Francisco de Goya y Lucientes (Zaragoza, 1746 - Burdeos, 1828): El Aquelarre, 1797-1798.
Óleo sobre lienzo, 43 cm x 30 cm.
Museo Lázaro Galdiano, Madrid. Inv: 02006.
Esta magnífica pintura de Goya formó parte del conjunto de seis lienzos encargados por los duques de Osuna para la decoración de su finca, El Capricho, en las cercanías de Madrid. Además de El Aquelarre, el conjunto estaba formado por el Vuelo de Brujas (Prado), El Conjuro (Museo Lázaro Galdiano), La cocina de los brujos (Col. Particular, México), El hechizado por la fuerza (Gal. Nac. Londres) y El convidado de piedra (?). Se considera que éstos, aparte de recrear episodios inspirados en el Auto de Fe de Logroño de 1610, eran una crítica satírica a la superstición por parte de la sociedad ilustrada a la que pertenecían tanto el duque de Osuna como el pintor.
En este lienzo se plasma uno de los rituales de aquelarre. Aparece el demonio, representado como un gran macho cabrío —figura lasciva en la cultura cristiana—, sentado, coronado con hojas de parra, ojos redondos grandes y muy abiertos, del que según los textos emana una luz que alumbra a todos los presentes. Rodeado por viejas y jóvenes brujas que le ofrecen niños. Sobre las cabezas de tan macabra reunión, vuelan murciélagos o vampiros que representan a los brujos.
«Su ejecución clara, su sentido del espacio, el arabesco de la figura del gran macho cabrío, las dos idiotas y las brujas están tratadas con máxima realidad y naturalismo, que da un aire de veracidad sorprendente a este tema fantasmagórico. La delicadeza del colorido y de la ejecución contribuyen por contraste a hacer más sobrecogedora aún la escena (J. Baticle, Los maravillosos Goyas del Museo Lázaro, en Goya, nº 193-195, 1986). Goya, sin duda, desplegó todo su virtuosismo técnico en esta obra.