Tarteso: Casas del Turuñuelo

Entre finales del siglo V y comienzos del siglo IV a.C. tuvieron lugar ciertos ritos que consistieron en destruir y sellar una serie de edificios monumentales situados en el curso medio del río Guadiana, en Extremadura. De aquellas estructuras solo quedaron los túmulos, montículos artificiales bajo los cuales yacían los restos arquitectónicos. El primero en descubrirse y excavarse fue Cancho Roano (1978); años más tarde, en 2014, fue localizado un segundo conjunto monumental en la finca Casas del Turuñuelo, de Guareña (Badajoz). Dada su ubicación, próximo a la desembocadura del río Búrdalo (comarca de las Vegas Altas del Guadiana), es muy probable que desde allí se controlara un extenso territorio.

Desde la primera campaña de excavaciones este edificio único en el área geográfica del Mediterráneo occidental ha venido ofreciendo sorpresa tras sorpresa. En la actualidad, expertos de una veintena de instituciones colaboran en la exploración para desentrañar todos sus secretos.

Dado que el artículo es de pago, lo transcribo a continuación manteniendo todos aquellos enlaces a contenido de acceso libre:


Una red de investigadores trata de separar la leyenda de la historia de Tarteso

Fuente: https://elpais.com/cultura/2022-06-20/una-red-de-investigadores-para-desentranar-los-ultimos-secretos-de-tarteso.html (20/junio/2022)
Autor: J. A. Aunión, coordinador del espacio de Educación de EL PAÍS.

Donde esperaban encontrar la fachada principal, había una grada, por un lado, y un pasillo que conduce a otro pasillo y a otras pequeñas habitaciones. Perdida cualquier esperanza de simetría (ni siquiera la escalera monumental está en el centro del patio), los arqueólogos que excavan en Guareña (Badajoz) el yacimiento de Casas del Turuñuelo, un imponente edificio tartésico de dos plantas, único en el Mediterráneo occidental, están entrenados ya para la sorpresa constante.

La fascinación por Tarteso, la civilización prerromana que ocupó el suroeste de la península Ibérica, nace en gran medida de los mitos que han tratado de completar, por medio de testimonios textuales (griegos y latinos) y de grandes dosis de imaginación, la escasez de restos materiales. La arqueología lleva décadas descifrando una realidad histórica que se imponga a la leyenda, pero lo cierto es que cuando aparecen restos de la magnitud de este santuario de hace 2.500 años, junto a muchas respuestas, se suceden a cada paso nuevos misterios que desentrañar. ¿Cómo era la estructura de este monumental edificio que se levantó con técnicas muy sofisticadas para la época? ¿Cómo funcionaba un espacio tan rico y a la vez tan aparentemente despreocupado de posibles ataques (no se han encontrado apenas elementos defensivos)? ¿Qué pasó para que sus moradores decidieran un día hacer un gran banquete y sacrificar a un montón de valiosos animales para después quemarlo todo, sepultarlo y largarse? ¿Por qué en el proceso dejaron colocado el cuerpo de un hombre en una de las habitaciones, junto a tres exuberantes braseros de bronce y dos puntas de lanza, en lugar de enterrarlo?

Un símbolo de la eternidad

Pero especial mención merece esta vez el hallazgo, junto a una segunda pileta (o sarcófago, otra incógnita), en la pared de una de las habitaciones, de la primera decoración arquitectónica de Tarteso que se conoce, un doble sogueado, un símbolo de la eternidad utilizado en todo el Mediterráneo del mundo antiguo. Lo cual refuerza, señala Celestino, la hipótesis del sarcófago. “La primera pieza de la decoración apareció, sola, en 2018, y creímos que se trataba del friso de una puerta”, añade el investigador del Instituto de Arqueología del CSIC. Ahora, la aparición de otra docena de trozos les ha corregido el tiro. Otra sorpresa.

