«Yihad» y doble discurso

En el mundo occidental ya no hay creencias religiosas ni movimientos políticos de peso que legitimen el uso de la fuerza (fines defensivos aparte), sino más bien una inquisición y condena contra nuestra propia historia y nuestro derecho a subsistir como comunidades organizadas, con frecuencia tan desmesuradas que se exceden en la autoflagelación mientras, por omisión, se desliza la idea de que otras civilizaciones jamás rompieron un plato. Hace unas semanas, en esta misma página Hugh Thomas recordaba -algo muy necesario en la coyuntura que vivimos- la inmensa responsabilidad de los mismos africanos en la trata de esclavos. Es sólo un caso, pero hay otros que no le van a la zaga.

En los recurrentes simposios y congresos islámicos que se celebran en España en los últimos años, con mayor profusión que en ningún otro país occidental - ¿por qué será?- el lema estelar es siempre el mismo: la palabra paz. A medida que unos musulmanes -digo «unos musulmanes», no «el islam», que sólo es una abstracción- ejercen más violencia en más lugares del mundo, otros musulmanes se esmeran en reiterar sus deseos de paz -lo cual no es malo- y el carácter pacífico de su fe, extremo más discutible. Sea enmascaramiento táctico o mero contrapeso ingenuo (en las intenciones verdaderas no podemos entrar), el contraste entre la realidad visible, o la aprehendible del pasado, y la relamida exposición de discursos, no puede ser más chocante.

Me echo a temblar cada vez que oigo, o leo, desideratas como «hay que recuperar el espíritu de Córdoba y Toledo» (Bahig Huech, Valencia, 12-04-07, I Congreso Islámico Internacional) y sopeso, sin bromas, la necesidad de exiliarme -como infinidad de españoles- en un país civilizado, si tal bendición del cielo nos cayera encima y no perderemos el tiempo explicando de nuevo cuán alejada estaba aquella sociedad de los cuentecillos rosa que sobre ella circulan en los medios de comunicación; pero en la misma ocasión el Secretario General de la Feeri (Federación Española de Entidades Religiosas Islámicas) se descuelga asegurando: «Hay una gran confusión, pues siempre se relacionan islam y terrorismo, cuando son términos totalmente ajenos. El Libro Sagrado prohíbe matar a cualquier persona, sea de cualquier raza o religión. Prohibe matar a cualquier ser humano, porque es un gran pecado que no tiene perdón» (ABC, 13 - 04 - 07).

Como no es la primera vez que leo algo así, ni será la última, mi perplejidad es infinita. O más bien mi aburrimiento. ¿El periódico habrá transcrito mal sus declaraciones? ¿A qué Libro Sagrado se refiere? ¿Será, por ventura, el Corán? ¿Lo habrá leído? ¿Pensará, con nulo respeto para ellos, que a los españoles se les puede encasquetar cualquier cosa porque aquí da todo lo mismo? Descartadas la posibilidad primera (por ausencia de puntualización ni desmentido) y cuarta, por altamente improbable, no se me alcanza más alternativa que la última. Y dejemos las fintas retóricas: en la sola azora IIª del Corán, La vaca (y son 114) aparecen 39 alusiones violentas, de las cuales 9 se refieren a «combatir por Dios». Lo de combatir sin matar a nadie es un hallazgo exegético sin parangón en la historia de las religiones. Y un solo botón de muestra en medio de la botonería: «Matadles donde deis con ellos y expulsadles de donde os hayan expulsado» , Corán, 2 - 191 (Esta, por cierto, es la base argumental para recuperar al-Andalus). Ya no estamos ante la violencia o pacifismo del islam, sino ante un discurso repetido y fijo ajeno a la realidad, en paralelo al de Sami Naïr (ABC, 30 - 04 - 07) cuando afirma tan tranquilo que «el 98 por ciento de los musulmanes están integrados en Europa». Desconozco a qué llama integración o a qué musulmanes se refiere, pues no son ésos los que yo veo, como también ignoro a qué Libro Sagrado alude el mentado representante islámico, desde luego no al que yo conozco y está al alcance de cualquiera en las librerías y, a propósito: ¿cuántas Biblias se venden en las librerías de La Meca? No obstante, y dado que el Corán lo mismo vale para un roto que para un descosido, se puede aducir la alternancia de versículos de incitación al combate con otros que más bien entrarían en la llamada «guerra defensiva». Y ahí acuden los exégetas y escoliastas de ojo de buen cubero dilucidando a su antojo según les conviene mientras los hechos van por otro camino. Como sucede con el yihad.

Si no nos conformamos con las amplias exposiciones de Gilles Kepel o Gustavo de Arístegui y consultamos cualquier diccionario árabe serio, encontraremos que yihad significa «lucha», «lucha interna» (religiosa, social, moral), «lucha por Dios contra los infieles» y que se distingue entre Yihad Menor (la guerra religiosa) y Mayor (lucha espiritual entre las virtudes y los vicios), pero no nos dejemos engañar por los adjetivos porque son mera coartada terminológica -utilizada muy a posteriori, en la actualidad- de manera en la que jamás pensaron los tratadistas medievales ni modernos. Apoyándose en la autoridad de Ibn Taymiyya, al-Yahiz, Rashid Rida, Juynboll, Goldziher, Gaudefroy-Demonbynes, etc., E. Tyan describe bien el panorama en su artículo de Encyclopédie de l´Islam -que no es un manualito escolar sino una obra monumental redactada por infinidad de arabistas-, con el matiz añadido, e importante, de haberlo publicado hace más de treinta años, de suerte que no se trata de un texto ad hoc, inspirado por el malvado imperialismo para el momento actual, sino escrito cuando se carecía de conciencia alguna de enfrentamiento con el islam. Dice Tyan: «Etimológicamente, significa «esfuerzo tendente a conseguir un objetivo determinado», pero con gran diferencia, la palabra yihad designa el «esfuerzo menor» o lucha por la fe. En el plano jurídico, según la doctrina clásica general y la tradición histórica, el yihad consiste en la acción armada para lograr la expansión del islamismo o, eventualmente, su defensa. Se basa en el principio fundamental de la universalidad del islam, ya que como religión y en cuanto implique de poder temporal debe extenderse a todo el universo, si es necesario por la fuerza (...). Hoy en día, con carácter por completo apologético se sostiene la tesis de que el islam, para difundirse, sólo acude a la persuasión y a otros métodos pacíficos y que el yihad sólo está autorizado en defensa propia, desconociendo toda la doctrina anterior y la tradición histórica, así como los textos del mismo Corán y de la Sunna». Y en un plano más folclórico-popular, pero bien indicativo de hasta qué punto está asimilada la idea de lucha a la palabra yihad, no más recordaremos que en Egipto al Servicio Militar se denomina, entre otras formas, al-gihadiyya. Blanca y en botella.
Es comprensible que los musulmanes recién llegados a Europa -sabedores de lo bien que se vende por aquí la palabra «paz»- traten de eludir, o posponer, un asunto tan espinoso y que tan mal ambiente les puede crear, pero, con inmigrantes musulmanes o sin ellos, pese a sus lacras y fallos, la civilización occidental ha sido la única capaz de generar desde dentro su propia autocrítica y está por ver que la islámica haga otro tanto. No necesitamos resucitar imaginarios espíritus benéficos del pasado, sino cumplir y hacer cumplir a cuantos vienen a vivir entre nosotros nuestras normas legales y políticas, e invitarles a disfrutar de nuestras costumbres, sumándose a ellas sin reservas: se aburrirán menos y de verdad nos dejarán en paz. No pedimos mucho.

Serafín Fanjul, catedrático de la UAM.