¿De qué van las elecciones norteamericanas?

La autenticidad en la política democrática contemporánea significa el debate sobre las alternativas por parte de una población informada, y la igualdad de acceso de los rivales políticos a los medios de comunicación y persuasión.

O sea, que si las clases dirigentes estadounidenses tuvieran un mínimo sentido autocrítico, dejarían de dar al mundo las lecciones que con tanta libertad reparten. En una serie de aspectos, numerosos aunque a veces sutiles, Estados Unidos está muy lejos de ser una auténtica democracia, si bien es cierto que parte del país está buscando de manera confusa la manera de ponerle remedio. ¿Qué nos enseña la campaña electoral actual sobre esa búsqueda de la autenticidad democrática?

En una cultura capitalista, la propia política es un negocio. Asesores, organizadores, publicistas... todos explotan la esfera pública en menoscabo de su carácter común. La senadora Clinton utiliza a Mark Penn como asesor político. Penn dirige una empresa especializada en grupos de presión, a la que sus clientes pagan millones, a veces obtenidos de manera sórdida. Penn es una máquina de hacer clichés, que tiene el aire de satisfacción propio de una élite a la que no le preocupan nuestras crecientes desigualdades económicas y sociales mientras le permitan aumentar sus ingresos. El hecho de que la senadora Clinton haya acudido a él ha reforzado las dudas entre los demócratas sobre sus convicciones.

El Partido Demócrata representaba en otros tiempos a la socialdemocracia estadounidense. Los debates suscitados por las iglesias, los grupos de interés y los sindicatos partidarios de políticas redistributivas respecto a asuntos como la desigualdad de acceso a la educación, la sanidad y la seguridad económica, son la prueba de que esa tradición socialdemócrata sigue existiendo. Ahora bien, ¿tiene la sociedad una memoria suficiente y coherente que le permita soportar la propagación constante de la ideología de mercado? Cuando daba clase, les pedía a mis alumnos que me escribieran la historia de sus familias; y muchos decían que sólo gracias a sus abuelos se habían enterado de todo lo que hizo el New Deal de Roosevelt.

El absoluto conformismo político de los medios de comunicación de Estados Unidos es, con honrosas excepciones, destructivo. Se presta una atención obsesiva a nimiedades, se ignora el escenario histórico de la campaña electoral, se pinta el mundo político como si fuera nuevo cada semana. Los periodistas, en general, no se enfrentan a las connotaciones ideológicas de sus teorías (o, mejor dicho, de las de sus jefes). Ignoran las dudas de la población e insisten en que es irrevocable el consenso sobre el actual modelo de capitalismo. Sin embargo, un grupo de estudios tan serio como el Pew Center descubrió, en primavera, que hay una considerable mayoría nacional partidaria de la intervención del gobierno para restaurar la igualdad económica. El estudio mostraba asimismo grandes dudas sobre la guerra permanente para obtener la hegemonía mundial, una posición que muchos miembros de la clase política consideran un dogma nacional sagrado.

¿Puede una minoría activa dinamizar la oposición latente de la mayoría pasiva? Internet ha producido resultados ambiguos. Ha sido tan útil para los fanáticos de la derecha como para los críticos de la izquierda. En ocasiones, ha facilitado la movilización en los barrios y la recaudación de numerosas cantidades pequeñas de dinero para determinados candidatos y determinadas causas. Ha sido más fácil activar opiniones y alianzas que ya existían que construir otras nuevas. La ausencia de un gran partido político nacional de afiliación general, de grandes sindicatos y de movimientos sociales de masas, favorece la discontinuidad y la fragmentación en la política. Hay pocos indicios de que las elecciones de 2008 vayan a suponer un aumento notable de la participación respecto a la media reciente, situada en torno al 50%.

La invención de la conciencia sigue adelante. Las patologías sexuales de una parte de la cristiandad norteamericana y las ilusiones de "individualismo" se unen para convertir los "valores" en tema electoral. No las opiniones económicas, socialese internacionales del candidato, sino si es la persona adecuada para los intereses espirituales del tercio premoderno del país; y muchos otros, pese a la situación de la economía, temen el estigma de la "dependencia" y, por consiguiente, se alinean con sus antagonistas económicos.

A ello hay que añadir el culto a la personalidad. Los medios de comunicación suelen burlarse de los candidatos más inteligentes (Jimmy Carter y posteriormente Al Gore y John Kerry) y dicen que son personas con las que la gente no simpatizaría en un bar. Y a ello añade el cotilleo y el voyeurismo, cayendo en el nivel más bajo de nuestra cultura común.

Mientras tanto, la guerra de Irak ha desaparecido en gran medida del debate, debido al fraude del "refuerzo"; en realidad, las victorias militares se han logrado pagando a los baazistas y a los jefes tribales suníes. Pero la gente tiene bastante con sus propios problemas cotidianos y no se deja llevar por fantasías de grandiosidad imperial ni por la indignación moral ante los crímenes del imperio. En realidad, el imperialismo estadounidense, se llame como se llame, es algo que se acepta, con resignación o con escepticismo, pero se acepta.

Aun así, los candidatos que más apoyo obtienen hoy son los que prometen el "cambio". Eso explica el éxito de Obama cuando afirma que Clinton es demasiado washingtoniana (dice que está haciendo una campaña de libro de texto, pero que necesitamos un nuevo libro). El simpático gobernador Huckabee de Arkansas parece un personaje de una película satírica sobre la política estadounidense, pero este pastor baptista asusta a sus oponentes, que disponen de mucho más dinero, cuando les califica de figuras rutinarias. Ningún republicano se declara heredero de Bush, claro está; todos evitan mencionar su nombre.

Los votantes en Iowa el 3 de enero y en New Hampshire cinco días después son unos pequeños segmentos del electorado total en dos Estados pequeños y nada representativos. El resto del país no está dedicando todavía mucha atención ni energía a la campaña. Lo único que puede decirse es que algunos ciudadanos de Iowa y New Hampshire, cuando exigen a los candidatos respuestas a preguntas muy serias, están demostrando tener más responsabilidad que nuestra cínica clase política, sorprendida al ver a unos ciudadanos que tienen sus propias ideas y están buscando unos candidatos auténticos. No está claro que nuestro sistema político sea capaz de ofrecérselos.

Norman Birnbaum, catedrático emérito en la Facultad de Derecho de la Universidad de Georgetown. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.