Ignacio Zuloaga: La enana doña Mercedes

Ignacio Zuloaga: La enana de doña Mercedes, 1899Ignacio Zuloaga (1870-1945): La enana doña Mercedes, 1899.
Óleo sobre lienzo, 130 x 95 cm.
Inscripción, abajo a la derecha: «I. Zuloaga»
París, Musée d'Orsay, RF1977-438.


Representa a una enana, la señorita Bouey, de la localidad de Saint-Médard-en-Jalles, cerca de Burdeos. Allí Marie-Louise Thierrée, segunda esposa y viuda de Albert Dethomas, poseía una casa con jardín en la que el pintor estuvo con su mujer, Valentine Dethomas, en el verano de 1899, pocos meses después de su boda, celebrada el 18 de mayo de ese año. La figura aparece en el salón de Le Couénic, nombre de la quinta, hoy desaparecida.

Zuloaga había expuesto ya cinco años antes en el salón de la Société Nationale des Beaux-Arts la obra El enano de Eibar, si bien el enano más famoso entre los que pintó sería Gregorio el Botero, que expondría en ese mismo salón en 1908, el mismo año en que realizó también Gregorio en Sepúlveda (Pedraza, Museo Zuloaga). A diferencia de estas dos últimas obras, testimonios de la madurez del pintor y de su cercanía a Ribera, La enana doña Mercedes, cuya figura es también monumental, está más próxima a la Maribárbola de Las meninas de Velázquez. Por el motivo recuerda también a Eugenia Martínez Vallejo, la Monstrua, de Juan Carreño de Miranda (Vestida y Desnuda). Sin embargo el pintor, al contrario que los artistas del Siglo de Oro que representaron bufones, utiliza un punto de vista más alto, que acentúa la deformidad de la figura, baja y gruesa, cuya cabeza aparece por debajo del nivel de los muebles del fondo. Estos, aunque franceses, evocan en sus tonos oscuros, como la solería, un ambiente antiguo, cuyas resonancias complacían al artista.

El recurso a la bola de cristal aumenta la impresión óptica de volumen de la enana. Además, la esfera produce una distorsión muy expresiva de las partes reflejadas en ella del cuerpo de la figura. Por último, permite la incorporación del resto de la estancia en el reflejo. En éste puede verse al propio artista que. sentado ante el caballete, recibe la luz de su lado izquierdo a través del gran ventanal del fondo, probablemente uno de los que daban a la fachada principal de la casa, orientada al jardín. Seguramente Zuloaga conocía los precedentes de los reflejos en espejos y superficies convexas de Van Eyck y otros artistas del Renacimiento flamenco, así como algunas ígnitas de la pintura holandesa del siglo XVII, en las que el cristal refleja también al artista que pinta ante su caballete.

La representación de un enano con una bola de cristal había sido utilizada nueve años antes por Luis Menéndez Pidal en una pintura de inspiración velazqueña que envió, bajo el título El espejo del bufón, a la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid de 1890. Mientras que la proximidad de este óleo a Velázquez es muy grande, pues recrea un bufón vestido a la moda del siglo XVII rodeado de muebles castellanos de esa época, la visión de Zuloaga establece claras diferencias con el pintor sevillano y se acerca, por su expresividad, a Goya. Según Lafuente Ferrari, se trata de la primera obra personal del artista, pues supone «el comienzo de esa indagación en el carácter que no se detiene ante lo monstruoso» que sería propia de la obra del artista vasco; además, con esta pintura Zuloaga se apartaba de lo intimista y sentimental y buscaba cierto tráscendentalismo. El aprecio que el pintor tuvo al cuadro le llevó a enviarlo a la VII exposición de La Libre esthétique de Bruselas de 1900 y a la galería Schulte de Berlín en ese mismo año.

Fuente texto: Catálogo exposición El retrato español. Del Greco a Picasso.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *