Juan Valdés Leal: Don Miguel de Mañara

Juan Valdés Leal (1622-1690): Don Miguel de Mañara, 1681.

Juan Valdés Leal (1622-1690): Don Miguel de Mañara, 1681.
Óleo sobre lienzo, 196 x 225 cm.
A la derecha, en un papel arrugado, caído en el suelo, se lee: «A Dn. Miguel de Mañara y Vicentelo de Leca, caballero de la orden de Calatraba y de Dios, Provincial de la Hermandad, y ermano m° de la Sta Caridad de Nuestro Señor Jesucristo, p.mor Sevilla». A la izquierda: «Acabóse año / de 1681».
Sevilla, Hermandad de la Santa Caridad.


Miguel de Mañara y Vicentelo de Leca, nació en Sevilla en 1627, fue noveno hijo de Tomás de Mañara y Jerónima Anfriamo. Caballero de Calatrava desde 1635, en 1638 falleció su padre y hubo de hacerse cargo de la familia. Se casó en 1651 y pasó a ser uno de los alcaldes mayores de la ciudad. La muerte de su mujer en 1661 marcó su vida profundamente. En 1662 fue admitido como hermano de la Santa Caridad, en 1663 fue elegido hermano mayor y emprendió trabajos de renovación de la hermandad, tanto en sus estatutos y regla, como en la obra del hospital y la iglesia aneja. Escribió su Discurso de la verdad (1671), verdadero alegato sobre el camino de salvación, desprecio del mundo y ejercicio de la caridad. Murió en el propio hospital de la Caridad en 1679.

Sentado a una mesa, cubierta de rico terciopelo, con flecos dorados, dirige la mirada al espectador y subraya su gesto con un expresivo movimiento de la mano derecha que señala a un lienzo que cuelga en la pared del fondo y representa una alegoría del Monte de Dios, al que Mañara alude en su regla de la Santa Caridad, y expresa la ascensión del Alma desde la Tierra al Cielo, practicando la Caridad.

En la mesa, sobre un pequeño atril se ve un libro —la Regla— que sin duda está glosando, un crucifijo sobre un corazón en llamas, y dos urnas de madera que se usaban para las votaciones y varios libros, uno de ellos el Discurso de la verdad, su obra más importante. A la izquierda de la composición, sentado en una silla baja, un niño con el hábito de enfermero de la hermandad y un libro sobre las rodillas, impone silencio con un dedo sobre los labios, exhortando al espectador a escuchar la plática del retratado. Tras él, en segundo término y en sombra, un bargueño y, sobre él, un reloj de arena, unos libros, una calavera, y un jarrón de tulipanes, alusión evidente a la brevedad de la vida, lo efímero de la belleza y el saber y el inexorable paso de la Muerte, es decir una típica va-nitas barroca.

El lienzo, fechado en 1681, por lo tanto después de muerto Mañara, es un soberbio ejemplo de retrato parlante, cargado de significados que rebasan la simple representación del personaje.

Si formalmente la representación del espacio en profundidad, la complejidad de los elementos accesorios, y la presencia del niño enfermero que le acompaña y crea una comunicación directa con el espectador, ya la califican como decididamente barroca, conceptualmente la riqueza de significados la convierten en un verdadero sermón moral, que no sólo nos da la imagen del retratado sino que nos ilustra sobre su pensamiento, su actividad y su sentido, bien barroco, del desengaño y la ejemplaridad piadosa.

Valdés, sin embargo, en el retrato, hace ostentación sobre la negra vestidura de la roja cruz de Calatrava, que le singulariza y distingue y habla en voz alta de su nobleza y distinción. El epitafio que hizo labrar sobre su tumba, en el umbral de la iglesia, dice también bastante de su vanagloria incluso en su afectada humildad: «Aquí yace el mayor pecador del mundo».

Fuente texto: Catálogo exposición El retrato español. Del Greco a Picasso.

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