Gil de Ronza: Muerte

Gil de Ronza (¿Ronse (Bélgica)?, c. 1483 – Zamora, 1536): Muerte, 1522 (ca).Gil de Ronza (¿Ronse (Bélgica)?, c. 1483 – Zamora, 1536): Muerte, 1522 (ca).
Museo Museo Nacional de Escultura (Inventario CE0057)
Soporte: Madera. Técnica: Tallado, policromado
Dimensiones. Altura = 169 cm; Anchura = 62 cm; Profundidad = 48 cm; Peso = 40 Kg.
Iconografía: Muerte; La resurrección ante el Juicio Final.
Contexto cultural: Estilo Gótico español.
Lugar de procedencia: Convento de San Francisco (Franciscanos), Zamora (m)(Tierra del Pan, Zamora (p))
D. Pedro González Martínez, primer director del Museo, entonces Provincial de Bellas Artes de Valladolid, por testamento otorgado en 15 de diciembre de 1850, legó esta escultura a la Academia de Nobles Artes de la Purísima Concepción, a quien se le entregó el 8 de abril del mismo año. Desde 1916 figura en los catálogos y guías del Museo como parte de su colección estable.


Esta singular escultura fue realizada por el artista de origen flamenco Gil de Ronza, que durante el primer cuarto del siglo XVI trabajó en torno a Zamora y que participó en la decoración de la Capilla Dorada de la Catedral de Salamanca, donde también existe una representación similar. El esqueleto es muy expresivo y realista, verdaderamente un cuerpo en avanzado estado de descomposición, que se muestra al espectador dispuesto a tocar la trompa con la que anuncia a los hombres su llegada, en una escultura que podría hacer referencia a la literaria "Danza de la Muerte". El tema de la muerte, representada por un cuerpo sin carne o un esqueleto, ha sido una referencia plástica constante durante la Edad Media, especialmente desarrollada durante el gótico tardío. El ejemplo aquí expuesto formaba parte de un completo programa iconográfico de 12 grupos escultóricos con temas que hacían referencia a conceptos del Credo, que decoraban la capilla funeraria del Deán Vázquez de Cepeda, en el convento de San Francisco de Zamora, y cuya presencia se justificaba por el carácter funerario del recinto.

Aunque la mayor parte de los temas que se desarrollaban en el programa iconográfico, inspirado en el Credo apostólico, eran escenas de la vida y pasión de Cristo, la presencia de esta escultura obedece, más que a la simple representación de la muerte, a la idea de la resurrección del cuerpo el día del Juicio Final, aludido por la trompa que sujeta con su mano izquierda. Ello no es obstáculo para que al mismo tiempo se introdujera el concepto de fugacidad de la vida, que se repite con relativa frecuencia en ámbitos funerarios. Junto con la conservada en el Museo, esculturas como la del Museo Catedralicio de León o la de la Capilla Dorada de la Catedral de Salamanca atestiguan la vigencia, ya avanzado el siglo XVI, de un tremendismo con profundas raíces medievales.

Es fácilmente comprensible que la escultura tradicionalmente identificada con la representación de la Muerte sea una de las obras que más impacto ha causado a lo largo de la historia del Museo. La reproducción en tamaño natural de un esqueleto descarnado, en el que además se detalla con toda crudeza las consecuencias del paso del tiempo sobre un cuerpo sin vida, incluidos los gusanos que se alimentan de su interior, sigue produciendo en la exposición descontextualizada en las salas una gran impresión, que sin embargo sería aún mayor en su emplazamiento original. Así lo atestigua el comentario de Palomino en el que afirmó que aun tocándola se duda si es natural, al referirse a la talla como obra de Gaspar Becerra conservada en el Convento de San Francisco de Zamora.

Tanto la citada y ya lejana noticia de la procedencia del convento zamorano como la atribución a Gaspar Becerra, motivada por la asignación de las ilustraciones para el libro Historia de la composición del cuerpo humano del Doctor Juan Valverde, fueron puestas tiempo después en entredicho por la dudas que suscitaba la guadaña que el propio Palomino creyó distinguir en la mano de la escultura, en lugar de la trompa que en realidad lleva. Apoyándose en razones estilísticas, se propusieron sucesivamente como posibles autores los nombres de Juan de Juni, Juan de Valmaseda y hasta de un anónimo escultor castellano de hacia 1700.

Todas esas dudas quedaron definitivamente resueltas gracias al trabajo de José Ángel Rivera de las Heras, en el que se demuestra que esta escultura es una de las cinco obras que se conservan del ambicioso proyecto contratado al escultor Gil de Ronza por el deán don Diego Vázquez de Cepeda, para decorar su capilla funeraria en el convento de San Francisco de Zamora. Documentado en Toledo desde el año 1498, la actividad del mencionado escultor, procedente de la localidad flamenca de Ronse, se prolonga en otros lugares de la corona de Castilla como Salamanca y especialmente en Zamora, ciudad en la que tenía su taller y donde fallece en 1536.

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