Pablo Picasso (1881-1973): Mujer en azul, 1901.
Óleo sobre lienzo, 133 x 100 cm.
Inscripción: «P. Ruiz Picasso»
Madrid, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, AS-1618.
La obra es, por sus dimensiones y carácter, el ejemplo más importante y rotundo de los cuadros de cortesanas que prodigó Picasso en 1901. En su indumentaria contrastan la oscura camisa ceñida al cuerpo con la enorme falda de miriñaque blanca con cenefas bordadas que también aparecen en otra obra del momento, La mujer española (Copenhague, Ny Carlsberg Gliptotek). El rostro triangular, terminado en una barbilla aguda, típico de las «cortesanas» de ese período, asoma entre un gran sombrero a la moda, con llamativos adornos florales, y un gran lazo blanco que deja ver el adorno dorado del collar, a juego con los pendientes. Su mano izquierda enguantada sujeta una sombrilla verde en una actitud imperiosa que refuerza también la mirada. La falda con polisón no se utilizaba desde hacía al menos una década, por lo que su presencia puede estar en relación con la contemplación de los retratos femeninos del Siglo de Oro del Prado o bien con las representaciones teatrales de autores del Barroco, que dieron origen a retratos en ese estilo de numerosos pintores españoles de la época. La forma de mariposa del lazo y las grandes flores del sombrero, que llevan a un extremo fantástico la moda del momento, son signos de abierta y exagerada feminidad. El peculiar atavío y el fulgor dorado de las joyas unido a los brillos plateados del vestido dan un carácter de icono precioso a la figura de esta cortesana de lujo, realzado por los afeites y el colorete de su rostro, que tiene calidades de pastel, técnica que Picasso empleó a menudo en esa época en parecidos motivos. El fondo, plano, contribuye a resaltar esa condición de icono. Dividido en dos franjas de manera muy escueta, presenta en la inferior un azul violáceo intenso y saturado, muy diferente al del período que iniciaría el artista algunos meses después.
Es una obra realizada a partir de recuerdos de la vida nocturna parisina o de imágenes de artistas como Toulouse-Lautrec y Théophile Steinlen. Para Picasso pudo representar el lado peligroso de la feminidad que, encarnado en su amiga Germaine Gargallo, había contribuido al suicidio de Casagemas. Ese carácter de fantasma de la imaginación que tiene la mujer no pasó inadvertido a quienes vieron el retrato, como el pintor y grabador Ricardo Baroja, que en 1935 recordaba «la figura de una mujer fantasmagórica. Ojos verdes, labio azul, enorme sombrero negro y gran miriñaque recamado con floripondios muy decorativos. Pintada a la luz mezquina de una vela, era una vampiresa, una que se diría ahora mujer fatal».
En efecto, Picasso la había pintado de aquel modo y la envió a la Exposición General de Bellas Artes de 1901 de Madrid, que abría sus puertas el 29 de abril, como si quisiera exorcizar su obsesión presentándola al público. En la exposición la pintura, con el título de Una figura (n.° 963 del catálogo), se colocó en el peor de los lugares posibles, la llamada «sala del crimen», en las galerías altas del palacio del Hipódromo. Allí se colgaron también las pinturas de Darío de Regoyos, que había enviado diez paisajes, y un retrato de Ricardo Baroja. Su hermano, el novelista Pío Baroja, que también había concurrido a la exposición con una obra, recordaba muy bien que Picasso en Madrid, «se dedicaba a pintar de memoria figuras de mujeres de aire parisiense, con la boca redonda y roja como una oblea», como es justamente ésta.
A diferencia de sus envíos anteriores a las Exposiciones Nacionales de 1895 y 1897, que obtuvieron sendas menciones honoríficas, éste pasó inadvertido. Picasso olvidó o abandonó la obra en Madrid cuando viajó a Barcelona para preparar su exposición en la galería de Vollard. Encontrada varias décadas después, pasó, conforme al reglamento de las Exposiciones, al Museo Nacional de Arte Moderno de Madrid.
Fuente texto: Catálogo exposición El retrato español. Del Greco a Picasso.