Martínez del Mazo: La infanta doña Margarita de Austria

Juan Bautista Martínez del Mazo (1605-1667): La infanta doña Margarita de Austria, ca. 1665.Juan Bautista Martínez del Mazo (1605-1667): La infanta doña Margarita de Austria, ca. 1665.
Óleo sobre lienzo, 212 x 147 cm.
Madrid, Museo Nacional del Prado, p-1192


Esta obra ha sido considerada por parte de la crítica como el último cuadro de mano de Velázquez, aunque algunos ya pensaron que la pudo haber concluido Mazo tras la muerte del maestro. El hecho de que un retrato similar de la infanta, aunque con la variante del color, pues allí el vestido es azul, aparezca en el caballete de La familia del pintor, de Mazo, afianzó la hipótesis de la autoría velazqueña, al pensarse que era Velázquez el artista ante el caballete. No existen, sin embargo, razones suficientes para considerar esta obra como de mano de Velázquez, ni siquiera que, inacabada, pudiera haber sido concluida por su ayudante y discípulo. La infanta Margarita, nacida en julio de 1651, parece aquí mayor, más alta y madura, de los 9 años que habría debido tener para ser pintada por Velázquez antes de la muerte del artista en julio de 1660. La comparación con el retrato de azul, de Viena, de mano de Velázquez y fechado con seguridad en 1659, no deja lugar a dudas sobre este aspecto tan importante, ya que en aquél la infanta es evidentemente de menor edad que en éste.

Aunque los cambios en la moda eran lentos, el tocado de la niña, con esa gran cinta roja, abullonada, que cae a un lado del rostro, el cabello más corto y natural que en otros retratos, así como otros detalles de las mangas, están más cerca de los atuendos más recargados, posteriores a 1660, bien conocidos por los retratos femeninos de Carreño. La existencia de la versión del cuadro en el Museo de Viena, de excelente calidad, si no superior a la del Prado, hacen difícil la autoría velazqueña de esta obra, a pesar de su indudable belleza. En realidad, la composición no debió resultarle difícil a Mazo, ya que no hizo más que seguir, con algunas variantes secundarias, otros retratos de Velázquez: el de su hermana mayor, María Teresa, de 1656 (Viena, Kunsthistorisches Museum), similar en la posición de la figura y sosteniendo el pañuelo de un modo parecido con la mano izquierda, así como el de su madre, Mariana de Austria, de hacia 1653, con el gran cortinaje a la izquierda, e incluso el del pequeño Felipe Próspero, que destaca vestido de rojo sobre los rojos de las cortinas, el sillón y la alfombra. Sin embargo, la sencillez velazqueña y la elegancia austera de sus obras están enturbiadas en este retrato por una excesiva acumulación de elementos, como el desmesurado desarrollo del cortinaje y la pesada decoración de la alfombra sobre la que no puede destacar en toda su belleza geométrica el vestido de la jovencita.

A una cierta dureza del rostro, evidente en la forma de hacer los ojos o la onda de pelo sobre la frente, se contraponen los relampagueantes brillos de la plata del vestido, tomados siempre por los defensores de la autoría velazqueña como la prueba máxima de su pincel. Sin embargo, Velázquez nunca necesitó tal acumulación de pinceladas, sobrepuestas, enmarañadas a veces, para conseguir los efectos deseados. A pesar de la sobrecarga de materia, el autor de esta obra no ha conseguido precisar las formas, que quedan siempre desdibujadas y sin volumen: como la mano que sostiene las rosas, los contornos del vestido, el pañuelo blanco o, sobre todo, la joya sobre el adorno del pecho, que indican una mano diversa de la que pintó los mismos efectos en la infanta Margarita de Las meninas. El indudable y bien logrado parecido físico de la niña en este retrato hace olvidar el encanto poético que tenía en los retratos que hizo de ella Velázquez, sustituyendo ahora su sonrisa superficial, la melancólica intensidad del último retrato velazqueño, vestida de azul.

Fuente texto: Catálogo exposición El retrato español. Del Greco a Picasso.

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