Lo que hace ya tiempo que dejó de extrañarles es el magnífico estado de conservación de muchos de los objetos del siglo V antes de nuestra era, o incluso anteriores, debido a que la mezcla de las cenizas del incendio (sus moradores se pegaron el banquete, lo destrozaron todo y después le prendieron fuego) y las arcillas con las que se sepultó todo finalmente han formado una perfecta capa de protección contra el paso del tiempo. Los restos de una cesta de mimbre que acaban de encontrar vuelven a atestiguarlo.

En la recta final de la quinta campaña de excavación, después de un parón que duraba desde 2018 ―por culpa de un litigio con los dueños del terreno que acabó en expropiación―, los directores del proyecto, Sebastián Celestino y Esther Rodríguez, tomaban aire un día de principios de junio para empezar a asentar el enorme volumen de información nueva que tienen otra vez entre manos. Siguen apareciendo todo tipo de objetos valiosos desperdigados, desde piezas de bronce y marfiles tallados hasta un minúsculo y hermoso escarabeo egipcio (un amuleto) muy anterior a la época del yacimiento (¿las joyas de los abuelos?) o la pata de una cama.

Y un nuevo caballo que se suma a los restos anteriormente hallados de otros 45, los cuales, junto a nueve vacas, cuatro cerdos y un perro, conforman la mayor hecatombe de animales localizada hasta ahora en todo el Mediterráneo, la primera de tamaño comparable a los holocaustos religiosos que se describen en el Antiguo Testamento y la Ilíada.

En esta mañana de principios de junio han desenterrado un jarro de pico de horca, de tipo etrusco, aunque falta el asa. En una de las habitaciones, Luis Miguel Carranza, otro de los miembros del equipo, se afana en fijar los enlucidos de los muros de adobe (renlucidos de hace 2.500 años) para detener su deterioro ahora que han quedado al aire. En la Universidad de Cagliari (Italia), la especialista Marta Cappai lleva ya meses haciendo pruebas para encontrar la mejor manera de hacerlo.

De hecho, en el proyecto de Casas del Turuñuelo están colaborando varias decenas de especialistas de una veintena de instituciones, extranjeras como Helsinki, Atenas, Toulouse, Turín o Cambridge, y españolas como las universidades de Extremadura, Complutense, Granada, Córdoba, Barcelona, el laboratorio de investigación Secyr de la Autónoma de Madrid, el Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana, el Instituto de Restauración y Conservación de la Generalitat Valenciana, varios institutos del propio CSIC… “No somos expertos en todo, no podemos serlo, así que colaborando avanzamos mejor y mucho más rápido”, explica Rodríguez. Entre los especialistas involucrados hay arqueozoólogos, antropólogos, arquitectos, ingenieros, expertos en botánica, físicos... El proyecto Construyendo Tarteso forma parte del Plan Nacional I+D+i y cuenta con la financiación de la Secretaría General de Ciencia de la Junta de Extremadura, la Diputación de Badajoz y la Fundación Palarq.

El siguiente es un resumen de algunos de los descubrimientos hechos hasta el momento, su contexto y algunas de las hipótesis que sostienen.

El núcleo principal de la cultura tartésica, nacido hacia el siglo IX antes de Cristo fruto de la hibridación entre los colonizadores fenicios y los pobladores locales, estaba en el sur de la Península, en torno al Guadalquivir, entre Huelva, Sevilla y Cádiz. Rica y próspera de la mano del comercio, la civilización sufrió algún tipo de crisis en torno al siglo VI antes de nuestra era (tal vez económica, tal vez climática, tal vez una mezcla de ambas) que hizo despegar una zona periférica, la del Valle medio del Guadiana. Sepultados los vestigios de aquel núcleo central, seguramente bajo ciudades andaluzas actuales, buena parte de los restos descubiertos hasta ahora, y que pueden despejar las brumas que aún cubren en gran medida la historia de Tarteso, están precisamente en esa periferia extremeña. Uno de los más importantes yacimientos, por su tamaño, estructura, conservación y riqueza, es el del edificio de Casas del Turuñuelo.

