¿Dónde está George Clooney?

Por Inocencio F. Arias, diplomático y autor de Confesiones de un diplomático: del 11-S al 11-M (EL MUNDO, 24/10/06):

Lo que aquí nos hace falta es un George Clooney. Un guaperas, además excelente actor, un productor inquieto, comprometido socialmente. Hace días, el valiente sex symbol se plantó en el Consejo de Seguridad de la ONU y le cantó las cuarenta. Abordó el drama de Darfur en Sudán, donde la gente muere a raudales, y dijo, más o menos, a los miembros del Consejo: sigan hablando y hablando de esto y aquello pero, como no intervengan pronto en Sudán, pueden archivar la ONU. Habrá pasado a la Historia como figura decorativa.

Clooney no hace frases rimbombantes. Es la verdad. Desde hace años, una tragedia de gran magnitud se ceba sobre Darfur. Milicianos armados perpetran, según bastantes observadores con el beneplácito del Gobierno, una limpieza étnica de pavorosas consecuencias. Las cifras deberían impresionar: 300.000 personas han perdido la vida a manos de los milicianos o a consecuencia de la huida y el hacinamiento en campamentos; más de dos millones, aterrorizadas, han abandonado sus hogares y ocupan campamentos miserables; innumerables mujeres violadas... Una fuerza pacificadora africana ha llegado tarde y es insuficiente para detener las atrocidades. Se acusa al Gobierno de Sudán de robar el combustible de los aviones de los pacificadores. Como dice amargamente Jan Pronk, enviado de la ONU: «Hay gente allí que se ríe» de lo que hacemos. Un caso bastante claro de genocidio que, por desgracia para las víctimas, surge en un momento «inoportuno».

¿Por qué? El Consejo de Seguridad aprobó, después de largos remoloneos de varios países, una resolución que prevé el envío de un contingente numeroso de la ONU para proteger a la población. Como ocurre a veces en la ONU, no hay prisa para implementarla. Por varias razones. Al Bashir, presidente de Sudán, tuvo hace un mes en la ONU el tupé de afirmar que todo era una historia inventada por ONG codiciosas y por los sionistas. Con el desprestigio en el mundo de la intervención de Estados Unidos en Irak y dado que Washington, por presión de su opinión pública, está interesado en parar lo que ocurre en Sudán, Al Bashir pudo quedarse tan pancho con su afirmación. Para muchos, lo que desea Estados Unidos produce una inmediata desconfianza, aunque sea algo tan meritorio como frenar una masacre.

Después de las autoridades sudanesas, tampoco escapan muy bien algunos países árabes. Sus gobiernos en el Consejo de Seguridad han optado por la dilación o los paños calientes y la opinión pública de muchos de ellos tiene un componente selectivo enormemente curioso, rasgamiento de vestiduras con la intervención en Irak, cólera -más lógica- con las bajas árabes en el Líbano, pero... indiferencia o pasividad hacia lo que ocurre en Sudán.

Luego tenemos el papel escasamente airoso de China, poco partidaria de que se sancione a Sudán o se intervenga (Rusia mira a otra parte, no quiere precedentes de intervención pensando en Chechenia). Las reticencias chinas tienen olor y sabor crematístico: explota y compra, según George Packer en The New Yorker, el 40% del petróleo de Sudán.

A este cóctel de intereses extraños y pasotismo se une otra circunstancia: Estados Unidos está demasiado enfangado en Irak para cualquier veleidad intervencionista y, más lamentablemente, los países de la OTAN están concentrados en Afganistán.

Aunque varios gobiernos nórdicos se agitan inquietos, no hay muchos ánimos para abrir otro frente. Lo que decíamos, los desgraciados de Darfur han escogido ser liquidados en un momento inoportuno.

Esto nos lleva a la singular actitud de la opinión pública europea (y española) que podría movilizar a sus gobiernos para que la situación no se prolongue. El contraste con alarmantes situaciones cercanas es pasmoso y desafía cualquier interpretación racional. Muy resumidamente podríamos llegar a la siguiente conclusión, que podía desmenuzar con tino Freud: cualquier acto violento que pueda ser imputado a Estados Unidos produce una reacción inmediata, rabiosa y ruidosa de la calle europea. Otro de proporciones 10 veces superiores en que no se vea la mano aviesa del Tío Sam provoca escasa o nula reacción. Parece que para nuestra conciencia europea los muertos causados por las intervenciones estadounidenses son más muertos que aquéllos a los que Washington es ajeno. En otras palabras, los que mata Estados Unidos son más mis semejantes, más seres humanos. Los que no les son achacables serán producto de un hecho lamentable, pero me afectan menos, el mundo es injusto...

