El último Consejo Europeo ha certificado lo que muchos temíamos: Europa se para por puro egoísmo. Ni siquiera el gesto de los diez nuevos socios en el sentido de aceptar recortes en las ayudas ha servido para salvar la cumbre: «El Consejo Europeo lamenta que por el momento no haya sido posible alcanzar un acuerdo general sobre las perspectivas financieras. Ha subrayado la necesidad de que exista claridad en torno a los recursos disponibles de la Unión para apoyar las políticas comunes durante el próximo periodo financiero, y se ha comprometido a seguir esforzándose por alcanzar este objetivo. Ha observado que el trabajo preparatorio realizado colectivamente ha permitido avanzar de forma significativa en esta cuestión. Ha convenido en que es necesario, en particular, seguir centrando e impulsando los debates en el marco de negociación ("negotiating box") elaborado a iniciativa de la Presidencia.» (Conclusiones de la Presidencia).
La lección de generosidad dada por los socios más pobres contrasta con el inmovilismo de algunos países como Inglaterra y Holanda, a los que se añadió España a última hora al rechazar una propuesta que se aproximaba bastante a lo pretendido. Francia, mientras tanto, defendía a capa y espada las subvenciones agrícolas -el 40% del presupuesto comunitario- y se oponía a la reorientación presupuestaria propuesta por Blair. No es de extrañar, por tanto, las declaraciones del presidente de turno, el luxemburgués Jean-Claude Juncker: "He sentido vergüenza".
Por otra parte, el proyecto de Constitución tampoco ha salido bien parado. A pesar de las buenas intenciones expresadas por los Jefes de Estado, la realidad es bien distinta: Reino Unido, Portugal, República Checa, Irlanda, Dinamarca, Finlandia y Suecia han aplazado sine díe la ratificación de la Constitución.