Poder político y económico

Fuera palacio o templo (o las dos cosas, con algo de centro administrativo), es evidente su enorme poderío político y económico y su gran capacidad organizativa. A la vez, muchos de los objetos hallados señalan claramente la continuidad con ese espacio tartésico central y, más allá, con todo el Mediterráneo protohistórico: al escarabeo egipcio y todo tipo de vasijas y platos de origen griego, fenicio y etrusco, hay que sumar los pies de la primera escultura de mármol aparecida en la península Ibérica de época anterior a la llegada de la antigua Roma (conserva incluso la policromía: el azul egipcio del pedestal y el rojo de los pies y las uñas).

Los elementos constructivos del edificio también presentan unos avances que están al nivel de los más avanzados de la época en todo el Mediterráneo: las paredes y los restos de ladrillo cocido hallados en la habitación principal apuntan a que allí había un techo de falsa bóveda por aproximación de hiladas, una técnica muy documentada para esas fechas en Egipto. Otro ejemplo: una parte de la escalera monumental está hecha con bloques cuadrangulares compuestos por un mortero de cal y arcilla y fraguado después, una especie de protocemento anterior al opus caementicium del Imperio Romano. El hecho de que entre los animales sacrificados en el ritual final del edificio haya mulas y burros también revela un gran nivel de sofisticación social; hace falta saber de antemano que al cruzar un burro con una yegua saldrá un animal fuerte que servirá para trabajar el campo.

Pues los moradores de ese espacio tan rico y próspero, capaz de acumular bienes procedentes de todo el Mediterráneo y seguramente de generar innovaciones propias, y que no parecían especialmente preocupados por su seguridad (tal vez los militares que guardaban el lugar se ubicaban a cierta distancia en puntos estratégicos), decidieron en un momento de los inicios del siglo IV antes de Cristo destrozarlo todo y abandonarlo. Hubo un gran banquete, ofrendas de todo tipo, incluidos los sacrificios de animales, a lo que siguió la destrucción general: parece que la estatua griega de la que se conservan los pies se golpeó a conciencia, lo mismo que las dos piletas de yeso cuya quiebra debió costar lo suyo. Al final, lo cubrieron todo con una capa de arcilla, muy parecida a la que usó para tapar por aquellas mismas fechas otros edificios tartésicos cercanos que tuvieron el mismo final autoinfligido, como el santuario de Cancho Roano, en Zalamea de la Serena (Badajoz).

Ampliaciones sucesivas

Hasta hace muy poco, la tesis principal era que una inminente invasión de los pueblos celtas del norte les obligó a huir, pero cada vez gana más fuerza la idea de que fue algún tipo de evento climático, tal vez un tiempo prolongado de sequía o de inundación que impedía cultivar los campos, lo que les empujó a un éxodo precedido de una gran ofrenda a los dioses con la esperanza de que cambiara su suerte. La enorme cantidad de tiempo y mano de obra que debió hacer falta para la destrucción del palacio del Turuñuelo (hay pruebas, por ejemplo, de que sus autores se pararon a comer en el patio del sacrificio en mitad del proceso) debilita la tesis del ataque, y los estudios sobre la configuración histórica del entorno han revelado que en la zona se producían periodos de inundación cada 100 años.

Sobre la irregular estructura del edificio, Celestino y Rodríguez trabajan de momento con la idea de que pudo haber sucesivas ampliaciones, sin demasiado orden, a lo largo del tiempo. Para tener una idea más exacta de su uso y organización, habrá que esperar: hasta el momento se ha excavado, más o menos, el 35% del yacimiento. Lo mismo para saber por qué dejaron el cuerpo de Desiderio (lo han llamado así porque sus restos fueron hallados el día que se celebra ese santo) tumbado en una habitación en lugar de incinerarlo o llevarlo a la cercana necrópolis de Medellín.

Algunas respuestas empezarán a asomar en la próxima campaña de excavación, que será en septiembre. Pero también, casi con toda seguridad, sorpresas que abrirán nuevas incógnitas.


AMPLIACIÓN 18/04/2023: Los rostros humanos de las divinidades tartésicas.

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