¿Aún existe Occidente?

Por Mario Soares, ex presidente de Portugal (LA VANGUARDIA, 20/02/05):

Joschka Fischer, ministro de Asuntos Exteriores de Alemania -uno de los políticos más sagaces y singulares, que nos ha acostumbrado a pensar con su cabeza-, ha defendido recientemente, en la reunión de Munich, la idea de que era menester crear un "Occidente renovado", capaz de llegar a ser "la columna vertebral de un nuevo orden internacional". Tal propuesta no puede ser más oportuna, por cuanto las giras de Condoleezza Rice y de Donald Rumsfeld por Europa -a rebosar de sonrisas y en tono deliberadamente conciliador: "Lo que cuenta es el futuro"- para preparar la próxima visita del presidente Bush parecen dar a entender que Estados Unidos abriga la intención de reanudar el diálogo más intenso con Europa o, mejor dicho, con la Unión Europea entendida como un todo.

En una entrevista concedida por Condoleezza Rice a La Repubblica y a El País, la secretaria de Estado estadounidense emplea un tono intencionadamente moderado que contrasta notablemente con el empleado en el fragor de la guerra de Iraq cuando profirió la célebre frase cargada de perfidia: "Perdonar a Rusia, ignorar a Alemania, castigar a Francia". Y también con la expresión empleada por Donald Rumsfeld, con la intención manifiesta de dividir a la Unión Europea, cuando se refirió despreciativamente a la vieja Europa para distinguir la Europa de los amigos, reunidos en la famosa cumbre de las Azores.

Los tiempos han cambiado. Bush ha ganado triunfalmente las elecciones, apoyado en la cresta de la ola de los neocons estadounidenses y en el fanatismo religioso de los evangélicos. Ha dado comienzo a un nuevo mandato en el que los más fieles de sus colaboradores se han quedado y los más moderados, como Colin Powell, han salido. Todo parecía en consecuencia indicar que el segundo mandato de George W. Bush consistiría en "más de lo mismo". Y, sin embargo... la fuerza de las cosas posee, efectivamente, mucha fuerza. Y, como señala Condoleezza Rice en la misma entrevista, "el presidente Bush no ha cambiado; la que está cambiando es la situación general". De ahí el nuevo tono conciliador.

Es importante, asimismo, comprender en qué sentido han cambiado las cosas. El enorme antiamericanismo provocado por las actitudes de Bush empieza, con el paso del tiempo, a incomodar notablemente a los estadounidenses más lúcidos. La situación económica de Estados Unidos se ha agravado seriamente; el incremento de un déficit descomunal y del desempleo, en unión de un ritmo más flojo del famoso desarrollo económico estadounidense, son factores preocupantes. En consecuencia, la crisis económica estadounidense puede convertirse -como sugiere Newsweek en el artículo titulado ¿Fin del boom?-en una crisis mundial, a semejanza de la burbuja creciente del capitalismo financiero-especulativo.

En el plano internacional, la cuestión de Iraq -lejos de menguar- parece complicarse con las escisiones político-religiosas que se anuncian. Los soldados estadounidenses expresan, de modo creciente, el comprensible deseo de volver a casa, cosa que piden también -insistentemente- los propios chiíes vencedores en las elecciones. Sin embargo, ¿cómo hallar una salida de esta naturaleza habida cuenta de una situación cada vez más compleja y violenta?

Hay que recordar, asimismo, el factor de Irán, que mueve las piezas de su propio ajedrez, con extrema prudencia y habilidad, pero sin ceder un milímetro ante las exigencias de Estados Unidos así como la arrogancia de Corea del Norte y también el factor de Siria, que ha vuelto a convertirse en un país problema y de alto riesgo con el asesinato aún no aclarado del ex primer ministro de Líbano, Rafiq El Hariri, que amenaza con alterar y complicar especialmente el precario equilibrio de fuerzas en la región. Cuando -un tanto inesperadamente- el conflicto palestino-israelí parecía volver con ciertas posibilidades a la senda de una paz viable. Sin embargo, la lucha contra el terrorismo, objetivo esencial de la Administración Bush, sigue sin mostrar signos de mitigación o aplacamiento alguno. Al contrario.

En este contexto, tan enmarañado -sin olvidar los nuevos desafíos económicos de China y las complicaciones que se anuncian desde Rusia- Bush se apresta a efectuar su importante gira europea con el propósito ya anunciado de dar nuevo impulso a la cohesión y armonía de Occidente. Sin embargo, ¿cabe concebir que Occidente -entendido como comunidad de valores y objetivos entre ambas orillas del Atlántico- exista todavía? ¿Cuando presenciamos el trato inhumano deparado -por norma- a los prisioneros de Guantánamo y de Abu Ghraib, cuando no se alcanza el consenso relativo a la defensa e importancia decisiva del multilateralismo de las Naciones Unidas, cuando no funciona una estrategia para acabar con esta situación sórdida de hambre que sigue agravándose en amplias regiones del planeta? ¿Cuando ni siquiera es posible instaurar un mínimo acuerdo sobre Kioto para salvar la Tierra, nuestra casa común?

Joschka Fischer y Gerhard Schröder están en lo cierto cuando proponen una estrategia para Occidente, capaz de estructurar un nuevo orden institucional promisorio de paz y desarrollo sostenido del planeta. Para ello es menester que los responsables políticos -de ambos lados del Atlántico- muestren la valentía de dialogar recíprocamente en el lenguaje de la verdad, y de alcanzar un entendimiento sobre una estrategia común capaz de convencerles de que renuncien a sus intereses nacionales egoístas y mezquinos para anteponer las auténticas aspiraciones de la humanidad en este principio del tercer milenio. Y ahora es cuando hay que preguntar: ¿dónde están los estadistas poseedores de esta valentía y lucidez? La verdad es que, en ambas orillas del Atlántico, andamos faltos de políticos de la estatura de Roosevelt o Churchill, para mencionar únicamente a los vencedores de la Segunda Guerra Mundial...