Ciudadela se abre al mar en su Plaza Mayor, conocida tradicional y popularmente como plaza del Borne. El 27 de febrero de 1939 pasó a denominarse plaza del Generalísimo Franco, hasta que recobró su antiguo nombre, por el que hoy se la conoce, por acuerdo municipal de 21 de junio de 1983. Forma parte del Conjunto Histórico-Artístico de Ciudadela, declarado por Decreto de 24 de diciembre de 1964.
De planta rectangular de 120 metros de largo por 90 metros de ancho, esta plaza recuerda en su toponimia la palabra catalana born, que se define como el lugar o «circuito aislado del exterior en donde tenían lugar los torneos» durante la Edad Media.
Abierta al mar por su lado norte, en el oeste encontramos en primer lugar el edificio del Ayuntamiento, que se levanta en uno de los solares con más referencias históricas de la ciudad, pues al parecer fue real alcázar, residencia del wali árabe antes de la Reconquista, construido por el rey Alfonso III. Fue también habitado por los gobernadores y capitanes generales hasta que se trasladó la capitalidad a Mahón en 1722. Seguir leyendo ...
A pesar de que, a lo largo de los siglos, la hoy conocida como plaza de la iglesia cumplió en Archidona con las funciones propias de la Plaza Mayor, y se ubicaban en ella las casas del Cabildo, al inicio de la penúltima década del siglo XVIII, el Concejo de la ciudad, presidido entonces por el corregidor don José Joaquín García de San Juan, sintió la necesidad de levantar un nuevo recinto, acorde con las funciones propuestas por el pensamiento ilustrado, para que sirviese como centro público de las celebraciones y actos cívicos y religiosos. También animó a llevar adelante el proyecto el endémico problema del paro existente en la población.
Decidida la construcción, se encargó a los maestros alarifes del municipio Francisco de Astorga y Antonio González Sevillano que practicaran un reconocimiento «de las calles, sitios públicos y entradas del pueblo» que necesitasen de algún arreglo para emplear en ellos a los obreros parados, a la vez que localizaban el mejor lugar para ubicar la nueva plaza. Tal lugar se encontró en los muladares, particularmente el que llamaban de San Roque, que debían desmontarse, aduciendo para ello, entre otras razones, que sus fatales olores «infectan el aire y de allí proceden muchas de las enfermedades de estos vecinos (...) además de la indecencia y fealdad que causa al público aspecto, la deformidad de aquel paraje».
Para el solar necesario para llevar a cabo la proyectada obra de la nueva plaza fue preciso que el Ayuntamiento comprara a distintos propietarios particulares tres casas y parte de varios patios, «en consideración al poco valor a que ascienden los demás pedazos, para acomodar la hermosa figura de ochava que los maestros aseguran poder darle (...) se compren también otros sitios según acomode a los dueños». Seguir leyendo ...
El centro histórico de la villa de Tembleque conserva todavía el sabor de los nobles pueblos castellanos. Su primera historia se vincula a la conquista, pérdida y definitiva reconquista del castillo de Consuegra por Alfonso VIII en 1177. Figura como uno de los lugares de la jurisdicción de Consuegra en la cesión que de estos territorios hizo el mismo monarca a la orden de San Juan de Jerusalén el día 3 de agosto de 1183.
Será ya en 1241 cuando don Ruy Pérez, gran prior de la orden de San Juan, conceda a Tembleque carta de población, hasta la que llegaron doscientos cincuenta pobladores a los que se les dieron tierras, marcando el término jurisdiccional de la nueva población y recibiendo el Fuero de Consuegra. Aldea de Consuegra, la reina doña Juana I de Castilla le concedió el título de villa el día 10 de agosto de 1509.
El pueblo se desarrolló urbanísticamente alrededor de la plaza de la Orden, donde se localizan los más importantes edificios y casonas señoriales, de muros encalados y elegantes patios, comunicados con la Plaza Mayor por un pasadizo. Seguir leyendo ...
