Pablo Picasso: Autorretrato

Pablo Picasso (1881-1973): Autorretrato, 1972.Pablo Picasso (1881-1973): Autorretrato, 1972.
Cera sobre papel, 657 x 505 mm.
En el ángulo inferior izquierdo: «Picasso».
Tokio, colección privada, cortesía de Fuji Televisión Gallery


Esta obra, realizada el 30 de junio de 1972, es, con otro dibujo menos individualizado que hizo dos días después, el último autorretrato del artista. El mismo cuando se lo enseñó a Pierre Daix al día siguiente de haberlo realizado, le dijo: «Creo que
di con algo... No se parece a nada de lo hecho». Los ojos en forma de almendra recuerdan a los de su Autorretrato de 1907, pero la forma de la cabeza evoca la de un cráneo.

El uso muy pictoricista de los lápices de colores sería común en el panorama internacional de los años finales de la década de 1970 y en los primeros de la siguiente, una época de retorno a la pintura bajo el signo de lo expresivo. En ambos aspectos obras como estas últimas de Picasso fueron claras precursoras. El artista afronta con medios muy restringidos (ceras de colores y papel) este autorretrato final, que supone una intensificación expresiva dentro del registro exacerbado y barroco de su última etapa. Las gruesas líneas de contorno definen con claridad la forma, pero se interrumpen en algunos lugares, como la parte superior izquierda, que quedan como difuminados en el fondo. El color rojo de éste, como una sombra, aparece también en la pupila, que se ve así vulnerada y sin la claridad incisiva e intensa propia del pintor y característica de casi todos sus autorretratos. Esa condición de la mirada herida le da una apariencia borrosa o turbia, como si el personaje mirara hacia adentro, y así lo señalan las espirales que rodean la pupila. Por otro lado el color malva azulado recuerda la condición melancólica y saturnina asignada a los pintores. El grafismo en garabatos libres, cerrados sobre sí mismos, en la barba y en el torso, contrasta con las líneas netas y definidas que encierran los ojos y la nariz. El profundo hundimiento de la forma de la cabeza en su tercio inferior se acusa aún más en el otro autorretrato dibujado del mismo momento, que evidencia la forma del cráneo descarnado. La expresión intensa y alucinada deriva de los ojos; la boca, apenas aparece aludida por tres paralelas, pero esta especie de omisión hace más inquietante la figura. En el esquema fuertemente frontal del rostro, la presencia dominante de los ojos y la nariz queda subrayada por la línea cerrada que engloba ésta y la boca. El aspecto blando de la nariz con los orificios bien visibles, ha hecho recordar la imagen de un mono, contrafigura caricaturesca del pintor. En este sentido, la expresión temerosa que presenta tendría un carácter más acusadamente físico. Por otra parte, a pesar de que las líneas esenciales están marcadas con rotundidad de trazo las líneas esenciales, hay partes de la composición que son más difusas.

Parecen mostrar un cierto principio de la disolución de la materia sólida, tan evidente siempre en Picasso, en un humor líquido más incierto. La pérdida de la visión podría haber favorecido, según Sylvester, la presencia de un ambiente como acuoso, pero también la premonición de la muerte. La monumentalidad de la cabeza, realzada por la ausencia de espacio a ambos lados, acentúa su peso en relación con la estrecha franja visible del torso. El corte de la parte superior del papel parece, además, presionarla hacia abajo, efecto aún más marcado por la ausencia de cuello, de manera que podría balancearse sobre su soporte en una precariedad que es imagen de la senectud extrema, inmediatamente próxima a la muerte. Pocos artistas, acaso ninguno con edad tan avanzada, habían encarado la muerte en su pintura con ese propósito de veracidad. A Picasso no le gustaba que se evocara la muerte y desde muchos años antes, cuando alguno de sus amigos moría, se refugiaba en un silencio que sorprendía e incluso llegaba a molestar a los deudos del fallecido, como ocurrió en el caso de Matisse. Pierre Daix narra, en la visita citada, que Picasso sostuvo el dibujo al lado de su propia cara, como para dejar claro que el miedo del rostro del retrato era sólo una invención. Tres meses después, en otra visita, notó que «había endurecido los trazos color humo y las rayas granate-malva en la parte de arriba del cráneo verde-azulado», colores que le recordaron a Daix los de su pintura tras la muerte de Julio González. He aquí la proyección, también catártica para el artista, de su sentimiento ante el propio final.

Fuente texto: Catálogo exposición El retrato español. Del Greco a Picasso.

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