¿A qué tienen miedo los ayatolás iraníes?

El régimen de Irán ha vuelto a desafiar a Naciones Unidas al seguir adelante con sus actividades de enriquecimiento de uranio, según anunció ayer la Agencia Internacional de Energía Atómica. Sin embargo, algunos altos cargos iraníes han enviado simultáneamente un mensaje muy diferente, un mensaje que en gran medida ha pasado inadvertido pero que merece que se le preste atención.

Después de una reunión con el jefe supremo, el ayatolá Alí Jamenei, su principal consejero en política exterior, Alí Akbar Velayati, declaró la semana pasada que suspender el enriquecimiento de uranio no representa para el régimen una condición inasumible. En otras palabras, posiblemente el clero iraní esté dispuesto a llegar a algún tipo de acuerdo sobre la suspensión. Otro miembro poderoso de los círculos de poder, Alí Akbar Hashemi Rafsanjani, ha dicho prácticamente lo mismo en un escenario diferente mientras que un cargo de tercer nivel ha reconocido que la República Islámica está considerando seriamente una propuesta del presidente de Rusia, Vladimir Putin, de suspender el enriquecimiento de uranio durante al menos el tiempo suficiente para abrir negociaciones en serio con Naciones Unidas.

Ha habido asimismo indicios de que los iraníes están dispuestos a aceptar un plan de compromiso presentado por Mohamed ElBaradei, director general de la Agencia Internacional de Energía Atómica. El plan pone como condición la suspensión de todas las actividades fundamentales de enriquecimiento de uranio, pero permite al régimen salvar la cara con el mantenimiento de un número limitado de centrifugadoras en funcionamiento.

Los ayatolás tienen también un enorme interés en limitar los daños en otro frente. Después de su reunión con Jamenei, Velayati anunció que el Holocausto es un hecho histórico y reprendió a quienes cuestionan que se haya producido en realidad. Alí Larijani, el principal negociador de los iraníes en la cuestión nuclear, también ha declarado que el Holocausto es un «asunto histórico» cuyo debate debe reservarse a los historiadores (y no a políticos ignorantes, según él mismo daba a entender). En resumen, entre la clase dirigente de Irán existe una voluntad renovada de evitar la retórica de la confrontación y negociar.

Hay tres maneras de analizar este giro. Los partidarios de la invasión de Irán por EEUU sostienen que el reforzamiento de la armada norteamericana en el golfo Pérsico a lo largo del mes pasado ha asustado al régimen iraní. Lo que la diplomacia no ha podido conseguir a lo largo de los años lo han logrado unos cuantos destructores en menos de un mes.

Quienes sostienen este punto de vista proponen más de lo mismo, con la esperanza de que o bien los ayatolás acepten su derrota ante la posibilidad de un ataque inminente o bien un incidente del tipo del ocurrido en el golfo de Tonkin en los años 60 lleve a un ataque en toda regla contra las instalaciones nucleares de Irán.

Un segundo grupo se muestra disconforme con esta concentración de fuerzas navales por considerarla una exhibición peligrosa de un potencial militar inexistente en el mejor de los casos y, en el peor, una forma de camuflar los planes ya decididos de atacar los emplazamientos nucleares de Irán. Ese ataque, opinan, proporcionaría al presidente Bush el gol que a toda costa necesita apuntarse en un momento en el que su política en Oriente Medio ha fracasado rotundamente. Según este sector, lo que ha hecho que cambie la actitud de los dirigentes iraníes ha sido exclusivamente la resolución de Naciones Unidas que amenaza con la imposición de sanciones económicas, así como la posibilidad de nuevas resoluciones y sanciones todavía más graves.

Ambos bandos tienen razón en parte y, sin embargo, se equivocan hasta extremos muy peligrosos. Hay una tercera manera de analizar los datos.

Históricamente, los mulás iraníes han hecho gala de una habilidad infalible para husmear el ambiente y, cuando han optado por ser pragmáticos, someterse al poder de sus enemigos si ese poder era creíble. De hecho, la presencia de los barcos norteamericanos ha contribuido a empujarles a negociar. Sin embargo, no menos evidente es el hecho de que la actitud de los clérigos empezó a cambiar a finales de diciembre, cuando el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobó al fin una resolución contra el régimen de Teherán.

La aprobación de esta resolución precipitó el abandono de la postura del presidente Mahmoud Ahmadinejad de confrontación con Occidente. Por otra parte, la caída del precio del petróleo, que ha repercutido en menores ingresos para el régimen, ha magnificado el impacto económico de la resolución. Los dirigentes más destacados de la República Islámica, desde el ayatolá Jamenei hasta Rafsanjani, han dejado bien claro que consideran las sanciones una amenaza de enorme gravedad, más grave, según Rafsanjani, que la posibilidad de una invasión.

En otras palabras, lo que el embargo norteamericano, unilateral y cada vez más quijotesco, no ha podido lograr en más de una década lo ha conseguido una resolución de Naciones Unidas, de alcance modesto, en menos de un mes.

Además, la resolución ha tenido éxito porque muy pocas cosas meten más miedo a los ayatolás que la perspectiva de enfrentarse a un frente unido integrado por la Unión Europea, Rusia, China y Estados Unidos. La resolución era una manifestación de la existencia de tal frente unido.

Si bien la combinación de una fuerza creíble, unos precios reducidos del petróleo y una resolución de Naciones Unidas ha servido para crear las condiciones más favorables hasta ahora para una solución negociada de la crisis nuclear, un ataque unilateral de los norteamericanos a Irán equivaldría con toda seguridad a un tiro por la culata. Haría pedazos la coalición internacional contra el aventurerismo nuclear de la República Islámica, permitiría que China, Rusia e incluso algunos países de Europa se alinearan legítimamente con los iraníes, repercutiría en una subida de los precios del petróleo y en un incremento de los ingresos del Gobierno iraní y, por último, contribuiría a reavivar el poder decreciente del sector más belicoso de Teherán.

Los convencidos de que lo único que funciona es la combinación de poderío auténtico y de presiones diplomáticas están preocupados, no sin razón, ante la posibilidad de que el Gobierno de Bush, frustrado por sus fracasos en Irak y espoleado por los partidarios de mano dura que pululan por Washington, haga en Irán lo mismo que ha hecho en Irak. Cuando se enfrentó a Sadam Husein y a la amenaza de sus armas de destrucción masiva, el presidente de EEUU insistió en que la acumulación de una gran flota naval en el Golfo Pérsico era necesaria para obligar a Sadam a someterse por miedo. Sin embargo, cuando culminó el despliegue de la flota, se utilizó para llevar a cabo una invasión de Irak planificada desde mucho tiempo atrás.

En la actualidad, muchos se temen que los planes de invasión de Irán estén ya redactados y que la armada esté desplegada allí para posibilitar o bien otra resolución del tipo de la del golfo de Tonkin o bien cualquier acto de provocación de los iraníes a las fuerzas de Estados Unidos, lo que serviría de excusa para atacar Irán.

Hoy son posibles tanto la guerra como la paz con Irán. Con prudencia, respaldada por el potencial militar pero guiada por el buen criterio de reconocer las nuevas señales que se emiten desde Teherán, Estados Unidos puede conseguir en estos momentos una solución para la crisis nuclear iraní. El Congreso, los ciudadanos norteamericanos siempre vigilantes y una política resuelta de los aliados europeos de Estados Unidos están en condiciones de garantizar que se le da una oportunidad a ese posible acuerdo.

Abbas Milani, director de Estudios Iraníes de la Universidad californiana de Stanford e investigador de número de la Hoover Institution.