Felipe Vigarny (Langres, Borgoña, Francia, c. 1470 – Toledo, 1542): sepulcro del Obispo Diego de Avellaneda, 1534 a 1566.
Materual: Alabastro, jaspe y calizia.
Dimensiones. Altura = 786 cm; anchura = 385 cm; profundidad = 174 cm.
Museo Nacional de Escultura (Inventario CE0268).
La pérdida durante las guerras napoleónicas del sepulcro del fundador del Colegio de San Gregorio (sede principal del Museo Nacional de Escultura), fray Alonso de Burgos, que se alzaba en el centro de la capilla colegial, se ve compensada con la existencia en el mismo espacio de un elegante y monumental conjunto funerario, desde el año 1933. Procedente del monasterio jerónimo de San Juan Bautista y Santa Catalina de Espeja, en Soria, el sepulcro de Diego de Avellaneda, obispo de Tuy, se colocó cerrando la antigua comunicación entre la capilla de San Gregorio y la iglesia conventual dominica, existente durante siglos entre las dos comunidades dominicas vecinas.
El modelo a seguir sigue una estructura que Felipe Bigarny, a quien se le encargó la obra, empleara en otras ocasiones. Utilizando el alabastro y el jaspe, la traza se centra en un gran nicho bajo arco escarzano, donde se disponen las figuras de bulto del obispo orante, acompañado de un acólito, y los dos titulares de la casa jerónima, San Juan y Santa Catalina. El arco se enmarca con columnas abalaustradas y se apoya sobre un alto pedestal en el que aparecen símbolos funerarios y alegorías de las virtudes del difunto, siguiendo una secuencia iconográfica que fuera corriente. Sobre la parte superior del arco dos querubines sostienen una cartela, mientras que el conjunto se remata con ángeles tenantes con las armas heráldicas del prelado y un hermoso tondo con guirnalda de frutas, que alberga la figura de la Virgen con el Niño.
Pero el sepulcro del obispo de Tuy iba acompañado de otro conjunto gemelo, en el que se representaba la efigie orante del padre de don Diego. Fragmentado y disperso, afortunadamente ha sido posible ir reuniendo con el paso del tiempo muchas de las piezas de ese otro sepulcro, algunas de las cuales hoy se guardan y exhiben en este Museo, con la intención de poder recomponer su estructura en algún momento.
Ambas obras, según el contrato firmado con Bigarny en 1536, debían estar concluidas dos años después. Sin embargo, y como sucediera a menudo con trabajos tan laboriosos, la tarea se dilató en el tiempo, obligando a que intervinieran otros maestros que lograran darle término. El rastreo documental que llevó a cabo hace algunos años Fernando Marías, añadió datos para comprender la complejidad del proceso. En 1539 Bigarny contrataba a Enrique de Maestrique para hacer todas las figuras de imaginería de los sepulcros encargados por el obispo. No obstante, la tarea no estaba terminada en 1542 cuando fallecía Bigarny, concluyendo definitivamente el trabajo Juan de Gómez.
El sepulcro de Diego de Avellaneda muestra en su tipología uno de los modelos más consagrados en la escultura funeraria española del siglo XVI, pero a ello se suma la calidad del trabajo escultórico que ofrece hasta en el más mínimo detalle. La idealización de las figuras de los angelitos y el tratamiento de raíz italianizante que manifiesta el tondo superior, la elaborada técnica de los paños y lo prolijo de la ornamentación secundaria son la prueba del nivel alcanzado por la escultura de este período.