«Malparits indignes»

Sue Ellen, ets un pendó!». Esta contundente afirmación, pronunciada a mediados de los años 80 por el infame J. R. Ewing en la voz del actor Arseni Corsellas, es probablemente la frase más emblemática de la traducción audiovisual oralizada (TAO) en lengua catalana. Pero hoy esta frase quizá no se habría dicho así si los que nos dedicamos a traducir y supervisar los guiones para el doblaje tuviésemos que hacer caso de la corriente de opinión que circula irresponsablemente entre buena parte del público catalán, en el sentido de que los doblajes en catalán no son creíbles porque no reflejan la lengua de la calle. Probablemente, si ahora nuestro J. R. quisiese ser creíble, debería decir «Sue Ellen, ets una puta!», ignorando todos los matices léxicos de la lengua original, de tramp a whore, pasando por bitch, turt o slut. Ni tan siquiera una delicada meuca, una barjaula bebida o una eufemística perduda: puta y basta, que es lo que dice la gente de la calle. En cambio, si esta TAO fuese en castellano, nuestro protagonista podría decir también, y sin ruborizarse, zorra, golfa, furcia, ramera... Todo un abanico de improperios anacrónicos consolidados por el uso después de 80 años de doblajes en esta lengua (la primera película doblada al castellano data de 1929, nada menos).

No hace mucho, el programa de TV-3 Oik mentns dedicó un capítulo a hablar de la lengua de los adolescentes. Una chica bien catalana se levantó y dijo, literalmente, que «el vocabulario que se utiliza en el doblaje en castellano es mucho más actual, más nuestro, y en cambio, en catalán es mucho más arcaico». La mayoría de los jóvenes presentes parecían estar de acuerdo con esta apreciación. Afortunadamente, el periodista Toni Soler, invitado al programa, contratacó con un argumento tan brillante como lúcido: cuando alguien lee un libro en castellano y no entiende una palabra, consulta el diccionario; cuando este mismo caso se da en catalán, el lector cierra el libro y reniega del escritor. La actitud, pues, no es la misma, y refleja la diglosia en la que vive instalada parte de nuestra sociedad: el castellano ya no es solo la lengua poderosa y de prestigio, también es la lengua guay, la lengua de los jóvenes y la fuente de su jerga. La involuntaria confesión de aquella chica catalana es tan terrible como sintomática: «El doblaje en castellano es más nuestro».

Pero ¿lo es realmente? En castellano, la artificiosidad también existe, pero nadie lo percibe. Se ha instalado en el inconsciente de los espectadores fruto del hábito de tantos años escuchando doblajes en esta lengua. Un diálogo como el siguiente, perfectamente normal en cualquier película doblada al castellano, ¿sería creíble, desde el punto de vista de la lengua coloquial?: «–Estuviste con ella, ¿no es así?/ –Tal vez./ –Deja de juguetear con el maldito reloj. Respóndeme./ –Ya conoces mis sentimientos./ –Esa zorra de nuevo.../ –La amo./ –¡Estoy harta de tus jodidas infidelidades!/ –No sabes cuánto lo lamento, querida./ –¡Vete al infierno, maldito bastardo!».

Hablando de bastardos malditos, no hace muchas semanas se estrenó la última película del director Quentin Tarantino, Inglourious basterds. Una buena traducción de este título sería Malnacidos indignos –o Malnecidos indicnos, si mantenemos la broma ortográfica del original. ¿Qué han hecho los autores de la versión en castellano? Pues traducirlo tranquilamente por Malditos bastardos, sin preocuparse en absoluto por el exceso de literalidad, amparándose en la fuerza que les dan sus ocho décadas de tradición. Todavía espero que se levante alguien reclamando una traducción más próxima a la lengua de la calle: ¡Putos cabrones!, por ejemplo.

Los traductores y supervisores de TAO en catalán somos conscientes de que tenemos que hacer un esfuerzo constante para adaptarnos a la evolución de la lengua. También sabemos que el catalán sufre un déficit por lo que respecta a la creación de nuevo argot, y que gran parte del que tenemos es tributario del castellano. Con frecuencia nos reprimimos a la hora de usar determinado léxico o determinadas expresiones por el temor a que los espectadores los consideren demasiado nostrats, en un peligroso ejercicio de autocensura. Hacemos auténticos equilibrios lingüísticos para intentar llegar al máximo de público posible, pero no podemos traspasar el límite que nos convertiría en traidores: traidores a la obra original, que a menudo está llena de matices que hay que trasladar a la traducción; traidores a la intrínseca –y a menudo menospreciada– función social del doblaje en catalán, que es la de fomentar el uso y el aprendizaje de nuestra lengua; y traidores, por último, a la propia lengua, rebajando tanto su nivel de genuinidad, en pro de una indefinida y perversa lengua de la calle, que nuestras traducciones acaben convirtiéndose en una vulgar representación del catañol. Una traición que nos convertiría no sé si en malnacidos, pero con toda seguridad en indignos de la lengua que nos legaron nuestros antepasados.

Una vez definida nuestra responsabilidad, podríamos hablar también de la de aquellos que tienen en sus manos legisladoras lograr convertir en un hábito lo que hoy es una rareza: ver cine en catalán. Pero, como diría la actriz Maife Gil en labios de la mítica Scarlett O'Hara: «Demà serà un altre dia».

David Arnau, lingüista de doblaje de TV-3.