Pedro de Campaña: retablo de la capilla de la Purificación de la catedral de Sevilla

Pedro de Campaña (1503-1587): Don Diego, don Alonso Caballero y su hijo. 1555-1556Pedro de Campaña (1503-1587): Doña Leonor, doña Mencía de Cabrera y sus hijas. 1555-1556

Pedro de Campaña (1503-1587)
Izquierda: Don Diego, don Alonso Caballero y su hijo. 1555-1556. Óleo sobre tabla. 104 x 95 cm. Sevilla, Catedral.
Derecha: Doña Leonor, doña Mencía de Cabrera y sus hijas. 1555-1556. Óleo sobre tabla. 105 x 95 cm. Sevilla, Catedral.


Estas obras forman parte del banco del retablo de la capilla de la Purificación de la catedral de Sevilla, que se conserva en el mismo lugar para el que fue concebido. Esa capilla es conocida también como la del Mariscal, por su fundador el mariscal don Diego Caballero, que, el 12 de enero de 1555, contrató esta obra con los pintores Pedro de Campaña y Antonio de Alfián. Aunque ambos se comprometieron a acabarla al final del mes de agosto de ese mismo año, no cumplieron el plazo. El retablo se concluyó en 1556, ya que, en marzo de ese año, se les satisfizo a los pintores el segundo de los tres pagos estipulados en el contrato. Pese a que no se especifica en el documento, Alfián sólo intervino en la policromía y toda la pintura corrió a cargo de Campaña.

El fundador de la capilla, don Diego Caballero, hizo su fortuna en las Indias. De joven marchó a La Española —la actual Santo Domingo— y después a Perú, participando en su conquista. Al retornar a La Española, en pago de sus servicios a la Corona, Carlos V le nombró contador mayor de la isla y en el año 1536 mariscal de la misma. Cuando volvió a Sevilla en 1540, se le designó caballero veinticuatro de la ciudad. Dedicado al comercio con las Indias, don Diego fundó con su hermano Alonso una compañía de exportación e importación —que continuó su viuda doña Mencía—, que le proporcionó grandes recursos.

La comparación entre los retratos hechos por Campaña y lo ordenado por don Diego en el contrato —publicado por Gestoso en 1908— permite ver que se modificó notablemente la idea inicial de representar a los patronos: «en los espacios de banco entre los pedestales debaxo de los dichos tableros el rretrato del señor mariscal contrahecho del natural y de la señora su mujer y en el otro espacio el rretrato de Alonso caballero su hermano que aya gloria e de la señora su muger y sus armas en ambos lados a do mejor puedan estar». Cuando firmó el concierto, don Diego quería que se incluyeran en el banco, junto con sus armas, a un lado, el retrato de él y de su mujer, Leonor de Cabrera, y al otro, el de su hermano Alonso, ya fallecido, y el de su viuda, doña Mencía de Cabrera, que era hermana de su mujer. Los retratos concertados eran cuatro, en vez de los ocho realizados por el pintor. Aunque no constan las razones que tuvo el mariscal para un cambio tan radical, lo más probable es que quisiera perpetuar también la memoria de todos los descendientes de su familia, como tradicionalmente hacían los donantes. Debido a ello mandó distribuirlos, colocando a un lado los miembros masculinos de la familia —don Diego, don Alonso y el hijo de éste— y al otro los femeninos —doña Leonor y doña Mencía de Cabrera y sus tres hijas—. Pero, evidentemente, el modo en que los tradujo Campaña nada tiene que ver con la manera tradicional de representación de donantes —arrodillados ante la divinidad, con las manos juntas en señal de oración—, sino que los muestra, de pie, en actitud meditativa, acorde con los nuevos tiempos.

Aunque, cuando llevó a cabo este retablo, Pedro de Campaña estaba más fuertemente influido que nunca por Rafael, a la hora de hacer los retratos del banco volvió de nuevo a sus orígenes flamencos. Como sugirió Serrera, el realismo con que reprodujo a la familia del mariscal, con toda su crudeza, sobre todo a las mujeres y—sin disimular la fealdad de sus rasgos, tan similares—, convierte estos retratos en un antecedente de los primeros retratos de Velázquez, que tanto admiró a maese Pedro, como se le llamaba en Sevilla al pintor flamenco. Sin duda, la imagen de doña Mencía, la viuda de don Alonso, con su presencia inquietante, es un anticipo de la madre Jerónima de la Fuente de Velázquez.

Ante un fondo oscuro, Pedro de Campaña dispuso a los efigiados, de tres cuartos, con los cuerpos dirigidos hacia el centro. De los tres retratos masculinos —en el lado del evangelio— destaca el del mariscal, con sus cabellos y barba canos. A diferencia de su hermano Alonso y de su sobrino, que dirigen sus rostros y sus miradas hacia arriba, hacia la derecha, como sus cuerpos, don Diego Caballero gira su mirada hacia la izquierda, hacia el espectador. El mayor realismo que muestran los rasgos del Mariscal debe responder a su exigencia en el contrato de que su retrato fuera el único «contrahecho del natural», quizá porque sabía que Campaña —como indica Francisco Pacheco en su Libro de retratos— hacía sus retratos sin estar presentes los efigiados y, después, «con unos retoques que en presencia dellas daba, quedaba el retrato perfecto». Los cinco retratos femeninos —en el lado de la epístola— planteaban a Campaña una complejidad mayor, que resolvió rompiendo la simetría al disponer en el extremo izquierdo, delante de sus madres, a las dos hijas menores, enfrentando sus rostros. Aunque maese Pedro aplicó a esos cinco retratos su realismo flamenco más despiadado, sin duda su crudeza fue mayor en dos de ellos. En la tierra en que la gracia es el don más preciado, hizo los retratos de niñas menos atractivos de la pintura sevillana.

Fuente texto: Catálogo exposición El retrato español. Del Greco a Picasso.

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