La villa de Aínsa, capital del antiguo y legendario condado de Sobrarbe y en la actualidad de la comarca oscense del mismo nombre, levanta su caserío en situación privilegiada sobre un promontorio que emerge entre los cauces y valles de los ríos Cinca y Ara, muy cerca de su confluencia, al abrigo del macizo del Monte Perdido y la Peña Montañesa. Incorporado este territorio a Aragón en el siglo XI -al parecer existía ya una población en este lugar en 1055-, el rey Alfonso I le concedió en 1124 fuero de repoblación, que tenía una orientación mixta por su estratégica situación: por un lado, militar, para potenciar la defensa del territorio frente a Francia, y por otro, para favorecer las concentraciones mercantiles. Comenzó entonces una época de esplendor, que hizo necesaria la ampliación de su muralla, por lo que el rey Juan I concede en 1338 para este fin la autorización para cobrar impuestos sobre la carne, el pan y el vino. Su importancia comercial queda reafirmada cuando en 1404 el rey Martín I le concede permiso para celebrar ferias de diez días, de carácter internacional, con motivo de la festividad de San Lorenzo, el día 10 de agosto.
Afortunadamente, como consecuencia de la decadencia sufrida por la población durante los últimos siglos, y gracias a la creación de un nuevo barrio bajo, conserva Aínsa su urbanismo medieval, que desde lejos, como afirma Ángel Conte, «aparece como un apiñado caserío uniforme y proporcionado, enormemente armónico, con dos notas destacadas: la esbelta torre de la colegiata y el enorme recinto del castillo, casi tan grande como todo el resto del pueblo».
Así, en un lado del promontorio, hacia el noroeste, se levantan los restos del castillo, que sufrió sucesivas obras de remodelación y ampliación hasta el siglo XVII, y en el otro, el casco urbano primitivo, origen de la población que alcanza un momento de esplendor en el siglo XIII. Entre ambos núcleos se irá construyendo, a lo largo de los siglos XIV y XV, la soportalada Plaza Mayor, que ocupa un espacio inicialmente vacío -tal vez utilizado ya como mercado, si tenemos en cuenta la escasez de espacio en el interior de la población- y protegido por la muralla construida a mediados del siglo XIV. En esta plaza, que se irá ampliando paulatinamente hasta alcanzar sus dimensiones actuales, convergerán las dos principales calles de la villa. Seguir leyendo ...
Desde época musulmana se fue conformando en la parte noroeste de la ciudad, en un lugar próximo a dos ejes viarios muy importantes, las calles Tiendas-Mariana y Real-Santo Cristo, una plaza con forma irregular que, una vez reconquistada la ciudad por los Reyes Católicos en 1489, tomó el nombre de plaza del juego de Cañas. En ella se ubicaron en 1656 las Casas Consistoriales, cuyo edificio se concluiría en 1678. Así, según la opinión de Emilio Ángel Villanueva Muñoz, se convertía «en el centro de la vida social de la ciudad, ya que también se celebraban en ella los mercados, los festejos, las procesiones y otros actos públicos. A las casas que la rodeaban, hasta entonces de una sola planta, se le añadió otra en la que se abrieron grandes rejas para adaptarlas a la función de gran coso de la ciudad».
Las palmeras que se levantan en la parte central de la Plaza Mayor de Almería rivalizan en altura con los edificios que la configuran.
Un siglo más tarde de la construcción del edificio del Ayuntamiento, en 1785, el arquitecto Francisco Iribarne llevaba a cabo un proyecto para un nuevo edificio que se erigió en los años siguientes, hasta cubrir aguas en 1793, y cuya fachada sería reformada en 1817.
Por lo que respecta a la plaza, en el mismo año 1785, el entonces gobernador de Almería, el conde de la Puebla de los Valles, propuso construir soportales en la plaza del Juego de Cañas, para lo que se recibió la aprobación del Gobierno con la condición de que fueran consultados los propietarios de las viviendas que la rodeaban, y con la respuesta favorable de ellos se encargó al mismo arquitecto Francisco Iribarne un proyecto para su reforma que, sin embargo, no pudo ejecutarse. Seguir leyendo ...