EL IMPACTO DE LA CULTURA EN EL HOMBRE Y LAS NUEVAS TECNOLOGIAS
Este artículo está basado en el discurso pronunciado en las I Jornadas Bitácoras y e-Derecho organizadas por la e-sección (Sección de Derecho de Internet y Nuevas Tecnologías) del Real e Ilustre Colegio de Abogados de Zaragoza (22 de abril de 2005).
Cuando D. Pedro Canut me invitó a participar en esta jornada, la primera reacción fue de extrañeza pues mi conocimiento de las relaciones bitácoras-derecho son mínimas. No obstante, D. Pedro me propuso dirigir esta intervención hacia la función de las bitácoras como aportación cultural a la Sociedad del Conocimiento y la problemática entra la difusión de la cultura y los derechos de autor. Como responsable de una bitácora política y cultural el terreno era propicio y acepté encantado. Mi papel en esta mesa no es, por tanto, la del experto sino más bien la de un usuario que pretende tan sólo reflejar su propia experiencia en Internet desde el año 2001. Y, por supuesto, almacenar, y procesar cuantas intervenciones se produzcan a lo largo de esta jornada. En todo caso, espero que a todos nos sean provechosas las próximas horas. Y por supuesto, agradecer a la e-sección su empeño por acercar la Sociedad del Conocimiento al conjunto de los ciudadanos en general y a los aragoneses en particular.
Si el objeto de esta intervención es reflexionar sobre la cultura y su difusión, no será baladí comenzar definiendo aquélla y los motivos que justificarán la conclusión final, la cual les adelanto ya: el acceso a la cultura es un derecho inalienable que no puede ni debe estar sometido al mercantilismo.
Porque díganme: ¿qué entienden ustedes por cultura? ¿Un libro? ¿Una canción? ¿Una película? No; un libro, una canción o una película son productos de la cultura, de una cultura concreta en el espacio y en el tiempo pero no son “cultura” en sí mismos. El antropólogo Clifford Geertz en su ensayo La interpretación de las culturas (GEDISA, 1988) aclara esta diferencia: el concepto de cultura […] es esencialmente un concepto semiótico. Creyendo con Max Weber que el hombre es un animal inserto en tramas de significación que él mismo ha tejido, considero que la cultura es esa urdimbre. Aclaremos un poco más: cultura es ese todo complejo que comprende conocimientos, creencias, arte, moral, derecho, costumbres y cualesquieras otras capacidades y hábitos adquiridos por el hombre en tanto miembro de una sociedad. Por supuesto, no es inamovible y se transmite por medios orales, escritos, artísticos, etc. Aunque la cultura de una sociedad tiende a ser similar en muchos aspectos de una generación a la siguiente, está claro que la replicación de las pautas culturales nunca es completa. Continuamente se añaden pautas nuevas o se modifican las antiguas y, de hecho, en los últimos tiempos, la ruptura intergeneracional ha alcanzado proporciones nunca conocidas. Comprender estos procesos nos conduce inevitablemente al análisis evolutivo de la cultura, es decir, a cómo ésta se transmitió de generación en generación y qué ha cambiado para que dicha transferencia no surta hoy en día el mismo efecto que hace, por ejemplo, doscientos años. Hablamos, ahora sí, de la difusión de la cultura y de su impacto en el concepto de hombre.
Para comprender la importancia de este mecanismo debemos retrotraernos varios millones de años. Existe la creencia generalizada de que el proceso biológico se completó antes de que comenzara el cultural pero esta visión se ha visto totalmente refutada: según las más recientes estimaciones, el paso al modo cultural de vida tardó en cumplirse varios millones de años en el género homo. Las fechas precisas no son importantes; lo que importa aquí es que hubo un solapamiento y que fue muy prolongado. Lo que nos ocurrió fue que nos vimos obligados a abandonar la regularidad y precisión del detallado control genético sobre nuestra cultura para hacernos más flexibles y adaptarnos a un control genético más generalizado aunque desde luego no menos real. A fin de adquirir la información adicional necesaria para que pudiéramos obrar nos vimos obligados a valernos cada vez más de fuentes culturales, del acumulado caudal de símbolos significativos (lenguaje, arte, mito, ritual). En suma, somos animales inconclusos que nos completamos por obra de la cultura. O dicho de otro modo: sin hombres no hay cultura, pero igualmente, y esto es más significativo, sin cultura no hay hombres. Seguir leyendo ...