¿Como en Madrid?

Carlos Herrera, periodista (ABC, 08/07/05)

Como en Madrid, mochilas. Como en Madrid, transporte público. Como en Madrid, terrorismo indiscriminado. Como en Madrid, matando a quien no conocen matan un poco a todos. No quieren asesinar a unos apellidos concretos: como en Madrid, quieren asesinar a una civilización, a una forma de vivir, a una manera de creer y sentir. Y, como en Madrid, quieren dividir a la sociedad entre los cómplices que prefieren ignorar la embestida y culparse a sí mismos y los resistentes ciudadanos fieles a su modo de vida, a su política común, a sus convicciones sociales. En España, no obstante, los mismos que cargaron de muerte las mochilas, obtuvieron el regalo preciado de la división; en Gran Bretaña, a estas horas, aún no han conseguido que se movilicen en las calles miles de ciudadanos culpando al Gobierno de haber creado las condiciones básicas para que atenten contra inocentes. Es la diferencia.

Y hay alguna más: el líder de la oposición se ha puesto a las órdenes del Gobierno -al que apoyó en la toma de las duras medidas de movilización militar que desembocaron en la guerra de Irak- y no ha sentido la necesidad inmediata de expandir la reclamación de un gobierno que no mienta. No lo ha hecho por convicción y porque el Gobierno británico está ofreciendo la información con cuentagotas: el conteo de muertos llega ya a los treinta y siete, aunque las cifras son cambiantes, y el de heridos críticos a cuarenta y cinco. Es todo lo que sabemos. Tenemos la certeza imprecisa, eso sí, de que la autoría corresponde a los mismos que en Madrid quisieron cambiar el rumbo de la historia y, en la medida de lo posible, el resultado de las elecciones generales.

Como en Madrid, el primer ministro ha asegurado que los asesinos no conseguirán cambiar una manera de vivir que detestan, que odian, que quieren hacer desaparecer. A diferencia de Madrid, en cambio, ninguna voz ha surgido del bosque ensangrentado para decir que no hay que culpar a una creencia que basa su ejecutoria en castigar con la muerte a los infieles. Cuando los mismos que matan en Madrid y Londres mataron en Nueva York, hubo de escucharse la pastosa voz de los cómplices miserables diciendo que «los americanos se lo tienen merecido» y que «hay mayor número de víctimas en los campos desolados por el imperialismo». Hoy, cuando comprueban que aquellos asesinatos no son flor de una sola fiebre, es aún la hora de que abandonen esa postura intermedia, pretendidamente equilibrada, equidistante, la que prefiere culpar al supuesto instigador antes que al ejecutor. No descarten que la vuelvan a expresar antes de que los cuerpos tengan un abrazo de tierra en la cintura. Sin embargo, es difícil que esas voces que vayan a culpar antes a Tony Blair que a Ben Laden surjan del mismo Reino Unido. Aquél, que es un país por lo general admirable, que es una nación con sentido histórico y con rotunda unidad ante las adversidades, no será el lugar en el que los ciudadanos vayan a llamar «asesino» a los parlamentarios o a los ministros. La culpa, exclusivamente, será de los que hayan puesto las bombas, de los que hayan inspirado a los que hayan puesto las bombas y de los que hayan amparado, financiado o justificado a los que hayan puesto las bombas. Y si mañana se convocaran elecciones generales, la candidatura de Blair sería de nuevo la más votada tal y como ocurrió unos meses atrás.

¿Como en Madrid?: puede ser, pero con sutiles diferencias. Ningún líder político español ha salido todavía a decir que eso es culpa de la decisión de haber ido a la guerra. Y digo español porque es el que previsiblemente lo dirá. Británico ninguno. Ni ningún familiar de víctima está todavía tintando sus manos de rojo para ir a mostrarlas a la puerta de Downing Street. Sutiles diferencias.