¿Dónde está Antonio Maura?

Antonio Maura Montaner, mallorquín de Ciutat, fue el menor de los hijos de una familia de pequeños comerciantes entreverados de artistas. Con afición por las ciencias y aspiraciones a ocupar una cátedra en el instituto de su ciudad, optó --una vez en Madrid-- por seguir la entonces breve carrera de Derecho --solo tres cursos--, que se adaptaba mejor a sus limitados recursos.

Los comienzos, con pocos medios y escaso dominio del castellano, fueron difíciles, pero pronto tuvo la suerte de entrar en contacto con dos compañeros que le introdujeron en la órbita del hermano mayor de éstos, el abogado y político Germán Gamazo, a cuyo lado aprendió Maura el oficio de letrado y se inició en la política; y, en lo personal, culminó su vinculación con la familia Gamazo casándose con Constancia, hermana de sus amigos.

Detrás de esta breve referencia late el esfuerzo de un tipo solitario que se abrió paso gracias a su talento y a su voluntad de autodidacta. Porque eso fue Maura: un hombre hecho a sí mismo. Tan poco aprecio tenía por la universidad que, años después, aconsejó a su hijo Gabriel que estudiase como alumno libre, para no perder el tiempo en clase; y, en lo referente a su dominio del castellano, lo logró gracias a la constante lectura de los clásicos, lo que provocó un ácido comentario de Ortega y Gasset, que tildó su prosa de churrigueresca.
En todo caso, pronto triunfó como abogado, hasta el punto de que, a los pocos años, uno de las mejores juristas del momento --Eugenio Montero Ríos-- dijo que Maura era "el abogado que le daba más cuidado en la banqueta de enfrente".

De pareja opinión era Pérez Galdós, pues gracias a la hábil defensa de Maura recuperó la plena propiedad de sus obras, cuya titularidad había aportado a una sociedad. Importa destacar, por tanto, que Maura solo accedió a la política --como diputado por Palma, en 1881-- cuando ya había consolidado su bufete como uno de los mejores de Madrid. De ello se deriva una consecuencia capital: la política no fue para Maura su medio de vida. Su oficio era otro. Esto le dotó de una independencia grande: Maura podía navegar contra corriente. Y así lo hizo en su primer desempeño ministerial, en la cartera de Ultramar --1892 a 1894--, saliendo al paso de las aspiraciones separatistas con un valiente proyecto de ley que concedía a Cuba una amplia autonomía, y que fue objeto de la cerrada oposición de los patriotas de siempre, que se servían --entonces como ahora-- de la unidad de España como coartada para defender intereses de otro tipo. Las "alarmas patrióticas" --en palabras de su hijo Gabriel-- prevalecieron, y Maura dimitió sabiendo que con la política que todo lo fiaba al esfuerzo militar --"hasta la última gota de sangre y la última peseta"-- se iba al desastre, como sucedió cuatro años más tarde. Que la única salida era la defendida por Maura lo confirmó, años después, el general independentista Máximo Gómez, al decir que, si las reformas de Maura hubiesen llegado a tiempo, la revolución no habría sido posible. No resulta extraño que, al morir Maura --en 1925--, el Parlamento cubano le rindiese homenaje.

La cumbre de su acción política la alcanzó Maura --ya en el Partido Conservador-- en 1907, al presidir el Gobierno largo, el de más dilatada vida --dentro de la normalidad constitucional-- del reinado de Alfonso XIII. Entonces desplegó su gran capacidad gobernando "con luz y taquígrafos", así como con estricta observancia de los principios parlamentarios. Dejando al margen las leyes aprobadas --electoral, huelgas, escuadra, Instituto Nacional de Previsión, etcétera--, su empeño regeneracionista se plasmó --quizá ingenuamente-- en el proyecto de ley de reforma de la Administración local, cuya mayor novedad era la aparición de las mancomunidades, lo que denotaba la influencia del problema catalán. Tanta era esta que, cuando --en 1908-- Maura visitó Barcelona, al ser objeto de alguna ovación entusiástica, Osorio y Gallardo --que le acompañaba como gobernador civil-- le oyó decir emocionado: "Esto es Cuba", queriendo indicar --como escribe Tusell-- que "así como en la crisis colonial se había visto vilipendiado por su programa reformista, ahora se compenetraban con él quienes amaban la autonomía y veían en ella un modo de evitar los enfrentamientos políticos en beneficio de nadie".

Es verdad que, al lado de sus aciertos, Maura cometió errores graves, comenzando por la rigidez con que afrontó las consecuencias de la Semana Trágica, que puso fin a su carrera política normal, pues, a partir de ese momento fue --como dijo Ortega-- "un pronunciado de levita". Pero, más allá de sus defectos --y pese a que el mismo Ortega dijese que "Maura es un hombre que lleva tras de sí una realidad (...), pero esta realidad es (...) esa parte inculta, apegada a las palabras más viejas, a las emociones más externas, a todo ese trozo de la raza que yo llamaría el trozo histérico de España"--, lo cierto es que Maura quiso convertir en real una España oficial nada auténtica, planteando de forma abrupta la necesidad de un cambio que fuese esencial y no epidérmico. Y la gente, comenzando por el Rey y los demás políticos, no tuvieron más remedio que admitir la sinceridad de su empeño, por lo que no dudaron en acudir a él para que presidiese el Gobierno en dos momentos de emergencia nacional: en 1918 (cuando, según Araquistain, fue el personaje decisivo para evitar la dictadura) y en 1921 (tras el desastre de Anual).
He trazado esta silueta para preguntarme si hay hoy políticos de este perfil: independientes, con una idea de futuro integradora y coraje para llevarla a cabo... o marcharse de no ser posible. ¿Ustedes qué piensan?

Juan-José López Burniol, notario.