Un viaje hacia ninguna parte. Un viaje desde la nostalgia. No le importa al fotógrafo hacia dónde se dirige el músico ambulante. Un paisaje desolado parece indicar que a ninguna parte o, tal vez, a cualquier sitio, lo mismo da. Tampoco se detiene. Cualladó en la anécdota del organillo, despojo de otra época, ni en la leve presencia de la niña sobre él. Sólo importan las espaldas del hombre; la cabeza agachada que ni siquiera presta atención al camino. Parece dejarse conducir por el ritmo machacón de la rueda y sus zapatos, paralelo siempre al monótono bordillo.
El músico no empuja su instrumento, ni siente la compañía de la criatura; soporta sobre sus hombros el peso de quienes, como él, deambulan perdidos en ese mismo paisaje de una posguerra heladora. No le importa al fotógrafo quién es el personaje. Tan sólo la carga sobre sus hombros, una carga que abruma la imagen y horada la memoria del músico tanto como la mirada del espectador. Una carga invisible, pero mucho más pesada que el negro aparato que transporta, vestigio de otra época, nadie sabe si más feliz, que le acompaña en su extenuante exilio por el inacabable, inhumano paisaje español de la posguerra.
No hay retórica en la imagen, tan sencilla como exacta. La precisión produce una profunda punzada en el recuerdo colectivo, del que brotan las imágenes cansinas que se acompasan al ritmo de la rueda y los zapatos, obedientes siempre al bordillo que las alinea.
Por Juan J. Vázquez. 2002.
Créditos fotografía: Organillero. Puente de Toledo, 1960. Gelatino bromuro de plata, 27 x 21,5 cm. Copia 1972. Colección Julio Álvarez Sotos.
Fuente: Catálogo de la exposición «Mirar al mundo otra vez».Galería Spectrum Sotos, 25 años de fotografía.