz, con la que modela el cuerpo crucificado para hacerlo emerger de la oscuridad uniforme del lienzo. Consigue así sugerir la calidad escultórica de la figura a lo que contribuye la reproducción pormenorizada de cada detalle, especialmente apreciable en los pies y las manos.

Este interés del pintor por el detallismo descriptivo se refleja igualmente en el paño, que destaca en la composición por su luminosidad y su estudiado dibujo. Es un buen ejemplo del dominio que alcanzó Zurbarán en el tratamiento pictórico de las telas. El artista se recrea en la descripción de cada pliegue del tejido sabiendo graduar la iluminación que incide en cada  doblez. Por otra parte, tanto el paño como el cuerpo son tratados por el pintor con una pincelada fluida, que logra un efecto muy natural en el colorido de la figura. La composición de ésta sigue la recomendación del pintor y tratadista Francisco Pacheco que, atendiendo a las revelaciones de Santa Brigida, establece que la imagen del crucificado se debe representar con cuatro clavos. Como aquél, Zurbarán pinta la figura con cuatro clavos haciendo descansar los pies sobre un supedáneo clavado a la cruz.

Será, sin embargo, en el tratamiento de la cabeza donde el artista concentre todo el dramatismo y sentido religioso de la escena. La boca entreabierta y la mirada llorosa dirigida al cielo resultan conmovedoras. Renuncia Zurbarán, como era frecuente en el arte barroco sevillano, a plasmar en la figura el dolor físico de manera evidente, limitando la presencia de heridas y sangre. De hecho, ésta se encuentra casi totalmente ausente. Sustituye así la representación del sufrimiento físico por la angustia psicológica reflejada en la expresión del rostro, efecto potenciado con la efectista iluminación lateral que lo baña.

Texto: Ignacio Hermoso Romero: Diálogos. Obras singulares de la Pintura Barroca en los Museos de Andalucía. Málaga, Patronato de la Alhambra y Generalife, 2011, pp. 196-199.

Ángeles Santos (Portbou, Girona, España, 1911 - Madrid, España, 2013): Un Mundo, 1929.Ángeles Santos (Portbou, Girona, España, 1911 - Madrid, España, 2013): Un Mundo, 1929.
Óleo sobre lienzo, 290 x 310 cm.
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (Nº de registro: AD00038)


Si hubo una obra que causó sensación en el madrileño Salón de Otoño de 1929, esta fue sin duda Un mundo, de la joven y desconocida pintora Ángeles Santos. Un monumental lienzo de 3 x 3 metros, realizado en Valladolid, por una artista que desconocía de primera mano lo que se estaba realizando en Europa en esos momentos. Esta obra fascinó a la intelectualidad del momento. Ramón Gómez de la Serna le dedicaría estas palabras: “En el Salón de Otoño, que es como submarino del Retiro, náufrago de hojas y barro, ha surgido una revelación: la de una niña de diez y siete años. Ángeles Santos, que aparece como Santa Teresa de la pintura, oyendo palomas y estrellas que le dictan el tacto que han de tener sus pinceles”.

Santos realiza una obra sorprendente, original y moderna construida a partir de referencias obtenidas tanto de su entorno inmediato como de revistas y publicaciones de vanguardia. La más importante de ellas fue el libro Realismo mágico, post expresionismo de Franz Roh que, traducido al castellano en 1927, le permitió conocer, al menos en fotografía, la obra de artistas como Joan Miró y los miembros de la denominada nueva objetividad alemana con los que Un mundo tiene mucho en común.

Raúl Martínez Arranz

Nota: este cuadro forma parte de la selección de obras de la colección del Museo que pueden verse en alta resolución así como con distintas vistas (luz visible, luz ultravioleta, fotografía digital infrarroja, imagen radiográfica).

Paul Gauguin Lavanderas en ArlésPaul Gauguin (París, 07/06/1848 - Atuona, Islas Marquesas, 08/05/1903): Laveuses à Arles (Lavanderas en Arlés), 1888.
Óleo sobre lienzo, 74 x 92 cm.
Bilbao, Museo de Bellas Artes


Lavanderas en Arlés fue el primer cuadro de Gauguin que ingresó en una colección pública española. Fue adquirido por la Diputación de Vizcaya con motivo de la primera Exposición Internacional de Pintura y Escultura celebrada en Bilbao en 1919, en la que se presentaron diecinueve obras del pintor, dieciséis de ellas gracias a la mediación de quien fuera su íntimo amigo y albacea de su colección tras su marcha a la Polinesia, el escultor Francisco Durrio.

No fue ésta la primera vez que Durrio facilitó la presencia de obras de Gauguin en Bilbao, ya que en 1900, con motivo de la primera Exposición de Arte Modernista, se habían presentado dos cuadros «pertenecientes a Francisco Durrio», así como una serie de trece grabados y otra de ocho litografías. En 1919, sin embargo, la presente obra figuraba como propiedad de la galería de Eugène Druet, dueño de los otros dos cuadros de Gauguin —dos paisajes de Bretaña— que pudieron verse en las escuelas Berástegui de Bilbao.

