En la falsa ínsula Barataria Sancho Panza logra su sueño y ejerce por fin de gobernador. Pero áquel pronto se trocará en frustración, puesto que la farsa a la que los sirvientes del duque y los vecinos de Alcalá de Ebro le someten, convertirá el gobierno de su ínsula en una pesadilla, sin poder comer por si lo envenenan, sin poder dormir por si los enemigos asaltan de noche la ínsula, sin poder estar un minuto tranquilo. De ahí la melancolía con la que se le representa en las ilustraciones de su período de gobernador, incluso en la escultura que le han erigido en Alcalá de Ebro, la hipotética ínsula Barataria del Quijote, como homenaje.
¿Cómo extrañarse, pues, de que, al cabo de algunos días, el pobre Sancho cogiera al rucio, “que estaba en la caballeriza”, y por el camino por el que había llegado tomara el de la libertad sin saber si el lugar que dejaba atrás “era ínsula, ciudad o villa”, según escribe Cervantes?