Bartolomé Bermejo: Santo Domingo de Silos

Bartolomé Bermejo Santo Domingo de Silos entronizado como obispoBartolomé Bermejo (doc. 1468-1501): Santo Domingo de Silos. 1474 - 1479.
Óleo sobre tabla, 242 x 130 cm.
Museo Nacional del Prado, P-1323


Bartolomé Bermejo contrató el retablo de Santo Domingo de Silos para la parroquia de Daroca (Zaragoza) dedicada al santo abad, el 5 de septiembre de 1474, comprometiéndose a concluirlo para la Navidad de 1475 y hacerlo de su propia mano. La tabla central con santo Domingo de Silos entronizado ya debía estar terminada cuando Bermejo se trasladó a Zaragoza en 1477. Pese a que el pintor había firmado un contrato leonino, que incluía la excomunión —y su publicación para que tuviera efecto al ser conocida— si partía de Daroca antes de terminar el retablo, lo cierto es que Bermejo marchó para Zaragoza sin haberlo acabado. En la capital aragonesa, los promotores firmaron otro contrato con Martín Bernar el 28 de septiembre de 1477, por el que este pintor se comprometía a que Bermejo acabara la obra o, si no, a finalizarla él mismo. El 17 de noviembre, estando presente Bermejo, se firmó un segundo contrato, en el que se le daba de plazo a Bermejo para finalizarlo hasta mayo 1479, y él se obligaba a hacer el banco de su mano. Respecto a las tablas que faltaban del cuerpo del retablo, Bermejo sólo se comprometía a hacer las dos figuras principales y los desnudos y los rostros, es decir, las carnaciones.

El propio tema de esta tabla, en la que se muestra a santo Domingo de Silos, impide que se trate de un retrato. En la Corona de Aragón, igual que había sucedido en Castilla con Pedro Berruguete, no se podían utilizar los rasgos de un personaje conocido para representar a una persona sagrada, en este caso el santo benedictino, si no se quería tener problemas con la Inquisición. Pese a ello, la descripción naturalista de sus rasgos y, sobre todo, la fuerte caracterización que Bartolomé Bermejo imprime a todas sus figuras, las convierte en una especie de «retratos ocultos». Además, en el caso de este pintor cordobés, se puede constatar la diferencia que existe entre estas imágenes —que repiten rasgos similares, los preferidos de Bermejo— y los tres retratos conservados con la firma del pintor, incluidos en el mismo espacio de la representación sacra en su condición de donantes. El más temprano es el retrato de Antonio Juan, realizado en 1468 para la parroquia de Tous, que aparece arrodillado ante san Miguel combatiendo con el demonio (Londres, The National Gallery), de perfil y a escala menor que el santo, lo mismo que Francisco de la Chiesa al que representa Bermejo ante la Virgen de Montserrat en Acqui Terme, mucho más individualizado. Con la misma escala que la Virgen, Cristo y san Jerónimo y compartiendo su mismo espacio, Bermejo muestra al canónigo Desplá en 1490 en La Piedad del museo de la catedral de Barcelona, sin duda el mejor retrato que se conoce entre los que realizaron los pintores españoles del siglo XV. El pintor cordobés hace gala en él de su dominio de la técnica flamenca, que le permite traducir las calidades de las cosas y diferenciar las materias.

Ya fuera directamente en los Países Bajos, como se ha repetido tantas veces, o incluso sin salir de la Corona de Aragón en donde desarrolló su labor toda su vida, en Valencia en el taller de los Alimbrot, Bartolomé Bermejo accedió a los secretos del arte flamenco. Sin duda, el conocimiento que tenía de la técnica del óleo —mucho mayor que el del resto de los pintores hispanoflamencos— es la razón última de su naturalismo, como se comprueba en esta tabla del Museo del Prado. Aunque Bermejo siguió las instrucciones del comité encargado de vigilar la ejecución del retablo de Daroca y representó al santo titular de la iglesia vestido de obispo, en lugar de como el abad benedictino que era —y también incorporó las siete virtudes que le mandaron pintar—, no quiso mostrar a santo Domingo «assentado en una cadira en pontifical d'oro enbotido». Si Bermejo hubiera atendido a sus demandas —como hicieron todos los pintores que trabajaron en Aragón, y también en Cataluña, en esa época— y hubiera dispuesto la rica dalmática que lleva el santo con oro embutido, el efecto final hubiera sido muy distinto. El oro en relieve interfiere de tal manera en la consecución de la imagen que, si lo hubiera utilizado y no hubiera fingido las tres dimensiones con sus pinceles sobre la superficie plana, la sensación de fuerza, de monumentalidad, que se desprende de la figura de santo Domingo —dispuesta frontalmente y con su rostro, asimismo de frente, sumido en sus pensamientos— desaparecería al dominar en su imagen los valores decorativos.

Fuente texto: Catálogo exposición El retrato español. Del Greco a Picasso.

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