En algún momento he comentado que resultaba paradójico que Gran Bretaña, hace años, en su autoproclamado papel de matrona de la democracia, atesorase la voluntad de determinación de 40.000 gibraltareños e ignorase imperialmente la de varios millones de Hong Kong que fueron entregados a China.

Los llanitos, parece, eran mucho más dignos de democracia que los chinos. Clasismo similar respira el europeo o el celtibérico medio ante las víctimas de conflictos. Sólo basta que Washington esté por medio para que funcione la selectividad. El síndrome tiene raíces políticas antiguas. En los 60, 70 y 80, la mención repetida de Estados Unidos e imperialismo despertaba en muchos progres de bien el deseo de echarse a la calle tirando de pancarta. Casar a la URSS con el imperialismo tenía menos fans, menos mono de manifestación. Ahora la combinación que subleva es Estados Unidos y petróleo. Es cierto que, a veces, puede oler regular, pero lo sorprendente es que parecida mezcla no produzca el menor olor, ni en gobiernos ni en opinion pública, si se trata de China y petróleo o de cualquier otra potencia y petróleo. En un caso es apestosa y abyecta, en el otro inodora e inocua.

Los precedentes inmediatos son reveladores. Empecemos con Ruanda. Estados Unidos no está exento de responsabilidad, Clinton se excusaría posteriormente, pero tanta o más tenía la Francia de Mitterand y la ONU, con la comunidad internacional, que se inhibieron. Vean Hotel Ruanda. Resultado: 800.000 seres rematados en 100 días. Infima agitación en Europa, era difícil acusar con el dedo sólo a los yanquis.

Llega Kosovo, aquí se protestó, la limpieza era en nuestras puertas, pero Estados Unidos no se fue de chinitas. Criticado por tardar en intervenir y luego, cuando lo hizo sacándonos las castañas del fuego -Europa, cuitadiña, no tenía los medios- también por haber bombardeado.

Irak es conocido: responsable absoluto, Washington. Nuestra sacrosanta indignación brota espontáneamente, sin tapujos; Europa se desmelena y se echa a la calle, colérica, masivamente.

Darfur: problemático acusar a Estados Unidos. El sospechoso no es el habitual, son otros. Cero manifestaciones. Indiferencia generalizada aunque el conflicto se arrastre años -hay menos televisión que en Kosovo, pero ha sido abundantemente denunciado por Intermón, Amnistía, la ONU...- y los muertos crezcan y crezcan.

¿Que farsa es ésta?¿Dónde termina la ignorancia y dónde irrumpe el pasotismo y la hipocresía?

No minimizo la gravedad de la muerte de miles de personas en Irak, producida en un 85% por luchas sectarias entre los iraquíes, aunque arrancando en la intervención estadounidense que apoyé por mi cargo. No era fácilmente previsible el alcance del drama que seguiría, pero me duele. Con todo, considero que el ruandés abatido a machetazos por el mero hecho de ser tutsi o el sudanés baleado por los milicianos tiene el mismo valor humano que el tendero de Bagdad muerto por una bomba americana o no. Y debe despertar similar pesar o protesta.

Tampoco me extrañó que, cuando Irak, muchos españoles se lanzaran a la calle en España o que los manifestantes en el Festival de Cannes en 2004 protestaran por ese conflicto o que aflorara en los Goya de 2003. Aunque, pensé yo, el hecho de que la cuestión se convirtiera en obsesivamente monotemática en los premios resultaba algo excesivo, tan Spain is different como que los españoles confesaran que no apoyaban la intervención en Irak aunque la bendijera la ONU.

Ese pacifismo, loable desde muchos puntos de vista, me hizo albergar la esperanza de que ahora, con la cosecha de muertos creciendo en Sudán, habría -aunque menores al no poder culpar a Bush- airadas protestas colectivas. Que en Cannes o en los últimos Goya habría una, al menos una, pancartita con el eslogan Cuando hayamos enterrado al último ya no habrá que preocuparse de Darfur, como campea, en publicidad pagada, a toda página en los diarios de Estados Unidos.

No he visto la pancarta. No. Lo dicho. Nos hace falta un actor carismático, tal vez crítico de lo de Irak, poco amigo de Bush, pero solidario también con los seres humanos de Sudán. George Clooney, vaya.