¿Dónde está el nuevo Gorbachov?

A los veinte años de salir de la Casa Blanca, el fallecido Ronald Reagan sigue siendo el republicano más popular en Estados Unidos. Los candidatos presidenciables republicanos no dejan de alabarlo en sus campañas electorales, mientras se distancian del desprestigiado George W. Bush. Pero Bush se parece mucho a Reagan en un aspecto crucial que vale la pena recordar ahora que los diplomáticos se preparan para acudir a Bali, donde negociarán la siguiente fase del protocolo de Kioto sobre el cambio climático.

Tanto Reagan como Bush han sido presidentes en un momento en que la propia supervivencia de la civilización ha estado en peligro. En el caso de Reagan, la amenaza procedió de la carrera de armas nucleares; en el caso de Bush, del cambio climático. Ambos respondieron de un modo similar, adoptando una política agresiva que anteponía los intereses estadounidenses y que acentuó el peligro en lugar de disminuirlo.

Bush es responsable de un incesante incremento de las emisiones estadounidenses de los gases de efecto invernadero causantes del calentamiento global. Ha despreciado las sugerencias para aceptar reducciones obligatorias de dichas emisiones. Ha defendido su posición afirmando, de modo inexacto, que la reducción del 5% exigida por Kioto "arruinaría la economía (estadounidense)". ¿Por qué, sostiene además Bush, debe EE. UU. reducir sus emisiones si China no lo hace?

Lo mismo ocurrió con Reagan: desde 1981 fue responsable de un incesante incremento del arsenal nuclear, despreciando las voces internacionales y nacionales que lo instaban a frenar o invertir la carrera armamentística. Defendió su incremento sosteniendo, de modo inexacto, que EE. UU. se había rezagado respecto a la URSS y que los misiles disparados por error desde submarinos podían ser detenidos en pleno vuelo.

Pero Reagan se encontró de repente con un rival inesperado. En 1985, por un milagro de la historia, apareció como nuevo dirigente soviético un reformador radical llamado Mijail Gorbachov. Este decidió abandonar el patrón de destrucción mutua asegurada que había marcado el enfrentamiento entre las superpotencias durante la guerra fría. Prohibió de forma unilateral en tres ocasiones las pruebas nucleares soviéticas y prolongó dicha prohibición 18 meses, pese al rechazo estadounidense a adoptar una medida similar. Dada la imposibilidad de desplegar las armas nucleares que no habían sido probadas, el resultado fue detener por parte soviética la carrera armamentística. Reagan tuvo el mérito de aceptar unirse a las iniciativas de Gorbachov, lo cual condujo a los acuerdos de reducción de armas firmados por el primer presidente Bush.

Lo que el mundo necesita es otro Gorbachov, alguien capaz de lograr un efecto mágico similar sobre el cambio climático. Las superpotencias del cambio climático son hoy EE. UU. y China. Cada una emite tantos gases invernadero que detentan en la práctica un poder de veto sobre los progresos hechos por el resto del planeta frente el calentamiento global; aunque los demás países reduzcan sus emisiones, el total mundial no disminuirá de modo suficiente sin la cooperación de las dos superpotencias climáticas.

EE. UU. y China llevan años atascados en la misma danza de destrucción mutua asegurada. Bush (como Bill Clinton antes que él) afirma que EE. UU. no debe reducir las emisiones si no lo hace China. Esta responde que por qué habría de aceptar una reducción unilateral si sus emisiones per cápita sólo son el 10% de las estadounidenses.

El mundo necesita con urgencia escapar de este callejón sin salida, y la reunión de Bali podría ser una excelente ocasión para ello. ¿Es posible que exista en el seno del PCCh un Gorbachov que se dé cuenta de que un enfoque diferente redundaría en beneficio del interés de su país, al margen de lo que haga EE. UU.? La subida de las temperaturas, la extensión de las sequías y la magnitud de las tormentas ya están perjudicando a China, y sólo cabe prever un empeoramiento. Reducir las emisiones no supone un sacrificio del crecimiento económico chino. Según estudios oficiales, el país podría usar un 50% menos de energía instalando las tecnologías disponibles de aprovechamiento energético: mayor aislamiento, iluminación inteligente, mejores motores.

Por desgracia, no hay indicios de que los dirigentes chinos estén hoy preparados para cambiar de rumbo y colocar a EE. UU. ante el reto de unirse a ellos en la reducción de emisiones. El presidente Hu Jintao abogó por reformas medioambientales en un discurso en octubre, pero los asesores de prensa han dicho que la política climática internacional seguiría inalterada. Como ocurrió en la URSS hace veinte años, es posible que pueda aparecer en China una nueva forma de pensar, pero sólo tras un cambio de la actual dirección política. Pero en menos de un año, EE. UU. elige un nuevo presidente. Si el país designa a la persona correcta, esta podría invertir la política de Bush, prometer una importante reducción de las emisiones y colocar a China ante el reto de hacer lo mismo. En ese caso, el Gorbachov del cambio climático resultaría ser - quién lo habría dicho- un estadounidense. Sólo caben conjeturas acerca de lo que habría pensado Ronald Reagan al respecto.

Mark Hersgaard, periodista independiente. Su próximo libro: Vivir dentro de la tormenta. Nuestro futuro bajo el calentamiento global.