¡Qué error, qué inmenso error!

Por Antoni Puigverd (LA VANGUARDIA, 06/11/06):

Los que usufructúan el poder en el PSC han recibido un tremendo castigo electoral. Pero en lugar de analizar qué es lo que ha pasado, se agarran a ERC como a un clavo ardiendo. No se dan cuenta de que acaba de irrumpir en su espacio social un competidor con un potencial de crecimiento extraordinario. Ciutadans es una seria impugnación del cuadro de referencias catalán. Y mezcla elementos de todas las cosechas ideológicas. Himno de rock´n´roll para un líder desnudo que defiende el radicalismo liberal por internet y converge con ondas y páginas derechistas en las que el patriotismo constitucional se confunde con el revisionismo franquista.

El entorno intelectual de Ciutadans cultiva sin pudor el resentimiento de algunos castellanohablantes y alimenta con menos pudor todavía un nietszcheano desprecio hacia el resentimiento agonístico de algunos catalanohablantes. Reclama la libertad individual oponiéndola a la mitología romántica catalana, sin hacer ascos del mito no menos romántico de la unicidad española. Ciutadans es la gran novedad de las elecciones (junto con la abstención y el declive del PSC). No es una anécdota, sino una nueva categoría, que responde al sobrepeso del irredentismo catalán en la política y los medios. Ha sido instrumentalizado, asimismo, lo deseen o no sus votantes, para la guerra sin cuartel que enfrenta a grandes corporaciones económicas y mediáticas. Pronto lo veremos con más claridad: cada avance social de Ciutadans a costa del PSC implicará el avance de unos medios y el retroceso de otros.

La abstención estructural expresaba, hasta las últimas elecciones, la indiferencia no beligerante de un parte de la sociedad catalana. También desvelaba la impotencia de la nación catalana para convertirse en nervio articulador de toda la sociedad. Esa impotencia acentuó el radicalismo. El ascenso del soberanismo en CiU y el crecimiento de ERC son causantes directos de las arriesgadísimas aventuras del Estatut, con la contribución inercial de un PSC que lleva muchos años sin brújula. Los más ardorosos nacionalistas llegaron a creer que, tensando la cuerda, precipitarían el proceso nacionalizador. Pero tensar la cuerda (Estatut, Govern tripartito de izquierda nacional) ha servido para abrir la caja de Pandora. Aumento de la abstención, es decir: pérdida de soporte civil. Ciutadans, es decir: reacción alérgica interior. La abstención ha puesto de manifiesto asimismo que el PSC es un partido débil. Debía moderar el nacionalismo: ha sido arrastrado por él. Debía articular la Catalunya metropolitana: no lo ha conseguido. Se propuso inventar un instrumento nuevo, capaz de sintetizar las dos almas de Catalunya actual: nadie ha escuchado todavía su música. Su proyecto histórico de trenzar las dos almas del país no se ha cumplido. No es, sin embargo, el momento de lamentar la debilidad del PSC, sino de pedirle que sepa estar, al menos ahora, a la altura de las circunstancias. Que en lugar de dejarse arrastrar a nuevas e imprevisibles aventuras, intente recuperar la brújula. Lanzarse a los brazos de ERC es una insensata huida hacia la nada. Un gesto desesperado que puede ser suicida. En esta hora grave, el PSC debía entender que, más allá de las parcelas de poder, estaba la perentoria necesidad de sosegar el país.

Las elecciones obligaban a los dos partidos centrales a escoger entre lo malo y lo peor. Lo peor es la división civil catalana. Contra lo peor no existe más que una terapia: reforzar la moderación. Ciutadans necesita, para consolidarse y despegar, la contribución antagónica: la política lingüística y cultural de ERC. ¿Quiere Montilla, entregándose a ERC, regalar alegremente su espacio y dar vía libre a los conflictos de identidad que el nuevo populismo liberal y el viejo populismo independentista fomentarán al chocar? Codo con codo, CiU y PSC, distintos, pero moderados, podían haber contribuido a frenar el progreso de la antipatía en el corazón de la sociedad catalana. Reforzar el gran espacio central era la exigencia de este grave momento. No excitar más los ánimos. Reposar el país. Evitar su división. Mostrar cómo un radicalismo se alimenta de otro. La moderación responde al deseo de la mayor parte de los catalanes: inclusión, cordialidad, respeto mutuo. Ésta era la exigencia del momento. Exigencia que no tenía por qué ser incompatible con un pacto CiU-PSC sobre políticas sociales. Al fin y al cabo, CiU tiene una poderosa alma democristiana.

Dada la flaqueza electoral de José Montilla, el pacto tripartito girará en torno a un exultante eje independentista. Será una nueva fuente de desestabilización interna, puesto que los dos partidos centrales quedarán arrastrados de nuevo por la radicalidad. CiU sentirá a partir de ahora la tentación de disputar a ERC la carrera del irredentismo. Y el PSC dejará un enorme espacio vacío, que Ciutadans se aprestará a ocupar. Las izquierdas catalanas se unen anteponiendo necesidades orgánicas a las exigencias de la sociedad. Se unen en nombre de unos tópicos de izquierda francesa que incluso en Francia están en bancarrota. La unidad civil catalana está en peligro. Pero el PSC, inconsciente de su débil representatividad, incapaz de escuchar la reprimenda de una ciudadanía que acaba de castigarle en las elecciones, vuelve a apostar por el carnaval de siglas, por la solución más fácil y tópica, por el interés de parte. ¡Qué error, qué inmenso error!