Francisco de Goya: Aurorretrato pintando

Francisco de Goya (1747-1828): Autorretrato pintando, ca. 1799Francisco de Goya (1747-1828): Autorretrato pintando, ca. 1799.
Óleo sobre lienzo, 40 x 27 cm.
Madrid, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1166.


Goya busca la variedad en sus autorretratos lo mismo que en los demás géneros. Acentúa el lado derecho de su cara en ocho de las obras de este tipo; en otras ocho, el lado izquierdo; y en uno mira de frente. Lo normal es que la luz venga a iluminar el lado de la cara que más le interesa, pero no es siempre así. Cuando se representa ofreciendo un boceto al conde de Floridablanca, o pintando a la familia del infante don Luis, o la de Carlos IV, coloca su rostro (como es natural) a la sombra, para no distraer la atención de los personajes principales. Curiosamente, también lo deja en penumbra en este Autorretrato pintando de la Academia. Aquí lo vemos contra el fondo luminoso de una gran ventana, o sea, a contre jour, como dicen los fotógrafos, y en este caso el resultado es aumentar el misterio y hacer que tengamos que escrutar aún más su rostro.

La variedad en sus autorretratos se da no sólo en el enfoque sino también en las medidas y en la intención de estas obras. Con respecto a las tradiciones principales de los autorretratos —la del artista trabajando y la del artista como personalidad sin accesorio alguno que declare su profesión— hay cinco cuadros en los que Goya está pintando (y tres de ellos son los ya mencionados retratos de grupo), y doce sin indicación de la profesión de artista. Con respecto a las dimensiones de estas representaciones, nueve son más o menos de tamaño natural, ya sean cabezas, bustos o retratos de medio cuerpo, y ocho pequeños o muy pequeños. Parece claro que la tendencia de Goya es poner de relieve cada vez más su experiencia personal, examinando la naturaleza de su ser más que las posibilidades de su carrera. Parece que necesitó consultar su cara con cierta frecuencia entre 1771 y 1800: trece veces en total. En cambio, con el nuevo siglo, a partir de 1801, escasean las consultas o no han sobrevivido los autorretratos que pudiera haber hecho. Seguramente Goya hacía lo mismo que la mayoría de los humanos: nos escudriñamos menos en el espejo según avanzan los años y nos preocupamos menos por nuestra imagen y más por la realidad de la vida en declive.

Su Autorretrato pintando es una obra llena de ironía o misterio. Se trata de un cuadro de pequeño formato en el que se representa al artista trabajando en un lienzo mucho mayor que él mismo, lienzo que podría ser, pongamos por caso, el de La familia de Carlos IV en el que la cabeza de Goya, por cierto, aparece en la misma postura, igualmente ensombrecida, aunque sin sombrero. La luz ilumina la parte superior del pie derecho y la posterior de las calzas de la pierna izquierda: calzas largas muy ajustadas a las piernas y de una sola pieza, siguiendo el estilo que empezaba a introducirse a fines de los años ochenta y durante los noventa del siglo XVIII en Europa (The Pictorial Encyclopaedia of Fashion 1958, figs. 322 y 353). El mismo Goya las emplea en algunos de sus dibujos satíricos: Mascaras crueles y Humildad contra soberbia, por ejemplo (Gassier y Wilson [1970] 1974, núms. 415 y 433). Por cierto, en el primero de estos dibujos las calzas o pantalones se llevan con una chaqueta bastante corta, aunque no tanto como la que viste Goya en este autorretrato. Lo normal, sin embargo, era llevar una casaca o frac bastante largo con este tipo de pantalones. El sombrero que Goya se ha puesto, en cambio, es para el estudio y no para la calle: para poder ver mejor, y no para ser visto. Tiene pequeños tubos o candeleras para llevar velas, para dar una iluminación especial dentro de la casa. Según el hijo del artista, Javier Goya, su padre se servía de este aparato para poner los últimos toques en los cuadros con luz artificial. He aquí, pues, otro elemento raro en esta pequeña composición. Es como si el artista quisiera demostrar su capacidad para estimular la imaginación del espectador con un mínimo de luz (aparte de la ventana misma) y muy poco color. Todo son blancos, ocres, tierras, grises y negros, subiéndose el tono tan sólo un poquito en el rojo apagado de la chaqueta, y los pálidos azules de algunos objetos en la mesa, que aumentan el interés del cuadro según nos acercamos a la cabeza del artista. Por el tono apagado que tiene el autorretrato parece la antítesis de La familia de Carlos IV, con sus muchos brillos, su variado colorido, y sus grandes dimensiones.

El sombrero para luces —luces que Goya no necesitaba para este autorretrato— es emblemático de la inventiva del artista y de su deseo de captar lo mejor posible los efectos del claroscuro. Tuvo por lo menos un precursor distinguido en su empleo: Miguel Angel. Según Giorgio Vasari, este último se servía de un invento similar para trabajar con el cincel: hizo un casco de cartón «y puesto un candil encima en el medio, que daba luz dondequiera que él trabajase», pudo seguir trabajando y usar las dos manos para esculpir. Sabemos de otro caso en Francia en tiempos de Goya, el del pintor Louis Girodet, y parece que el culto al sombrero de velas siguió teniendo devotos más adelante, ya que dicen que Vincent van Gogh usaba un truco parecido para terminar algunos de sus cuadros (Harris 1983, p. 512).

Fuente texto: Catálogo exposición El retrato español. Del Greco a Picasso.

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