José de Madrazo (Santander, 1781 – Madrid, 1859): Antonio Ferrer del Río, hacia 1856.
Óleo sobre lienzo. Dimensiones: 90 x 72 cm.
Colección Fundación María Cristina Masaveu Peterson.
Representado de medio cuerpo y con actitud relajada, el retratado fue un conocido historiador, periodista y escritor del Romanticismo español, Antonio Ferrer del Río (Madrid, 1814 – El Molar, Madrid, 1872).
Ostenta la medalla de la Real Academia Española, de la que fue académico, y la encomienda de la orden de Carlos III. Ferrer del Río mantuvo una relación cercana con José de Madrazo, como muestra una de las cartas que le envió desde el Archivo de Simancas, conservada hoy en el Archivo del Museo del Prado y recogida en el tercer tomo del Epistolario de Madrazo, proyecto editado de manera conjunta por la Fundación María Cristina Masaveu Peterson y el Museo del Prado. De hecho, en la necrológica que escribió a la muerte del artista menciona este retrato, uno de los últimos que realizó, que debió de hacerle en 1856, pocos años antes de su fallecimiento. El cuadro fue adquirido en Fernando Durán, en la subasta del 27 de octubre de 2022 (lote 537). Ha sido restaurado por la Fundación María Cristina Masaveu Peterson.
Nacido en Madrid en 1814, la mala salud de Antonio Ferrer del Río hizo que recibiera una educación poco convencional, centrada en el estudio de lenguas modernas y clásicas y de las matemáticas. Fue también alumno y discípulo del poeta y académico Alberto Lista, y del criptógrafo Francisco de Paula Martí Mora, de quien aprendió taquigrafía. De joven se trasladó a La Habana, donde colaboró con la prensa cubana, y a su regreso a España fue nombrado bibliotecario del Ministerio de Instrucción Pública, Comercio y Obras Públicas. Fruto de su experiencia como periodista en Cuba, Ferrer del Río comenzó su carrera en la prensa española, en la que destacó como «periodista de pluma ágil y de calidades estéticas» (La Real Academia Española, 1999, p. 196). Trabajó como articulista en La América, donde colaboraron distintos escritores liberales, así como en la Revista Española de Ambos Mundos y en El Heraldo. Entre 1843 y 1845 dirigió la revista romántica El Laberinto y la Revista de España, de la que fue también fundador.
Además de su labor periodística, la producción literaria y ensayística de Ferrer del Río fue muy extensa y variada. Como historiador, en 1851 fue premiado por la Real Academia Española por la obra Examen histórico-crítico del reinado de Pedro de Castilla, y escribió los ensayos históricos Decadencia de España: historia del levantamiento de los Comuneros de Castilla (1850), Historia del reinado de Carlos X en España (1856), Introducción a los anales del reinado de Isabel II, cuya edición costeó la propia reina, etc. También tradujo importantes trabajos de historia, entre otros, los treinta y ocho volúmenes de la Historia universal de César Cantú, la Historia del Consulado y del Imperio francés de Thiers, o la Cronología universal de Dreyss.
Cultivó también el teatro –La senda de espinas (1859) y Francisco Pizarro (1860)–, la novela –De patria a patria (1861)– y la poesía, con poemas y odas de corte neoclásico dedicados, entre otros, al general Castaños y a su maestro, el poeta Alberto Lista. Fue autor de numerosas biografías de ilustres escritores como Ercilla, Espinel, o el padre Sigüenza, y ofreció datos y anécdotas personales de sus contemporáneos Quintana, Larra, Mesonero Romanos, Espronceda, Zorrilla o Martínez de la Rosa en su Galería de la literatura española (1846).
Antonio Ferrer del Río ingresó en la RAE (sillón letra Q) el 29 de mayo de 1853 con el discurso titulado La oratoria sagrada española en el siglo XVIII. Su amigo, el académico Juan Eugenio Hartzenbusch, fue el encargado de darle la bienvenida a la docta casa. Ocupó el cargo de bibliotecario durante cinco años, desde 1867 hasta muerte, en 1872.
Murió en El Molar (Madrid) el 22 de agosto de 1872, tras diecinueve años en el sillón Q de la RAE. Del Río fue muy conocido en los medios madrileños por su corpulencia, sobre la que escribió, con sorna y en verso, el académico Manuel del Palacio en el libro sobre personalidades de la época Cabezas y calabazas (1880, p. 70):
«En tertulias y cafés
se habla de él con interés,
y, pese a algún adversario,
es un hombre extraordinario,
tanto... que abulta por tres».