Joaquín Sorolla: El beso de la reliquia

Joaquín Sorolla (Valencia, 27/02/1863 - Cercedilla, Madrid, 10/08/1923): El beso de la reliquia, 1893.

Joaquín Sorolla (Valencia, 27/02/1863 - Cercedilla, Madrid, 10/08/1923): El beso de la reliquia, 1893.
Óleo sobre lienzo, 103,5 x 122,5 cm.
Museo de Bellas Artes de Bilbao.


«... sabes de mi gran deseo de presentar algo en el Salón de París (de los Campos Eliseos); finalmente ya lo tengo terminado y hoy te lo mando a tu casa para que, en el acto, le pongas un marco y lo entregues pues sé que solo se admiten hasta el 20 de marzo... espero que Dios quiera no haga un mal papel. Adjunto medidas para que veas lo del marco: alto 1 metro 2,5- centímetros. Ancho 1 metro 25 centímetros). Yo opino que sea dorado, tú ya lo verás, y como tienes mejor gusto, estarás más acertado...». En esta carta del 6 de marzo de 1893, así como en el resto de las 533 adquiridas por la Generalitat Valenciana en 2006, se comprueban varias cosas: por una parte, la absoluta confianza que tiene -y tendrá toda la vida- con Pedro Gil Moreno de Mora, a quien conoció en su etapa romana, y por otra, el papel clave que su amigo juega para la progresiva penetración de Sorolla en Europa, en sus exposiciones y marchantes internacionales, y en el valor que el pintor da a sus criterios y opiniones, algunos sorprendentes por su trascendencia. A este respecto bastará citar la carta en la que, a sugerencia del propio Pedro, Sorolla le ruega que quite una figura y una ventana de una obra que ya le ha enviado (concretamente Trata de blancas) o aquella otra en la que Pedro le dice que ha recibido una pintura sin firmar y Sorolla le pide que lo haga él mismo («pon J.Sorolla Bastida 1904 en ángulo inferior derecho»). De esta manera comienza el primer dato documentado sobre el cuadro que ahora comentamos. En una carta algo posterior, reconoce que con las prisas no le ha puesto título y sugiere a su amigo que le añada «La reliquia».

Este cuadro forma parte de una serie de obras en las que Sorolla utiliza como ambiente o decoración diversas partes de la iglesia del antiguo Colegio de San Pablo en Valencia, fundado por los jesuitas en 1559. Éste sufrió diversas reformas a lo largo del tiempo, que afectaron al Colegio y a su capilla, hasta que la Desamortización de 1835 lo desafecta como Seminario de Nobles y, por especial empeño de don Vicente Boix -ilustre personaje de la cultura valenciana de la Renaixença-, pasa a ser sede del Instituto Provincial de Segunda Enseñanza. Así ha permanecido, con nombre más o menos modificado, hasta nuestros días.

En lo referente a la iglesia mencionada, tanto los zócalos cerámicos como las rocallas enmarcando lienzos las rejas y los retablos van a verse reflejados en las obras que Sorolla realiza en la última década del siglo XIX, como perfectamente detalló Samper Embiz en el artículo que el museo dedicó en su boletín número 9 a la pintura Mesa petitoria (N.º inv. 13/157).

Sorolla, en esos años, ya con treinta cumplidos, tenía una larga secuencia de actividades: había sido alumno de la llamada Escuela de Artesanos de Valencia -que aún permanece y conserva sus dibujos, sus actas y la constancia de sus premios juveniles-; había estudiado varios años en la Escuela de Bellas Artes instalada entonces en el actual Centro del Carmen, conservándose sus calificaciones en el archivo de la Facultad de Bellas Artes; había viajado a Madrid a estudiar el Museo del Prado y a copiar diversas obras de Velázquez y también a embeberse de su sentido espacial; había obtenido la pensión de Roma de la Diputación de Valencia (1884-1888) y se había casado con Clotilde García del Castillo, hermana de un compañero suyo de la Escuela e hija del más afamado fotógrafo social de Valencia. Con ella se irá a Roma en el último año de su pensión, regresando en 1889.

En esa década y aún antes, Sorolla convive con una inmensa y selecta escuela de artistas, floreciente en una sociedad con economía pujante, con buenos profesores, a quienes reconocerá públicamente -Domingo Marqués, Ignacio Pinazo, Gonzalo Salvá o Emilio Sala-. Entre ellos intentará crearse un estilo propio, superando, no sin tropiezos, la pintura de historia y, en cierta medida, la social, derivando temporalmente, como en nuestro cuadro, a una pintura costumbrista, un tanto anecdótica, a la que se acoge para conseguir mejorar su sistema de vida -no olvidemos que entre 1889 y 1895 le nacen sus tres hijos: María Clotilde, Joaquín y Helena-. Pero el mérito esencial de su pintura, al margen de lo que haga, es su rigor en el dibujo, bien aprendido en sus años escolares, su complacencia en la superficie pictórica, con un «verismo» que nunca abandona: «hay que pintar con menos preocupaciones y hacer un esfuerzo titánico para llegar a la verdad sin durezas». También el recuerdo velazqueño, que su amigo Blasco Ibáñez reconocía públicamente.

El beso de la reliquia puede considerarse, sin duda, una pieza fundamental en la producción de Sorolla de ese final de siglo, pues viene a resumir sus esfuerzos no sólo por crear un estilo propio sino también para empezar a pintar con el placer que nunca le abandonó. [Felipe Garín]

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