¿El tiempo es oro?

Por Inmaculada Rodriguez-Piñero Fernández, secretaria federal de política económica y empleo del PSOE (EL PAÍS, 22/02/06):

El debate sobre los horarios de trabajo viene sonando con fuerza en los últimos meses. Estamos cobrando conciencia de que el "hecho diferencial" de divergencia de horarios de España con el resto de los países europeos puede repercutir en nuestra calidad de vida e incluso en el crecimiento de la economía.

Mas allá de debates sobre la hora en la que debemos de salir del trabajo o de cómo conciliamos la vida laboral y personal -que no sólo la familiar-, nos encontramos ante un problema de racionalidad de horarios vitales. No existe coordinación entre los horarios laborales, los escolares, los comerciales y los de los servicios públicos. Cierto es que esta falta de coordinación se debe, en buena parte, a las extensas jornadas de trabajo. Salir a las ocho de la tarde dificulta hacer compras, hacer gestiones con la Administración, recoger a nuestros hijos del colegio, así como planificar nuestro ocio. Además, el hecho de que muchos servicios y comercios funcionen con la misma rigidez horaria, tampoco facilita las cosas.

Tenemos varios datos que indican que sería razonable ir hacia un escenario de mayor racionalidad horaria en España. Los efectos adversos de la rigidez horaria pueden encontrarse en aspectos socio-laborales (baja productividad por hora trabajada, accidentes laborales provocados por exceso de tiempo en el puesto de trabajo), aspectos educativos (distanciamiento entre niños y padres, bajo consumo de bienes y servicios culturales,...), energéticos (congestión en vías de comunicación) y psico-sanitarios (exceso de uso de sistemas sanitarios, menos horas de sueño, accidentes de tráfico y en suma, seria reducción de la calidad de vida) y, fundamentalmente, la escasa participación de las mujeres en el mercado de trabajo, no en vano la tasa de actividad femenina en España está muy alejada de la media europea. Además, la actual estructura de horarios laborales es una de las principales causas de insatisfacción laboral y personal, y ésta a su vez influye notablemente en la productividad.

La flexibilidad horaria bien organizada beneficiaría tanto al trabajador como al empleador. Con ella el trabajador podría conciliar su vida laboral con la personal, es decir, podríamos ajustar nuestro horario para disfrutar de nuestros hijos, para no sufrir el gran atasco diario al ir a trabajar, para ir al cine entre semana o simplemente para poder arreglar la lavadora o acudir al dentista. Los beneficios para el trabajador son más que evidentes, sólo el 6% de los asalariados están satisfechos con su horario laboral según el Instituto Nacional de Estadística. Ahora bien, ¿qué gana el empleador con esto?

La flexibilidad horaria es un elemento generador de satisfacción para el trabajador que no requiere de compensación monetaria. Un trabajador satisfecho es un trabajador más productivo, según demuestran numerosos estudios. Otro elemento, no menos importante, desde el punto de vista empresarial es que las verdaderas fuentes de crecimiento no deben buscarse en la asignación de recursos escasos a usos alternativos (propios de la economía marshalliana), sino en el cambio organizativo. Introducir la racionalidad horaria exige forzosamente una innovación organizativa a las empresas que genera utilidades emocionales y sociales capaces de mejorar su margen económico. Los trabajadores conocen en muchos casos las claves para aumentar su productividad y cuando se les da capacidad de participación en la ordenación de su tiempo de trabajo (es decir responsabilidad), la empresa puede emprender mejoras organizativas con garantía de éxito.

Reino Unido, Australia y los países nórdicos constituyen la avanzadilla de países que han empezado a aplicar este tipo de políticas, resultando especialmente interesante la experiencia anglosajona tras la aprobación en 2003 de su norma Flexible Working Law. En dicha ley se define la flexibilidad como cualquier patrón laboral distinto del estándar, incluyendo cambios horarios o permanencia en el puesto de trabajo. Aunque esta posibilidad está restringida únicamente a padres de familia con hijos hasta una determinada edad, los resultados registrados son esperanzadores: el 40% de los trabajadores se acogieron al acuerdo de jornada flexible en el Reino Unido, la congestión del tráfico en Londres se redujo en un 20%, la productividad aumentó y mejoró el clima laboral en los centros de trabajo.

Sin embargo, la flexibilidad horaria por sí sola no puede solucionar el problema de la irracionalidad de nuestros horarios, que es de gran magnitud. Se hacen necesarias medidas complementarias, tales como la incorporación de las nuevas tecnologías al ámbito laboral (teletrabajo) y al de la Administración Pública (Administración electrónica), la racionalización de los horarios escolares (con períodos vacacionales mejor repartidos y con un tiempo de apertura más dilatado para realizar otras actividades), o incluso un mayor uso del contrato a tiempo parcial.

Son muchos los elementos a integrar en este debate necesario. Es el momento de reflexionar sobre cómo gestionamos nuestro tiempo, porque si aceptamos que es oro, ¿por qué no lo valoramos mejor?