Lavanderas en Arlés fue pintada durante la estancia de Gauguin en la localidad francesa de Arlés, a donde había acudido a trabajar durante el último trimestre de 1888 reclamado por Van Gogh, que pretendía crear un grupo artístico. Realizado en diciembre de 1888 sobre un tosco lienzo comprado por Gauguin en Arlés, el cuadro es, según Wildenstein, la segunda de las dos obras de lavanderas que Gauguin ejecutó en este periodo y que menciona en sus apuntes personales. La pieza recoge el interés del artista por preponderar la necesidad expresiva sobre la mera representación formal, concepto que caracterizó algunas de las principales obras que pintó en esa época, como La bella Angèle (Musée d'Orsay, París), El Cristo amarillo y El Calvario (Musées Royaux des Beaux-Arts, Bruselas), que supusieron su ruptura definitiva con el impresionismo. Elementos sobresalientes del cuadro son la abstracción de sus fondos, la impresión de movimiento y la captación fotográfica, que llevó al pintor a recortar la figura de la cabra, que parece entrometerse en la escena. La distorsión de las formas de las figuras, junto a su hieratismo, proviene de la influencia de la tosca estatuaria de piedra o madera de las iglesias bretonas. Las formas planas, de contornos oscuros, y las zonas de puro color muestran su tentativa por alcanzar una síntesis personal, en donde la complejidad de la idea se expresa a través de la simplificación de las formas. Este sintetismo, término acuñado por el propio artista, se caracterizó por la representación no mimética de la naturaleza, el rechazo a la perspectiva mediante el abandono de la tercera dimensión, que deriva de las estampas japonesas, y la separación de zonas de color -amplias y planas con fuertes contrastes que intensifican la expresividad cromática- mediante una línea oscura. Bernard ideó este sistema de compartimentación del color, al que denominó cloisonismo, cuyo origen se encuentra en los vitrales de las iglesias medievales y los esmaltes.

Según Wildenstein, la obra seguramente fue terminada en el estudio de Gauguin. De ella se conserva un dibujo de la cabeza y torso de una cabra (c. 1887-1889) similar a la que aparece en el cuadro, así como un dibujo recogido en su cuaderno de apuntes en el que se basa la mujer que se encuentra de pie. Posteriormente, Gauguin hizo una pequeña versión en acuarela sobre seda y, en 1889, una cincografía invertida de la obra. Entre 1888 y 1891 el pintor desarrolló, mediante obras como ésta, el abandono de las formas del naturalismo, para lo que se sirvió de la obra de Paul Cézanne y de su admirado Edgar Degas, y se convirtió en el referente principal de la llamada Escuela de Pont-Aven. Estas cualidades le llevaron a ser considerado el abanderado del postimpresionismo y el encargado de abrir camino a las tendencias artísticas de las vanguardias del siglo XX, como el fauvismo y el expresionismo. [J.N.G.]

Para saber más: Gauguin y los orígenes del simbolismo.

Francisco de Goya y Lucientes (Fuendetodos, Zaragoza, 1746 - Burdeos, 1828): La Tirana, 1799-1800.Francisco de Goya y Lucientes (Fuendetodos, Zaragoza, 1746 - Burdeos, 1828): La Tirana, 1799-1800.
Óleo sobre lienzo, 206 x 130 cm.
Inscripciones: Ángulo inferior izquierdo: "La Tirana por Goya 1799" (no se trata de una inscripción autógrafa ni apócrifa).
Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Nº Inventario: 0677).


La actriz sevillana María del Rosario Fernández (1755-1803) estuvo casada con Francisco Castellanos, también actor, apodado el Tirano por hacer este tipo de papeles. Fue primera dama en la compañía de Manuel Martínez, actuando con gran éxito en los teatros de la Cruz y del Príncipe en Madrid. Richard Cumberland y Moratín hicieron su elogio.

Goya, tan aficionado al teatro, la retrató dos veces en la década siguiente a su nombramiento como pintor de Cámara en 1789. La primera, de tres cuartos, en un delicado lienzo, firmado y fechado en 1794 (colección March). Años más tarde la inmortalizará en el espléndido retrato laudatorio de la Academia, pintando a la actriz en el ocaso de su trayectoria vital. Su postura erguida, sobre una plataforma abalaustrada que da paso a un jardín palaciego, evoca la escenografía de la Marquesa del Llano, de Mengs. La resolución plástica y técnica de la imagen, responden al arquetipo creado por Goya en los retratos de la reina María Luisa de los años 1799-1800..

Es obra asombrosamente viva y directa, sin accesorios; el fondo interesa sólo como valor espacial. El rostro modelado con precisión y energía transmite el carácter y aplomo de la actriz mientras que el atuendo y en especial la franja de dorados flecos se resuelven en fogosas pinceladas llenas de luz y movimiento (examen radiológico).

En 1885 este lienzo se incluyó en Cuadros selectos de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, una colección de estampas que pretendía divulgar el conocimiento de las obras más singulares de la institución y, a la vez, fomentar el arte del grabado. Fue grabada por Federico Navarrete según dibujo de Manuel Moreno. La imagen está acompañada de un texto firmado por Carlos Luis de Ribera.

Leer más: Goya. La Tirana (cat. expo., Fundación Juan March, Madrid). Madrid: Fundación Juan March, 2021