Los continuos enfrentamientos entre el PP y el PSOE a cuento de casi cualquier asunto pueden provocar, si no lo han hecho ya, una disociación más allá de lo aceptable en una democracia entre la ciudadanía y la clase política. Nuestras elites políticas pretenden imbuirnos ideas radicalmente opuestas cuyo coralario sería la imposibilidad de llegar a un acuerdo o pacto bajo ninguna circunstancia. Los dirigentes de uno y otro partido defienden, al parecer, objetivos no ya distintos sino totalmente incompatibles, negando asimismo la posibilidad de la más mínima cesión. Parece que nos encontremos en plena campaña electoral pero sin fecha fija para el veredicto y ello conduce a cuestionar tanto la fiabilidad como las verdaderas pretensiones del adversario político que, en función de la propia ideología, cada uno de nosotros identificamos como tal. Propongo, por tanto, una manifestación para exigir a los políticos que abandonen la dicotomía amigo-enemigo y la sustituyan por relaciones si no cooperativas, al menos conciliadoras. El modelo territorial, la lucha antiterrorista, la enseñanza..., en suma todas aquellos asuntos relativos al «bien común» son merecedores de tal esfuerzo. En este sentido me adhiero por completo a lo expresado por el filósofo Daniel Innerarity: «Los problemas políticos de la sociedad tienen muchas soluciones posibles o no tienen ninguna que sea realmente definitiva, pero hay remedios, acuerdos, compromisos e incluso ajustes, ninguno perfecto, pero varios, o quizá muchos, en la franja que va de lo más o menos positivamente satisfactorio a lo más o menos tolerablemente aceptable. Las divergencias reales de intereses continuarán, pero con voluntad, habilidad, recursos y buena suerte, a veces pueden hacerse menos intensas y más pacíficas. Éste es el ámbito en que se hacen valer virtudes propias de la política entendida como compromiso: la prudencia, la conciliación, los acuerdos parciales, la adaptabilidad» (La transformación de la política, Ediciones Península S.A., 2002)